Yo no soy como tú #EP139

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Jaime alcanzó a llegar a su dormitorio a duras penas, sostenido con dificultad por su esposa, antes de que el dolor de cabeza y el mareo lo derribaran de nuevo. Se desplomó en la cama con el confuso pensamiento de agradecer que Marta hubiera desistido de continuar la conversación sobre cómo anunciar su estado de salud a la familia. No era esa su mayor preocupación esa tormentosa noche.

Seguía sin gustarle que lo viera así, débil, vencido, en un estado de fragilidad tal que su autocontrol podía fallarle y salir de su boca algo que deseaba guardar sólo para sí. Aceptó su mano sobre el pecho porque sabía que a ella le ayudaría a descansar notar el ritmo de su respiración calmándose, pero no quiso volver a mirarla por si sus ojos dejaban asomar la verdad.

Una cosa es que su esposa lo cuidara en su enfermedad, y otra desvelarle que, por un momento, había sido un asesino.

Lo había sido. Durante ese microsegundo en el que Jesús se había llevado el vaso a la boca y su propio brazo aún no había iniciado la trayectoria para detenerlo, derramando el whisky envenenado, había sido un asesino.

Era un asesino y no lo era a la vez, como en aquellas teorías que su amigo Antúnez le contaba cuando estudiaba Físicas en la universidad y compartían habitación en la residencia en Madrid. Se podía ser más de una cosa a la vez. Asesino y buena persona, verdugo y salvador, juez y ejecutor al mismo tiempo de una sentencia que, con certeza sabía, cualquier tribunal honesto no dudaría en emitir.

Jesús era un hombre violento que había jugado con la vida de su propia esposa, un chantajista que parecía disfrutar amenazando la libertad y la seguridad de Marta. Una mala persona, dañina como una alimaña ponzoñosa, cuya desaparición de la malhadada mansión De la Reina sería una bendición. Un monstruo demente de los que hacen del mundo un lugar peor.

Sin embargo, no había sido capaz de hacerlo. 

In extremis, había derribado el vaso donde vertió el arsénico. Sospechaba que Jesús ataría cabos sobre su extraño comportamiento: siendo como era, no le costaría pensar mal de su cuñado. Cree el ladrón que todos son de su condición.

"Yo no soy como tú", le había dicho, y a esa íntima convicción se aferraba ahora que las fuerzas abandonaban su cuerpo y los opiáceos que tomaba para el dolor a veces le nublaban la mente.

Él, Jaime Berenguer, era una buena persona. Siempre lo había sido. Su padre lo había educado para que fuera un hombre de una pieza, honrado, amable con los débiles, caballeroso con las mujeres. Se preciaba de haber seguido sus pasos en la vida, igual que en la medicina, no por tradición familiar sino por auténtica vocación de servicio.

Sólo cedió a sus ansias de ver mundo más allá de los estrechos confines de Albacete cuando se fue a estudiar a la capital. Y espació sus largas travesías mientras ellos vivieron, porque jamás se hubiera perdonado descuidar sus labores como hijo. Eran líneas de conducta claras, nítidas, que él había seguido de forma intachable. La luz y la sombra tenían contornos bien diferenciados.

Con Marta también había sido así al principio. Desde que la conoció, no tuvo dudas de que sería la mujer de su vida, la compañera perfecta en sus aventuras, el refugio seguro para sus fracasos, la dama en que pensar durante las guardias solitarias en alta mar, la madre de sus hijos,...

Recordaba la primera vez que la vio, en aquella soirée del club de campo. Lucía como una princesa con su vestido blanco bordado de flores, y esa mirada brillante, azul como el mar que había sido su único amor hasta entonces. Le pareció joven, demasiado joven como para que hubiera algo de sustancia tras su belleza, y aún así no podía dejar de mirarla. Mas al conocerla mejor tuvo claro que su apariencia regia no era su mejor virtud, y que su apellido, más que una ventaja o un incentivo para unas ambiciones sociales que no tenía, serían para él un obstáculo al cortejarla ya formalmente. Por única vez en su vida, se sintió inferior. Su título de doctor en medicina sonaba a poca cosa para la única hija del potentado Damián de la Reina, y su hijo mayor así se lo hizo notar con desprecio.

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