No me lo he inventado #EP31

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Fina procuró no cruzarse con Marta el resto de la mañana. En realidad, prefería no hablar con nadie. Se sentía tan, pero tan tonta después del "no beso" con Marta de la noche anterior. Tonta por haber leído mal la situación, avergonzada por haber descubierto así sus sentimientos, e insignificante para aspirar a que la correspondiera.

La puntilla había sido la conversación de hacía un rato. Al menos, Marta le había reconocido eso, que las señales habían estado ahí: el roce de manos, las miradas cómplices, los abrazos cálidos, las conversaciones personales. Aunque después de reconocerlo, el "yo no soy como tú" la había derribado de la nube en que, ilusa ella, estaba empezando a vivir. Como Ícaro, después de casi tocar el sol, la caída había sido mortal.

Necesitaba estar sola. Tras algo así, la gente sólo servía para recordarle que ella era diferente, un bicho raro por ser como era y amar a quien amaba. Algo así como un ser inferior, incompleto o defectuoso. Y volver a bloquear esas ideas para que no se instalaran en su cabeza le costaría, le costaría un mundo. Además, ya tenía bastante problemas: debería estar pensando en la salud de su padre, no en Marta de la Reina.

¿Cómo podía haberse equivocado tanto?

Algo en su interior le decía que no, que no había sido error suyo. Por supuesto que Marta sentía algo por ella que no era sólo afinidad con una empleada. Pero la cuestión es que no estaba decidida a aceptar esos sentimientos y actuar de acuerdo a ellos. Ya Esther se lo había advertido. Esther, la única con la que no se había equivocado, la única a la que su intuición reconoció como una igual incluso antes de que se sinceraran.

¿Cómo podía haberse equivocado tanto, otra vez? También con Petra hubo señales, indicios de un afecto que rápidamente se descubrió interesado, una trampa urdida para conseguir con malas artes el puesto que ella había ganado en buena lid. Debía aceptar que no sabía leer a la gente, al menos en lo que a sus sentimientos por ella concernía. Su necesidad de sentirse amada, de encontrar una pareja con quien compartir el camino le jugaba malas pasadas. Le había pasado con Marta, con Petra, con Isabel.

El mismo sofoco de vergüenza que le había subido los colores cuando Marta la rechazó volvió a su rostro al acordarse de aquella muchacha, compañera en el Servicio Social hacía ya unos cuantos años. Isabel era menuda de cuerpo, con una sonrisa chispeante siempre en su cara y unos inmensos ojos que Fina nunca llegó a decidir si eran del color del chocolate o del caramelo.

Se había enamorado de ella casi sin darse cuenta, a base de compartir horas en las clases obligatorias diseñadas para educarlas en el espíritu patriótico y en la sumisión doméstica. Las horas de adoctrinamiento y costura se habían hecho mucho más llevaderas gracias al buen humor y los comentarios optimistas, sin malicia, de Isabel. Fina había disfrutado de tener una amiga fuera del entorno de la colonia, sintiéndola como un soplo de aire fresco en un mundo que adoraba pero que a veces se le quedaba pequeño.

Hasta que un día la vio salir del taller delante de ella, y adivinó su talle cimbreante bajo el austero uniforme azul, y el estómago le dio un vuelco al notar el movimiento de sus caderas, y ya no pudo pensar en otra cosa que en poner sus manos sobre ellas.

Al momento siguiente, la asaltó el miedo, uno con el que convivía desde que fue consciente de que le gustaban las mujeres.

¿Cómo saber si ella podía tener su misma inclinación, su mismo deseo? Por supuesto que a Isabel ella le era agradable, por eso buscaba su compañía en las tareas y se sentaba a su lado durante los soporíferos sermones de la jefa de la Sección. Solía retrasar un poco su silla, para tener una mejor vista de su perfil delicado, de sus orejas pequeñas y sus labios finos.

-No hubiera soportado este año sin ti, Fina. Eres maravillosa - le confesó un día. Ante esas palabras, Fina sintió revolotear mariposas en el estómago, y casi se le saltaron las lágrimas cuando a esas palabras se le sumó un cariñoso abrazo y un beso en la mejilla.

Bocaditos de sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora