Ella corre a abrir la puerta

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«Ella corre a abrir la puerta, con el vestido de ayer...»

Cantó en su mente una de las nuevas canciones de Charly García a la vez que entraba con la motocicleta en el estacionamiento de la facultad. Era un día gris, de principio de otoño. Ya hacia una semana y media que las clases habían empezado. Ese día estaba llegando tarde, como siempre. Pero, en esa oportunidad, no parecía que fuera algo de que preocuparse.

Estacionó el vehículo frente a una calumna del lugar donde se encontraba el puesto de bicicletas. Al bajar de la motocicleta, la vio escondida entre los demás pilares de la galería. Sonrió de costado al notar que ella lo estaba esperando. La saludó con la mano antes de tomar su bolsa de cuero y ponerse a buscar la cadena que usaba para asegurar la motocicleta.

— Y tendré sus brazos a través de mi alegría...— murmuró cerrando el candado en entorno a los rayos de la rueda.—... Por volverte a ver...

Hacia unos cuantos días que esa canción comenzaba a girar en su cabeza cada vez que se acercaba ese momento del día en el que la veía ¿Qué podría decir al respecto? Desde aquella invitación a comer, que ambos comenzaron a verse con frecuencia.

La vio acercarse para saludarlo con una sonrisa en los labios enfundada en su regio saco largo color ocre, como las hojas de los jacarandas que crecían en los alrededores a la facultad. A Valentino le pareció que se veía hermosa, como todas las mañanas. Con esa carita de muñeca y esos ojos verdes que brillaban alegres al saludarlo con un beso en la mejilla.

«Enciendo los faroles, casa del amanecer. Ella está con el papel, temblandole en las manos. Besando el cristal...»

Al tenerla de frente, pudo notar como ella llevaba las mejillas enrojecidas por el frío de la mañana. No le cupo dudas, ella lo había estado esperando ahí desde hacía por lo menos media hora.

—¡Buen día, Melina! ¿Cómo dices que te va?— la saludó sintiendo, como casi todas las mañanas, que algo se estaba olvidando —¿Qué pasó que estás acá?¿No tenias hora con la Levantadosky?

Ella soltó una risita suave, que a él se le antojó encantadora. No podía decir con certeza que pensaba en ella como un algo más, pero, debía reconocer que comenzaba a tenerle cierto aprecio. En especial cuando ella parecía estar tan apegada a él, una actitud que lo enternecía.

—No vino. Recién acaban de avisar que tenemos esta hora y la de Marambio libre...— anunció Melina mientras se ponían en marcha caminando sin rumbo por la galería — ¿Vos cómo estás? ¿Trajiste el libro que me prometiste?

Al escuchar aquella pregunta, se paró en seco, tratando de recordar aquello que sentía que se había olvidado. Estaba seguro que a ese libro lo había dejado en la mesa de la cocina, junto a los demás útiles para el día, como hacía todas las noches antes de irse a dormir.

Pero, aquella mañana se había despertado tan tarde que no estaba seguro de haber agarrado todas las cosas al salir. Miró en su bolsa, para asegurarse de que así lo fuera y sonrió enigmático al recordar el detalle que en realidad se le había olvidado.

Miró a ambos lados de la galería, tratando de aparentar verse preocupado. El libro que le había prometido, era uno de esos libros que estaban prohibidos por el gobierno.

—Che, Meli ¿Y si mejor vamos adentro y ahí lo busco? — Indagó como quien no quiere la cosa — Vení conmigo, conozco un lugar para que pueda dártelo sin tanto quilombo.

Ella aceptó con una enorme sonrisa de entusiasmo y lo siguió en silencio por los pasillos de la facultad. Sabía que no era algo que debería estar haciendo, pero, la curiosidad a veces le jugaba en contra a la hora de ser sensata.

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