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Sentía la tierra húmeda bajo sus pies, el día estaba soleado, sin embargo, podía sentir una brisa fresca que se escapaba del frondoso bosque que se alzaba ante sus narices. Los grandes árboles dejaban un aroma exquisito que lo calmó de toda injuria y mala vibra que sentía. El suave viento que soplaba traía consigo el ruido de los pájaros, sus cantos. Era, de cierta forma, una imagen hermosa y gratificante antes de llegar a la Gran Casa.

Muchas veces había escuchado relatos sobre aquel lugar. Grande, majestuoso, capaz de mantener a tantas personas que intuyó la inmensidad de su estructura. Y, en otras palabras, así lo era. El ambiente que lo rodeaba empezó a llenarse de cierta angustia, lo sentía en la piel, en la esencia de los otros Omegas que lo acompañaban, igual de chicos que él. Tal vez igual de asustados al ver la gran edificación que se alzaba en medio del bosque. No poseía una belleza normal, no estaba pintada, y sospechaba que el color verdoso de sus paredes se debía a la humedad del bosque, sin embargo, las enredaderas y las flores que se treparon a su grandeza le daban una imagen terriblemente bella. El Omega apretó los puños sobre su camisón blanco y siguió avanzando. Su mirada se elevó a la gran montaña que se alzaba a lo lejos, allá, donde el padre del cambiaformas que le pidió que llevara sus cachorros vivía. Donde, probablemente, permanecía la primer bestia humana en tocar las tierras vírgenes de toda contaminación que el hombre pudo haber hecho. De repente, sintió un frío seco llegar hasta su nuca, hasta su piel, y se encogió de tal manera que su Omega se removió como loco. La Gran Casa cada vez se hacía más y más grande a medida que se acercaban, y con la cercanía, pudo notar a los cambiaformas que hacían guardia, vio las ventanas, los balcones, incluso pudo observar a lo lejos un Omega y un cachorro en sus brazos, sentados, admirando la belleza del día, como si a metros de él no hubiera una gran fila de más de cien Omegas danzando hacia sus puertas para ser preñados por una raza antigua. Su mirada no se apartaba de sus brazos, de su piel pálida, su cabello negro, pensó, tal vez, que lucía muy calmado.

Se quedó muy cegado por aquella imagen, pensó que ese sería su futuro, que ahí dentro finalmente entregaría su cuerpo a un hombre enorme, de casi ocho pies de altura que podría matarlo de un golpe si quisiera. Que su único propósito dentro de aquella arquitectura hermosa que destilaba una maravilla a sus ojos no era más que el lugar donde prestaría su cuerpo para que lo preñaran como quisieran.

El Omega llevó una mano hacia su vientre, ¿sería capaz de aguantar un cambiaformas? ¿Sería capaz su anatomía pequeña de soportar un cuerpo como los suyos? Solo pensó en la posibilidad de no toparse con un cambiaformas en celo, porque la verdad era que no sabría si sus partes íntimas podrían soportar aquella diferencia de cuerpos, porque si un cambiaformas era ya de por sí muy grande físicamente, pensó, seguramente su aguante y cuerpo durarían más tiempo en el coito. Pero no lo sabía, no estaba seguro y realmente desconocía el paradero de su destino, porque tal vez corría el riesgo de desgarrarse por completo una vez cruzara esa puerta.

De repente, sintió un gran escalofrío por todo su cuerpo, su espina dorsal se enderezó del miedo y su rostro se volvió, agitado, cuando sintió un aroma picante chocando contra su cuerpo. Sus ojos se volvieron a otros ajenos, su mentón se elevó y volvió a encontrar aquella mirada negra, aquel cambiaformas que le había pedido con tal cortesía que le dejara preñarlo. El Omega se quedó quieto, estático, mientras la fila avanzaba y sus pies seguían ahí, enfrentado al gran hombre.

—Omega —respondió agitado, notó la capa de sudor que bañaba su frente, su cuello. Su mirada viajó a sus lados, los otros cambiaformas lo ignoraban, como si no se dieran cuenta que uno de los suyos estaba tomando el brazo de uno de los Omegas destinados a la Gran Casa—. Escucha.

—Te digo que aún debo pensarlo bien... —murmuró desviando la mirada hacia su espalda, los Omegas avanzaron y la fila se estaba perdiendo de su vista. Un hombre de cabello rubio se detuvo, esperando. El Omega apenas movió su pie cuando sintió el agarre sobre su brazo—. Suéltame, por favor.

teeth ୨ৎ minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora