𝄞 4. Pasta y una parlanchina

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ASIEL

Había entablado una conversación con Avyanna sin ponerme a tartamudear. Y todavía no puedo dejar de regresar a ese día, en mi interior gritaban todos los sentidos diciendo que dimos un gran paso.

Era preciosa, su voz era como una melodía tan única que ni un acorde de mi guitarra podría igualar.

Y le gustaban los gatos, no podía ser más perfecta.

Rubia, bajita, inteligente, le gustan los gatos, ah y tiene mucho carácter.

Es perfecta.

Abrí la puerta de mi departamento, sabía que ella estaba en clase, pero de todos modos me detuve unos segundos a ver si sentía algún movimiento proviniendo de su casa. Todo era silencio.

Mochi maulló sacando la cabeza hacia el pasillo, tuve que deslizarlo hacia adentro con mi pie para que no escape y empiece a molestar a los vecinos.

—Hola amiguito —cerré la puerta detrás de mí.

Dejé mi guitarra encima del mueble y fui a servirme un vaso de agua. Me asomé por la ventana y la rutina de los neoyorquinos era la de siempre, corrían de un lado a otro en la otra esquina de la calle que apenas se apreciaba desde mi ventana.

Mi sitio era tranquilo, el ruidoso era yo.

Mochi se subió en la encimera y protestó por un poco de cariño. Le sonreí y no pude evitar aplastarlo entre mis brazos. Parecía que lo iba a estrangular, pero extrañamente le gustaba.

—¿Sabías que a nuestra vecina le encantan los gatos?

El animal me miró confundido, pero pasó su lengua por mi mejilla en señal de cariño.

Volví mi vista a la ventana y a la vereda de al frente. Pasaba una pareja que era vecina del edificio del al frente. Tenían un perro salchicha de mascota y todas las tardes, después del almuerzo, siempre salían a comprar o pasear con su perro.

—Mira, Mochi —agarré la cara del gato para que observe el mismo escenario que yo. —Ellos podrían ser nosotros con la vecina del al lado, pero necesito que colabores en mi plan.

Quería accidentalmente hacer que mi gato se tope con ella y volver a tener una conversación. No era una gran idea, pero no es que vaya a tirarle al gato desde el balcón y decirle "Oh, lo siento, mi gato tiene complejo de suicida". Necesitaba algo creíble. Como pasearlo por el pasillo hasta que ella salga y me vea con el felino.

Dejé de imaginar un rato y me puse manos a la obra con mi almuerzo. Primero le serví una lata de atún a mi gato para que trate de comer mi comida a medio cocinar y tener que tragarme un poco de sus pelos.

Me lavé las manos. Prendí la estufa y busqué los fideos para preparar pasta con crema de tomates y un vaso de limonada congelada que había puesto en mi refrigerador esta mañana muy temprano cuando desperté.

No me consideraba un erudito en la cocina, pero se me daba bien, hasta el momento nadie se había quejado de mi comida. Ni siquiera mi gato.

Mientras esperaba que los fideos se cocinen, puse un poco de música, mi música.

Como compañía, mi gato empezó a maullar al ritmo de la canción a la vez que comía como un desesperado.

Lancé mi gorra que cayó por algún lado de la sala y continué aderezando la salsa. A este punto Mochi ya había acabado su comida y estaba husmeando la mía.

Gato obeso.

Lo alejé, pero desde el suelo me puso miradas de tristeza para que lo deje subir otra vez, pero conocía su objetivo, comer mi salsa desde la sartén.

Operación Cupido (Pausada hasta Diciembre)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora