Secretos de cama EP#43

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-Te agradezco mucho que hayas aceptado volver a casa.

El médico miró a su esposa y esbozó una sonrisa en respuesta a la suya. Le gustaba cuando parecía relajarse, abrirse, con esa expresión de agradecimiento de quien no acostumbra recibir atención al hablar de sus cosas.

-Sé que es una fecha importante para ti. Sólo quiero verte feliz.

Marta acarició levemente su mentón. Era en momentos así que se sentía más cercana a su marido, cuando lo creía capaz de entenderla sin juzgarla ni tomar ventaja de la posición de superioridad que la ley y la sociedad le otorgaban.

-Cuando Andrés me escribió que intentaría estar... Me apetece mucho verlo, ¿sabes? Hace dos años que no celebramos juntos el día del santo de mi madre.

No expresó con palabras lo mucho que le habían dolido los motivos. El tempestuoso abandono de la casa familiar por parte de su hermano, para incorporarse al ejército, había sido la puntilla. Sin embargo, ella tampoco había podido estar muy presente en los últimos tiempos, ya que el barco donde su marido prestaba servicios había navegado, en aquellos momentos, por algún punto del mar del Norte.

Cuando aceptó embarcarse con él sólo pensó en seguirlo, en la aventura. No había sopesado correctamente las renuncias que ello acarreaba.

-Es curioso, Marta. Hablas con mucho cariño de Andrés, pero siempre he creído que te pareces más a Jesús.

-¿Insinúas algo sobre mi pelo? - Marta enroscó su dedo en las guedejas rizadas de su melena. Necesitaba un buen corte, y un buen tratamiento capilar: otra de las renuncias que había que hacer en alta mar, otro de los peajes de aquella vida. Como el tener que vestir pantalones. Dios, cómo echaba de menos un buen traje sastre. Vivir en un barco mercante era definitivamente incómodo.

-No me refiero a físicamente, sino al carácter.

Marta arqueó una ceja. Su hermano mayor tenía un genio de mil demonios. Se acomodó de lado y dobló la almohada para acomodarse en el estrecho catre del camarote que compartía con su marido. Habitualmente él trepaba a la litera superior, pero aquella noche se había sentado a su lado, para después tumbarse. Era su manera de comunicarle, sin palabras, que deseaba algo más de ella.

También Marta deseaba algo más, algo que en momentos como aquel le parecía al alcance de los dedos. Una conexión, comunicación, cercanía.

-Explícate.

-No sé si entiendo la relación que tienes con tus hermanos, y bueno, con tus primos. No sé cómo decirlo, es algo referido a vuestras dinámicas, a cómo os equilibráis.

Marta escondió la mirada de su marido, introspectiva.

-Andrés siempre fue un niño muy guapo. ¡No te rías! - lanzó un manotazo al brazo de su marido, queriendo borrarle la burla de sus labios. -Quiero decir que siempre fue un poco el muñeco de la casa, era el pequeño de los primos,... si lo dejábamos atrás, se enfadaba, y como nadie quería enfadarlo, siempre lo dejábamos jugar, siempre rodeado por todos... Era un poco como una mascota. Jesús, en cambio,...

-No veo a Jesús siendo la mascota de nadie.

-No - Marta miró a su marido. - Jesús es el primogénito, el heredero. Desde muy pequeño ha sido consciente de la presión del apellido De la Reina. Mi padre puede resultar muy asfixiante a veces.

El médico miró largamente a su esposa, y Marta temió que fuera a hacer la pregunta, una a la que tendría que responder con una verdad desagradable.

Que sí, que en parte, una parte pequeña que no veía necesario cuantificar, oh sí, pequeña pero real e identificable, su matrimonio había sido una vía para escapar de la atmósfera enrarecida y las asfixiantes expectativas de Damián de la Reina.

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