9. Jacaerys Velaryon

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En una de sus manos llevaba una vela cuya luz temblorosa apenas iluminaba el estrecho pasillo, y en la otra sostenía un trozo de papel arrugado, claramente arrancado de un libro

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En una de sus manos llevaba una vela cuya luz temblorosa apenas iluminaba el estrecho pasillo, y en la otra sostenía un trozo de papel arrugado, claramente arrancado de un libro. Su expresión mostraba confusión y una pizca de vergüenza.

Pasé mi mano frente a su rostro con firmeza, desviando su atención hacia mí y lejos del pasillo detrás.

—Daenya... —murmuró mi nombre como si probara su peso, pero luego se corrigió—. Princesa.

Rodé los ojos apenas, pero no respondí. Antes de que pudiera decir algo más, el eco de pasos y el sonido metálico de las armaduras acercándose nos alcanzó. Rápidamente me agaché, recogí el papel del suelo y, sin preámbulos, lo empujé hacia el interior del pasadizo nuevamente. Cerré la entrada con cuidado y me pegué contra la piedra fría, escuchando los ruidos del otro lado.

—¿Te lastimé? —La pregunta me hizo girar la cabeza hacia él.

—¿De qué hablas? —pregunté.

—Cuando chocamos —aclaró, su tono cargado de culpa.

Fruncí el ceño —No. Solo me asusté.

—¿De mí?

Suspiré, cruzándome de brazos.

—De sentir a alguien impactando contra mí, sí. —Hice una pausa y añadí con frialdad—. Nada más.

Su mirada se desvió hacia el suelo, como si buscara algo que lo anclara a la conversación. Finalmente, habló:

—Lo lamento. Mi atención estaba en otra cosa.

Mientras hablaba, comenzó a buscar algo hasta que se detuvo en mis manos.

—¿Esto? —pregunté, levantando el papel.

Asintió, con una sonrisa que parecía un intento de romper la tensión.

—Es parte de un libro, príncipe. —Mis palabras eran cortantes—. Para su fortuna, ese libro es mío.

Jacaerys dejó escapar una risa breve, incómoda.

—¿Podrías prestármelo algún día?

—No.

El silencio que siguió fue tenso, y él pareció desarmado por mi respuesta. Aproveché el momento para escuchar nuevamente, asegurándome de que los guardias ya se habían alejado. Cuando finalmente todo quedó en calma, salimos del pasadizo.

—Estos pasadizos no son lugar para alguien que no los conoce bien —dije, con una frialdad que no intenté ocultar—. Mucho menos si no lleva algo con qué orientarse. Mi consejo, si me permite.

Él asintió, haciendo un esfuerzo por mantenerse atento.

—Dímelo, por favor.

—No entres aquí de nuevo.

Mi tono seco dejó claro que no aceptaría más protestas, pero cuando estaba a punto de darme la vuelta, sentí su mano rozar la mía, deteniéndome.

—¿Me recuerdas? —preguntó, con su voz más suave de lo esperado.

Giré mi rostro hacia él

—Eres mi prometido. —Dejé que la palabra se asentara en el aire antes de continuar—. Pero también mi compañero de lecturas en la infancia. Claro que te recuerdo, Jacaerys.

Su sonrisa fue cálida, casi nostálgica. Pero no fui capaz de devolverla

—Eso me alegra... Pensé que tal vez—

—No asumas tanto —lo interrumpí, dándole la espalda. Comencé a caminar hacia la salida, pero añadí, sin girarme—. Lo que fuimos de niños no cambia lo que somos ahora.

Dejé que mis pasos resonaran en el corredor, dejando claro que la conversación había terminado para mí. A pesar de su presencia constante detrás de mí, no me molesté en mirarlo de nuevo.

Sabía que debía mantener las distancias, por mi bien, el suyo y el de Rhaenyra

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