La princesa Daenya Targaryen, jinete del dragón Caníbal y mano del rey Aegon II.
Esta es la historia de la princesa Daenya, de inicio a fin, del porque lo hizo y de cómo murió; porque la familia es lo más importante, es en dónde debe estar nuestra...
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El sol aún no había salido, y el cielo teñido de un tono violáceo anunciaba el amanecer. Era la hora en la que la capital dormía, en casas modestas o bajo el frío manto de las calles. Este momento, antes de que la ciudad despertara, era el predilecto de la princesa Daenya para surcar los cielos sobre Cannibal, su dragón, su compañero.
Daenya mantenía su mirada fija en el horizonte, donde los primeros rayos del sol luchaban por salir. Su expresión era imperturbable, seria, tenía un responsabilidad que no deseaba sobre sus hombros. Cannibal volaba bajo, rozando el mar con sus enormes garras, levantando espuma con cada aleteo. Daenya se inclinó hacia un lado, extendiendo su mano para tocar el agua helada y distraerse de los pensamientos que la atormentaban.
Hace menos de una hora, la princesa había descubierto la verdad, ese oscuro secreto que su madre, su abuelo, y algunos miembros del consejo mantenían bajo llave en sus reuniones al alba. Aegon sería coronado al morir su padre, y Daenya tenía un papel importante en aquel juego, ella debía prepararlo para la usurpación.
El consejo se reunían cada vez con más frecuencia y su madre ejercía más presión sobre ella, su abuelo le repetía la idea de comenzar a endulzar la mente de Aegon, y ahora entendía que era ella quien debía prepararlo para la usurpación, Daenya había sido una pieza más en el juego por el trono y quien más que la hermana favorita para convencer a Aegon.
Su mente estaba ocupada con preocupaciones. La sombra de la guerra se cernía sobre ellos, respirando en su cuello. Temía por la seguridad de su familia, en especial por Helaena y sus hijos, inocentes en una guerra que no habían elegido. Sabía que ninguno estaba realmente listo, ni Aegon ni Aemond, para asumir la carga del Trono de Hierro. Pero también entendía que, le gustara o no, debía protegerlos, mantenerse junto a su familia y asegurarse de que el reclamo de Aegon al trono se fortaleciera. Era su deber, una carga.
Y justo después de enterarse de aquello, ella se había cruzado con Jacaerys, su prometido y el hijo de la mujer a quien le arrebatarían su trono y la esperanza de todo futuro, apenas había logrado mirar los ojos cafés de Jace.
Con un suspiro apenas audible, Daenya ordenó a Cannibal regresar a la Fortaleza Roja. El dragón respondió con una poderosa sacudida de sus alas, llevando a su jinete hasta la colina de Rhaenys, donde aterrizó con una precisión intimidante. Daenya descendió con agilidad, deslizándose entre las cuerdas de la montura, y al tocar tierra, apoyó su frente contra el costado cálido de Cannibal. Sus manos se movieron con familiaridad, acariciando las escamas rugosas que desprendían un calor reconfortante. Ese momento de conexión la tranquilizaba, un momento es que solo existían ellos dos.
Cannibal resopló cuando ella comenzó a alejarse, inclinando su enorme cabeza hacia su jinete, Daenya sonrió, dejando escapar un destello de ternura en medio de su solemnidad.
Pero la tranquilidad del momento se rompió de forma abrupta.
Cannibal se puso rígido, sus escamas se alzaron como si fueran espinas, y sus ojos verdes se fijaron en algo detrás de ellos. El rugido que soltó hizo eco en las colinas, haciendo chillar a los caballos cercanos.
Daenya giró la cabeza justo a tiempo para distinguir una cabellera dorada entre las sombras.
-Lykiri -susurró, colocando ambas manos sobre la piel de su dragón, intentando calmarlo.
El vínculo entre ambos se hizo presente en un cruce de miradas.
-Soves -ordenó con voz firme pero tranquila. Cannibal, después de lanzar una última mirada hacia el intruso, obedeció y alzó el vuelo
-Aún no me acostumbro a él.
Daenya reconoció la voz al instante y, aún con la vista perdida en el cielo y la figura de su dragón, dejó escapar una leve sonrisa.
-Eso es porque no has aprendido que no debes interrumpirme cuando estoy con él -respondió, girándose para enfrentar al recién llegado.
Loren Lannister estaba a unos metros, apoyado casualmente contra una roca, con una capa en las manos. Su cabello dorado, ligeramente despeinado por el viento, parecía brillar bajo los primeros rayos de sol. Sus ojos, tan azules como el mar que Daenya había tocado minutos antes, se clavaron en los de la princesa, y en ellos había algo que ella intentó ignorar.
-Siempre que vuelas, mi corazón se estruja y mis manos tiemblan -confesó Loren, dejando que la sinceridad de sus palabras flotara en el aire.
Daenya arqueó una ceja, intentando mantener su expresión estoica, pero el comentario la tomó por sorpresa.
-¿Miedo? -preguntó, con un tono que bordeaba la burla.
-¿Miedo? -repitió Loren, soltando una risa suave mientras avanzaba hacia ella-. No, princesa. Es..., algo más
Daenya sintió que su rostro se tensaba al escuchar esas palabras, pero no se movió cuando Loren extendió la capa hacia ella.
-El sol está saliendo, pero el frío persiste.
La princesa aceptó la capa, con el peso de su mirada sobre ella mientras lo hacía. Loren permaneció frente a ella, a una distancia que no rompía el protocolo pero que sugería cercanía.
-Eres persistente -dijo Daenya al colocarse la capa.
-Siempre lo he sido- confesó
Loren dio un paso atrás, observándola con una sonrisa que parecía desafiar su indiferencia
-. Y, princesa, no me culpes si te sigo; sabes que para mí es difícil apartar la mirada de ti
Loren Lannister.
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