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Habían pasado alrededor de tres meses desde que lo marcaron con hierro ardiente. Su cuello había cicatrizado lo suficiente para dejar de tener un pedazo de tela sobre la piel, pero la marca seguía ahí, fuerte, notoria, el relieve monstruoso que sentía cuando lo toqueteaba con sus dedos revolvía su estómago con fuerza.

Algunos Omegas murieron durante el trayecto. La vida en el bosque no era tan difícil, pero tampoco tan fácil. Por las mañanas se encargaban de asearse, de acompañar a los cambiaformas a cazar, luego, tomaban a los animales y les arrancaban la piel con cuidado, los limpiaban bien y se quedaban con la gran mayoría para cenar por la noche. Los animales más aptos iban a la Gran Casa.

A decir verdad, la importancia de tener un Omega fértil en la manada había limitado toda mala acción que pudiera haber pensado de los cambiaformas. A pesar de que eran grandes bestias con fuertes aromas, su respeto y paciencia por las criaturas como él era alta y preocupante. La mayoría de las veces algún que otro hombre se acercaba y confiaba las mismas palabras de siempre.

"Acepta cargar a mis hijos, por favor, criatura."

Se lo habían dicho por lo menos unas diez veces, tanto cambiaformas leones, tigres, diferentes tipos de bestias majestuosas que lo hacían vibrar cada vez que se ponían alerta y cazaban en manada. La desesperación que tenían por integrar a los Omegas en la manada causó diferentes opiniones por todo el lugar. Alguno que otro se unía a un cambiaformas a propia voluntad, y otros, como él, sólo esperaban llegar a la Gran Casa.

Porque cada tres meses los cambiaformas iban a vagar por el mundo en busca de más Omegas. Los que fueron fecundados en la Gran Casa se aislaban del lado este del gran establecimiento, donde apuntaba más a las montañas. La primera vez que había oído eso, comprendió fácilmente el porqué.

Los cachorros iban con un tal Dios que vivía en las montañas, que los criaba y les enseñaba el mundo a los ojos salvajes. El poco tiempo que llevaba criando su mente en manada comprendió que cada cambiaformas tenía un lapso de vida de más de cien años, la escasez y la rareza que era tener un Omega en el seno de la manada los había limitado a una natalidad pobre y diminuta. Sin embargo, su piel se erizaba cada vez que pensaba en sus intenciones.

Porque su captura y su estadía en aquel bonito bosque no iba más allá de fecundar un cambiaformas. De traer al mundo a la siguiente generación después de un siglo de espera, las entrañas se le retorcían, llenas de miedo y terror al pensar en un cambiaformas en período de celo.

Pensar en tener a una gran bestia enorme de más de dos metros lo ponía alterado, pensar en soportar su fuerza, su energía. Eran diferentes especies, y realmente se sorprendía al oír que la época de apareamiento había acabado en la Gran Casa, y que algunos habían logrado cargar un cachorro salvaje.

Y se veía mientras aseaba su cuerpo al borde del río y admiraba el peso que había ganado durante las últimas semanas. Su piel había ganado algo de color, notándose ahora un poco bronceada, y al igual que él, notaba un cambio en el resto de Omegas que habían sobrevivido al mundo que los cambiaformas mostraban. Pocas veces le recordaba a las viejas historias, aquellas donde contaba la travesía del primer Alfa que tocó el mundo, y el primer Omega que se unió en carne y alma al ajeno, a los primeros cachorros. Los primeros seres. Toqueteó su vientre y limpió con un trapo mojado la costra de tierra que había ganado aquella madrugada cazando. Lo apretó en el puño y se hundió con rapidez en las aguas del río. Se removió, gustoso, y volvió a emerger cuando sus pulmones rogaron por un poco de aire. Notó que ya todos empezaban a salir y se quedó unos minutos nadando, mirando las montañas y las nubes, sintiendo la suave brisa que se colaba entre las hebras de su cabello mojado, olía a tierra mojada, a río.

—Te lastimarás —escuchó y se volvió lentamente, notó la mirada oscura del cambiaformas que siempre le traía la ropa seca sobre el hombro. Le dedicó una mirada suave, sin entender—. Tu vientre. Lo frotas mucho.

teeth ୨ৎ minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora