Yo también quiero otra vida #EP99

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La penumbra se había apoderado de la habitación que, desordenada y aún con el olor a pintura flotando en el ambiente, daba un aspecto de deterioro a lo que era el hogar de los Merino.

Menudo hogar.

La tormenta había empezado a descargar un aguacero sobre la colonia, pero Joaquín no hizo ni el intento de levantarse del sofá para cerrar las ventanas. Ojalá y todo se volviera a inundar y el torrente de lodo lo arrastrara a él también al fondo del Tajo. Ojalá hubiera desaparecido de la faz de la tierra antes de haber contestado el maldito teléfono.

Ojalá morirse antes de perder lo único valioso que la vida le había dado, lo único que calentaba su corazón y lo hacía henchirse de orgullo. Lo único bueno que era suyo, y sólo suyo, lo que aplacaba sus tristezas y reclamos cuando sentía que su vida era un fracaso.

Gema había sido el premio que nunca esperó ganar en la lotería, él, que jugaba siempre con prudencia y jamás ganaba. Desde el día que la conoció, mirarla a sus ojos oscuros había sido su remedio, su conjuro contra la mala jornada. Habían sido muchos días malos mejorados como por arte de magia cuando se tumbaba junto a ella en la cama, la miraba y le acariciaba la mejilla, la nariz respingona, y ella se reía.

Habían conseguido dejar su vida marital fuera de las quejas, las mezquindades, las envidias, las tensiones económicas. Hasta ahora, Joaquín nunca había pensado que la complicidad y ternura que compartían en el lecho, los ocasionales arrebatos de pasión, no fueran suficiente para su mujer. Ella, que siempre estaba dispuesta a derramar su corriente de observaciones negativas sobre el trabajo, el desprecio de los De la Reina, el compartir casa con su madre, jamás había mostrado ninguna objeción explícita o implícita respecto a sus relaciones íntimas.

Hasta ahora.

Gema tenía un amante. Ernesto. Qué clase de relación tenían, como para que él hubiera llamado a su casa, para delatarla. Una relación turbia, clandestina, oscura, sucia, de la que ahora él era parte involuntaria. El marido cornudo. La única labor de su vida de la que por momentos se sentía orgulloso, la única que le había dado felicidad real, se había roto, deshecho, como un gigante con pies de barro que volvía al fango de donde había salido.

Toda su vida era marrón, mediocre, y siempre lo había sido. Era su naturaleza ser así, el mediano de tres hermanos, el menos inteligente, el menos sensible, el menos arrojado de sus primos. Recordaba de pequeños, cuando su padre aún era socio de Damián y se trataban en pie de igualdad, y aún así él siempre se había visto por detrás del resto, del liderazgo de Jesús, de la fina inteligencia de Valentín, excluido de los juegos infantiles de Luis y Andrés por ser demasiado mayor, o de la conversación de Marta por ser demasiado simple.

No le importó quedarse en la colonia en lugar de marcharse a estudiar como sus hermanos, seguro de que su lugar estaba pegado a la tierra que lo había visto nacer. Al faltar su padre pensó mucho en los motivos que pudo tener para quitarse la vida. Qué clase de carga, desapego, vergüenza, lo había llevado al suicidio. Aunque nunca se lo dijera, él podía entender la profunda melancolía que a menudo invadía a su padre, pero se negaba a creer que esa fuera la única causa de la decisión que tomó. No podía pensar en él queriendo dejarlos solos voluntariamente, así que acabó creyendo que lo había hecho para protegerlos de algo, quizá de su propio temperamento taciturno que, por mucho que su madre quisiera ocultarlo, tanta pena llevaba a su ojos.

Llegar a aquella conclusión, que jamás compartió con nadie, por qué con quién podría, lo llenó de serenidad. Se concentró en llevar adelante una vida sencilla, práctica, rutinaria, que le venía como anillo al dedo a las labores que empezó a desempeñar en la fábrica, el encargado siempre confiable, siempre disponible, siempre atento a aplacar las quejas de los obreros y a la vez a distribuir mejor sus cargas para hacer la vida más tolerable. El perfecto segundón, que cumple su papel con eficacia y jamás exige un papel mayor.

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