Capítulo 1. Alfa, beta y omega

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Un alfa furioso entró en su hogar, llevando en las manos los periódicos que solía comprar para estar al tanto de las noticias locales.

- ¿Te has vuelto loco? – Rugió lanzando dichos periódicos haciendo que rebotaran sobre la mesa puesta. - ¿Por qué tengo que enterarme así?

- ¿Qué te pasa? – El beta se giró mirando confundido a su marido.

- ¿Qué que me pasa? ¡Joder, el anuncio en el periódico me pasa!

- ¿A qué ha sido buena idea? – Preguntó sonriendo ansioso.

- ¿Buena idea? ¿En serio preguntas eso? La sociedad está chiflada estos días y solo llamarán extraños y locos. Por lo que no pienso dejar que ninguna de esas persona geste a nuestro bebé.

- ¿Te piensas que soy tan tonto de que dejaría que cualquiera se embarace de nuestro hijo?

- ... - El alfa no contesto, mirándole con cara de "has publicado un anuncio para ello".

- ¡Cariño! ¿Realmente eso piensas de mí? – Fingió una mirada inocente con voz dulce marcando un puchero en sus labios.

- ¿Qué quieres que piense cuando has hecho publicar por los periódicos del barrio tal anuncio? Luego acabamos de hablarlo, ahora quiero darme una ducha. Cuando regrese, cenaremos.

El beta suspiró dándose por vencido. Empezó a remover los fideos mientras dejaba un suspiro. Sabía que su marido iba a enfadarse, pero también sabía que si no hacía nada, el hijo del que tantas veces habían hablado, nunca llegaría.

Estaba cansado de esperar a que su marido tomara las riendas de todas las decisiones, pues sabía como era. Se conocieron en la universidad, donde salieron por unos cuantos meses, hasta que la vida los separó, para volverlos a juntar unos años después. Se volvieron a encontrar a la salida de un concierto, donde habían ido con sus respectivos amigos.

Y llevaban juntos desde ese día.

El beta sabía como era el alfa, su carácter un poco arrogante y principesco, algo que lo había hecho muy popular en la universidad. Pero cuando se casaron, este rebeló algo más que un carácter arrogante, resultó ser un poco machista, en las cuales dejaba al beta siempre al cuidado de la casa. Y eso era algo, a lo que no se había llegado a acostumbrar todavía, pese a los tres años de matrimonio.

Vio como el alfa aparecía de nuevo, con su cabello húmedo y su fresco y agradable aroma a champú y todos los malos pensamientos se fueron al ver que ese delicioso hombre era totalmente suyo.

Este se sentó en la mesa y, sin hacer caso a los periódicos que había tirado al llegar, sacó el teléfono y empezó a teclear.

Su marido suspiró frustrado.

- Podrías al menos recoger los periódicos que has tirado – le recriminó poniéndose delante de él con los brazos en jarras.

- Claro, dame un minuto – pero siguió tecleando como si nada. – Pero al ver que el tiempo pasaba y no le hacía caso, los acabó por recoger y le quitó el teléfono de las manos, haciendo que el alfa alzara la mirada frunciendo el ceño. - ¿Qué demonios haces?

- Vamos a cenar.

- Necesito el teléfono, tengo que acabar de enviar un mail importante.

- Lo haces luego. – Dijo con un tono levemente enojado.

Él también estaba cansado, pues trabajaba unas cuantas horas por la mañana, en una pequeña empresa de publicidad. Y al llegar a casa, tenía que limpiar, fregar, cocinar, planchar y... atender a su marido.

Mentiras piadosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora