1. Princesa Daenya Targaryen

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113 d

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113 d. C - Red Keep

Una tormenta había llegado aquella noche del año 113 a la capital.

Las puertas del balcón en los aposentos de la reina Alicent Hightower se abrieron de golpe bajo la furia del viento, arrojando varios objetos al suelo. Las pesadas telas que cubrían la cama se sacudieron, y un rayo iluminó el cielo, acompañado por el grito de la reina.

Las parteras trabajaban con rapidez, limpiando su rostro, mientras telas manchadas de agua y sangre entraban y salían del cuarto.

Nunca, en ninguno de los partos que había tenido, se la había oído gritar tanto.

La reina pujaba con todas sus fuerzas. Gruñía, gritaba, clavaba las uñas en las sábanas y jalaba mechones de su cabello cobrizo, aferrándose a cualquier cosa que pudiera aliviar su agonía. Estaba sola, rodeada de rostros desconocidos, en el umbral de traer a su cuarto vástago al mundo.

—Una última vez, su majestad —pidió el maestre—. Puje, alteza.

Con un último esfuerzo, acompañada de un gruñido desgarrador, la reina dio todo lo que tenía. Y entonces, el cuarto se sumió en un tenso silencio.

Alicent miró las expresiones preocupadas de las parteras mientras se llevaban un pequeño bulto envuelto en sábanas, apartándolo de ella.

—No... —susurró, pero fue ignorada.

Pudo ver cómo intentaban reanimar a la criatura, aunque pronto la abandonaron tras un solo intento fallido.

Con las pocas fuerzas que le quedaban, Alicent se apoyó en sus antebrazos y, sin importarle su estado, se levantó de la cama. Aún sangrando, caminó con dolor hacia el maestre.

Intentaron detenerla, pero ella gritó:

—¡LARGO!

Empujó a quienes intentaron frenarla y, al llegar, tomó a su bebé en sus brazos, arrodillándose en el suelo y comenzando a mecerla.

Era una niña.

Sus ojos permanecían cerrados; estaba fría y en silencio.

—Mi bebé... —susurró Alicent entre sollozos—. Mi dulce niña.

La acurrucó contra su pecho, arropándola con sus brazos desnudos. Y entonces, escuchó un sonido apenas perceptible. Un llanto.

Al principio fue un susurro, pero en el siguiente instante, el sonido resonó por toda la alcoba.

Era una niña pálida, de cabellos cobrizos, y cuando Alicent volvió a mirarla, vio que sus ojos, llenos de lágrimas, eran de un tono lila.

Alicent sonrió, sintiendo cómo un calor indescriptible llenaba su pecho como un fuego arrasador. Su niña estaba bien.

—Daenya —susurró, emocionada—. Mi hermosa princesa Daenya.

 Mi hermosa princesa Daenya

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jacaerys velaryon

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