3.- Invitación

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- ¿Señora Sandoval?- dijo Federico mientras se acomodaba la toalla en la cintura.

Su pelo castaño oscuro estaba mojado y algunos mechones le caían sobre la frente, lo que le daba un aspecto más sexy. El hombre no dejaba de tener un aspecto delicioso incluso al salir de la ducha.

Sacudió la cabeza para deshacerse de estos pensamientos. ¿No estaba él en la fiesta? se preguntó ella.

¿Qué está haciendo aquí? Debería haber llamado a la puerta antes de entrar, pensó la ojiazul.

Él arqueó la ceja en espera de una respuesta, pero Laura parecía estar demasiado perdida en su aturdimiento.

- ¿Estás bien?— preguntó en tono preocupado mientras se acercaba a ella lentamente. Se detuvo a un centímetro de la pelinegra. Fue su proximidad lo que la sacó de su trance.

Laura parpadeó un par de veces para recomponerse y recordar por qué estaba aquí.

- Umm... en realidad... mi... mi... estaba buscando a Rodrigo-por instinto se alejó unos pasos de él.

Al hombre evidentemente no le gustó su respuesta, ya que un ceño fruncido se instaló en su rostro.

- ¿En mi habitación? - dio un paso hacia ella decidido a acortar la distancia entre ambos. Sus ojos se clavaron en los de ella buscando respuestas.

- Yo... no sabía... que esta... era su habitación. Yo... yo... siento haber entrado así— se disculpó mientras retrocedía.

El hombre la estaba asustando, aunque todavía no había hecho nada. El intercambio de miradas con él le producía escalofríos, pero se negaba a retroceder. Sabía que los hombres como él se alimentaban del miedo de la gente.

- ¿Estás buscando a tu marido en mi habitación? ¿Por qué piensas que él estaría aquí? - cuestionó Federico.

- Todo esto es una confusión... Rodrigo no es mi marido... él es mi hermano - aclaró Laura sin saber por qué lo hacía.

- ¿No eres su mujer? - respondió el hombre con una leve sonrisa asomándose en su rostro.

- No - confirmó ella y sin perder ni un segundo más, se dio la vuelta y se preparó para marcharse, pero vaciló a mitad de camino cuando una mano la agarró del brazo.

Su corazón, ya acelerado, golpeaba ahora contra su caja torácica.

- ¿Qué pasa? ¿Por qué me detiene? - inquirió la joven.

- Dime tu nombre - preguntó el ojinegro sin disminuir la fuerza de su agarre en el brazo de la chica.

- Laura... Laura Sandoval -respondió ella haciendo amago de soltarse, sin conseguirlo -ya le dije mi nombre, suélteme-.

- Espera, Laura... si no tienes marido, hazme compañía... nada me gusta más que estar acompañado de una linda chica como tú - contestó Federico con un aire cínico.

Las mejillas de Laura se sonrojaron y la ira le recorrió el cuerpo. ¿Qué es lo que ese hombre se proponía? Debería abofetearlo, pero prefirió romper el contacto y marcharse a toda velocidad.

Vendida al millonarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora