LAST YEAR

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Las manos le estaban temblando.

De hecho, todo el cuerpo le estaba temblando. Sólo llevaba una camiseta empapada con su propia sangre, llena de mugre, pintura y barro. Eso y el cuchillo más grande que sus manos pudieron palpar.

La casa estaba en penumbras, con la lluvia azotando las ventanas de forma feroz como si un huracán esperase allí afuera para arrancar de golpe el techo. Los rayos azules irrumpían cada tanto a través de las ventanas, iluminando sus pasos hacia la escalera. Las fotografías familiares en la pared estaban hechas trizas, al igual que parte de la alfombra. Pero él no reparó en esto, la oscuridad permanente en sus pupilas no podía advertirle sobre el estado de la casa, sobre los cuadros o sobre su propia apariencia, como tampoco lo hicieron anteriormente.

Su cordura se había difuminado como lo hace el carboncillo. Sus memorias eran una mancha oscura, espesa y nebulosa. Y durante un tiempo él no supo si eran reales; puesto que si miraba hace unos meses atrás, sólo podía pensar en sí mismo sonriendo, trabajando y siendo feliz.

Cuando una de sus manos se encontró con la barandilla de la escalera, comenzó a subir. Aún tembloroso, empuñó fuertemente el cuchillo para golpearlo contra la pared en busca de equilibrio.

Entonces comenzó a contar:

Uno, pensó que Dejun estaría en la habitación...

Dos, seguramente durmiendo...

Tres, sin enterarse de nada...

Cuatro, pero no podía asegurarlo...

Cinco, aunque le hablara, no habría forma de saberlo...

Seis, pensó detenidamente: «¿Cuál es Dejun?»

Siete, y sonrió, tropezando con el escalón ocho.

Se detuvo allí, apoyando la espalda en la pared. Tenía la respiración agitada sólo de pensar en lo que iba hacer, y en tanto su espalda tocó la pared, un dolor agudo le hizo parpadear, dolía, aunque no estaba seguro de cuánto. El mismo pánico le estaba sirviendo de anestésico, incluso el frío comenzó a entumecerle las extremidades, ya que, de forma inexplicable, también está mojado.

Tomó una bocanada de aire, volviendo a la marcha. Está asustado. Desesperado, y en lo único que puede pensar, es la solución. No hay de otra. Teme tanto a esto como a quedarse sin hacer nada, pero en cuanto se le ocurre arrepentirse, él simplemente dice

«Debo hacerlo. Por nosotros». Y continúa subiendo.

Otro rayo irrumpió en la casa, iluminando a Guanheng subiendo las escaleras. Y del mismo modo, también iluminó al hombre detrás de él, siguiendo sus pasos.

Este hombre lleva la ropa mojada, llena de barro y salpicada de pintura. Su cabello desordenado indica que ha estado corriendo, pero pese a estar empapado y sucio, en la casa no hay ninguna señal de que ha caminado hasta allí, ya que, en el piso, sólo están las huellas descalzas que el mismo Guanheng va arrastrando mientras intenta mantener el equilibrio cuando es obvio que ya no lo posee, su cuerpo es un manojo de nervios, el miedo le ha calado los huesos casi tanto como el frío, ambos lo saben y ya nada puede remediarlo.

Sin embargo, mientras este hombre lo mira, Guanheng no advierte su presencia. No puede hacerlo, el ruido de la lluvia y los de su propia mente no se lo permiten, y aun con los rayos entrando por las ventanas, tampoco puede apreciar la sombra que se une a la suya en el amplio corredor.

En ese entonces, Guanheng sólo contaba con sus oídos, que hasta ahora eran cubiertos por la lluvia. Con sus extremidades, que ahora temblorosas, a duras penas podían sostenerlo, y con su intuición; que, siendo honestos, ya había desaparecido junto a su cordura.

The OtherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora