Capítulo 10. El momento

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Pasados unos días, todo volvió a la normalidad y ese sábado se levantó nublado. Grandes nubes adornaban el cielo y un viento anunciando lluvia hizo arrugar la nariz al beta que miraba a través de la ventana de la cocina.

Estaba acabando de preparar el desayuno, cuando su marido entró en la cocina.

- Huele muy bien, ¿qué preparas?

- Lo de siempre. – El beta respondió todavía mirando fuera.

- ¿Qué observas con tanta devoción? ¿Algún vecino se ha mudado y es más interesante que yo? – Se acercó cogiéndole por la cintura.

- No seas tonto. – Gawin se giró mirando sonriente a su marido y le dejó un beso en los labios. – Sabes que eres el único para mí.

- Lo sé. Pero ves, de este modo he conseguido toda tu atención. – Sonrió satisfecho el alfa besándole con más intensidad. – Por cierto, ¿Kong no se ha despertado todavía? – Preguntó sobre sus labios sin llegar a separarse.

- No, supongo que aún debe estar un poco cansado. ¿Qué hora es?

- Pasadas las diez. – El alfa contestó mirando el reloj.

- Es extraño, aunque esté cansado, como muy tarde siempre se suele levantar sobre las nueve. – Dijo preocupado. – Creo que iré a ver si le pasa algo. Enseguida vuelvo.

Gawin subió preocupado las escaleras y cuando llegó delante de la puerta del menor, llamó con suavidad, pero grata fue su sorpresa que nadie contestó.

- Kong – llamó con suavidad - ¿Estás bien? ¿Puedo entrar?

Pero seguía sin haber respuesta, por lo que decidió abrir un poco la puerta y sacar levemente la cabeza. Al hacerlo, notó como un bulto se removía entre las sábanas. Gawin se acercó y se sentó en la cama deslizando un poco la sábana que cubría al omega.

Kong seguía removiéndose, cada vez notaba que tenía más y más calor, pero no lograba despegarse la sábana de su cuerpo. Empezó a moverse y cerró los ojos cuando su espalda tocó el colchón algo frío. Sus piernas empezaron a moverse y su respiración se volvió algo más jadeante. Jadeó levemente cuando notó la sábana apartarse.

- Kong... Kong... - El omega se giró y abriendo levemente los ojos le miró para volverlos a cerrar. – Entraste en tu celo, bien, voy a buscar a Arthit.

Y el beta se levantó para bajar lo más rápido que pudo las escaleras.

- ¿Qué pasa? ¿Hay que llevarle a un hospital? – El alfa preguntó al ver entrar a su marido.

- No, ha llegado el momento. Kong entró en celo.

- ¿Ya? – El beta asintió. – Está bien, pues vamos a ello.

Ambos se dirigieron a la habitación del omega, que seguía removiéndose inquieto. El alfa se quedó quieto en un rincón, esperando a que su marido se acercara a la cama. Gawin se sentó de nuevo al lado del omega y con suavidad, le acarició el pelo, que estaba empapado en sudor.

- Kong... - el llamado se removió y abrió los ojos mirándole. – Hola, - sonrió el beta. - Ha llegado el momento, ¿crees que puedes incorporarte?

- Hola, creo que si... - se movió emitiendo un débil gemido.

El matrimonio miró a la vez al omega, que hacía un gran sobreesfuerzo por levantarse solo de la cama, y a cada gesto que hacía, sin querer, se volvía a tumbar.

- Espera, te ayudamos – el alfa se acercó y miró a su marido haciéndole una señal.

El beta se puso un brazo alrededor de su cuello y le cogió por la cintura, mientras que el alfa, le ayudaba sujetándole por el otro brazo, apoyándole contra el pecho de su marido.

Mentiras piadosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora