¿Contesta esto a tu pregunta? #EP41

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Gaspar acabó de barrer el suelo de la cantina. Con cada escobonazo su ánimo se había ido enturbiando. Siempre había sabido que no era ningún galán,  pero que hasta Isidro le diera calabazas... A qué negarlo, le había dolido.

Ya ni como pareja de dominó lo querían. Le costaba entender las razones del chófer. Tenía máximo respeto por que él mantuviera siempre vivo el recuerdo de su esposa, pero de ahí a negarse a jugar a blancas y pitos con un amigo, había un trecho.

Igual no eran tan amigos.

Pensar en Isidro y su amistad le trajo a Fina a la cabeza. Todavía sentía una agradable sensación cálida en el pecho cuando recordaba los días en que habían fingido ser novios. Las charlas, el tiempo compartido, los abrazos, le habían confirmado lo que ya sabía: Fina era una chica excepcional. Una muchacha tan sensata, tan familiar, tan guapa, tan trabajadora, tan resuelta, tan alta, con esos ojazos,... Meneó la cabeza, riñéndose por su estupidez. Había sido un iluso. Las mujeres como Fina no se fijaban en tipos como él.

Se había hecho muchas ilusiones, y mira que él no era demasiado ambicioso. Desde que aquel primo lejano, al que consideraba un segundo padre, lo había acogido dándole un trabajo y un futuro alejado de la marginalidad, no había hecho otra cosa que trabajar para que cuando llegara el día en que encontrara a una buena mujer, tuviera algo que ofrecerle.

Se había esforzado por convertirse en un hombre de provecho, confiable, de palabra. Un hombre de una pieza, alejado de las bravuconadas y chulerías que tanto despreciaba en algunos conocidos. Recordó la única vez que su padre le había puesto la mano encima, el bofetón con el que le cruzó la cara cuando, siendo un mozalbete, le había dicho que se afiliaba a Falange, y que le iban a dar armas para irse al frente a matar rojos.

-Más me valdría morirme ahora mismo que ver a mi hijo convertido en uno de esos asesinos. ¿Sabes lo que le pasa al alma de un hombre cuando le quita la vida a otro?

Gaspar había enrojecido por la vergüenza que le causó la mirada de decepción en los ojos de su padre. Poco después, en su lecho de muerte, él le aseguró que no era vergüenza, sino miedo de perderlo. Nunca más sintió la tentación de hacerse el valiente para aparentar lo que no era. Él era Gaspar de la Hoz, un hombre sencillo.

Después de aquello había tenido el golpe de suerte de caer en la colonia De la Reina. Siendo humilde como era, por naturaleza y por convicción, verse al frente de aquella cantina le producía una íntima satisfacción, colmaba su orgullo. No sería el más rico del lugar, pero vivía sin deudas, era dueño de su tiempo, su cocina y sus decisiones.

Por eso se había atrevido a proponerle matrimonio a Sonsoles. Había descartado los pocos pájaros en la cabeza que pudo tener en su cabeza durante su juventud a la par que perdía el pelo. Se había fijado en ella, una muchacha guapa, pero no demasiado, trabajadora pero sin ambiciones, joven pero no demasiado, agradable pero no cautivadora.

Honesta, pero no lo suficiente, al parecer.

El dolor de saberse engañado no tenía que ver tanto con el hecho de que media colonia estuviera enterado de las correrías de su ya no novia, sino con la frustración de no haber tenido nunca ni la más mínima oportunidad. Veía a Tasio y sus andanzas y aunque jamás se le ocurriría imitarlo ni tomarlo como modelo, debía reconocer que un poco sí lo envidiaba. El operario había mantenido varias relaciones, y había sido él quien las había hecho fracasar. El mundo en sus manos, aunque fuera para romperlo en mil pedazos.

¿Tendría alguna vez él esa posibilidad? Tener, de verdad, una relación con alguien que le importara de verdad, una buena mujer que realmente se lo planteara como una opción seria. En días como aquel, Gaspar pensaba que prefería acabar teniendo una pelea, o cometiendo él algún error que acabara con una relación seria, para que la ruptura tuviera un culpable claro. Mejor ser él el malo de la película que no tener película en absoluto, eterno secundario cómico al que todos alaban pero nadie considera merecedor de una atención individualizada. Un mero figurante con frase, nunca el protagonista de una trama.

Gaspar quería tener su trama. Su enamoramiento, su momento de felicidad, su pelea, su ruptura. Incluso su alejamiento o fase de celos por terceras personas que interrumpieran los intentos de reconciliación. Su final con campanas de boda o despedida lacrimógena en la estación. Su propia historia de amor.

¿Alguien querría escribir ese guión algún día? ¿Alguien le daría la oportunidad de protagonizarlo?

Mientras echaba el cierre y ponía rumbo a las habitaciones, sintió el frío de la noche primaveral, y se caló la gorra de paño. Quizá debía usar peluquín. Un hombre con pelo transmitía una imagen más saludable.

Bocaditos de sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora