Tres días. Tres días con sus tres noches en vela. Setenta y dos horas. Cuatro mil trescientos veinte minutos. Doscientos cincuenta y nueve mil doscientos segundos, y contando.
Todo ese tiempo llevaba sin ver a Marta. Sin saber nada de ella, de hecho. Ni había pasado por la tienda, ni la había requerido al despacho, ni se había asomado por el almacén. Se la había tragado la tierra. La antaño estricta y controladora jefa parecía estar de vacaciones.
Igual lo estaba. En el apartamento de Madrid. Con su marido.
Fina puso los ojos en blanco e intentó no ahondar en la impotencia que sentía. No estaban en Madrid. Su padre se lo hubiera dicho. Estaban en la finca. Simplemente Marta no quería verla. Le estaba dando el espacio que le había pedido. En mala hora lo había hecho.
No quería pensar más. La cháchara de Claudia y Carmen la distrajo. Estaban siendo su tabla de salvación. Benditas amigas.
La repentina aparición de la patrona en la tienda interrumpió sus bromas; y ella no pudo ni quiso evitar comérsela con la mirada mientras las informaba sobre el lanzamiento del estuche de cosméticos. Estaba guapísima con aquella blusa estampada en tonos azules, la misma que llevaba cuando...
Necesitaba que la mirara. Necesitaba ver si Marta también recordaba aquella noche en Illescas, cuando había vestido aquel mismo conjunto. ¡Lo que habían bromeado sobre lo que pensaría Gema si supiera por qué había quedado tan arrugada la blusa!
No lo hizo. Al principio creyó que era casualidad, pero Marta podía ser muy brusca cuando estaba en su papel de jefa, o nerviosa. La manera en que había evitado mirarla no tenía nada de casual, ni de natural. Era algo premeditado: incluso cuando, al encargarle la decoración de la tienda no había tenido más remedio que dedicarle un vistazo, este había sido fugaz, condescendiente, impaciente.
Las palabras de Carmen disculpándola no la tranquilizaron. ¿Y si Marta había cambiado de idea, y la despedía? Le había asegurado que no podría hacerle eso a ninguna de las dos, pero Fina ya no sabía qué pensar.
Quizá no quería mirarla porque si lo hacía no podría evitar acercarse a ella, tocarla, besarla, delatar el amor que le seguía profesando, aunque le hiciera daño esa relación sin futuro. Eso es lo que le pasaba a ella, y por eso le había pedido distancia. Marta, simplemente, le estaba haciendo caso, facilitándole las cosas para que ella no se derrumbara. Marta nunca le haría daño voluntariamente. Bien al contrario, estaba mostrando respeto por su decisión, llevando a la práctica su consejo de intentar rehacer su vida.
¿Estaría siguiendo todos sus consejos? Fina no sabía en qué mala hora las palabras recomendándole que tratara de ser feliz en su matrimonio habían salido de su boca. Podía imaginarse a Marta sola, tal y como había pasado los últimos años, apasionada por su trabajo en la fábrica, pero pensarla junto a su marido le roía las entrañas.
Ese sería el límite. Por más que le doliera separarse de su padre, aunque fuera tirar por la borda todos los esfuerzos realizados a lo largo del tiempo para progresar, no podría seguir trabajando con Marta y verla diariamente intercambiar sonrisas y gestos de afecto con su marido.
Igual que no podría soportar tenerlo a él como médico. Se le revolvía el estómago si recordaba la forma en que le había examinado la cicatriz de la puñalada.
Iba a tener que marcharse.
No era la primera vez que sentía esa necesidad, ese deseo. Con Esther, el plan había estado bastante avanzado. Estudiaban francés juntas en todos sus descansos, pidieron certificados de buena conducta al párroco, cartas de recomendación en la fábrica, incluso tenían los ahorros para pagar los billetes del tren. Nunca había estado tan cerca de dejar la colonia. Pero no se marchó.
Hubo otra ocasión en que se planteó seriamente alejarse del mundo de los De la Reina. A punto de acabar el servicio social, sus jefas le habían alabado sus labores de costura, la pulcritud en las puntadas, la rapidez en el trabajo, el buen gusto en los bordados. Había oportunidades para buenas costureras en Madrid, y ella había fantaseado con marchar a la gran ciudad como tantos otros paisanos estaban haciendo.
¿Qué la retuvo entonces? Hizo memoria. Fue la época en que tuvo dudas sobre declararse por primera vez a una chica. Ella había influido en su decisión de quedarse en Toledo, desde luego. Además, su padre se había opuesto a la idea: aunque tenían una comunicación envidiable basada en la confianza y el cariño, y discutían muy pocas veces, cuando lo hacían acababan alzando la voz. Se habían gritado en medio de la cocina. Que qué necesidad tenía de irse, cuando en la colonia tenía casa y podía optar a un trabajo. Que ser criada de la familia De la Reina no era ninguna deshonra. Que era demasiado joven, menor de edad de hecho, para irse sola a ese sumidero de perdición que era Madrid.
Que no podría darle el beso de buenas noches a su niña.
Digna los había encontrado en plena pelea, ella con la cara enterrada en las manos para evitar decir algo de lo que luego se arrepintiera, Isidro cortando a machetazos un queso que no merecía tal agresión. Tan testarudos, tan parecidos los dos. La buena mujer los había calmado, les había recordado lo que eran el uno para el otro. Se habían abrazado, pero Fina no cejó hasta arrancarle a su padre la promesa de que, si aparecía una buena oportunidad, no le impediría aprovecharla.
Lo de Madrid no prosperó porque en realidad no le apetecía nada irse sola. Aún así, seguir trabajando en Toledo para doña Francisquita, la modista, le parecía una situación satisfactoria, lo bastante cerca de su padre para no extrañarlo, lo bastante autónoma como para no sentirse inferior a nadie, lo bastante libre como para no ser observada, reconocida a cada paso en sus movimientos por la colonia. Libre para buscar su felicidad.
Hasta que un día su padre le contó las novedades. Marta de la Reina volvía a casa de su padre, para quedarse. Retazos de conversaciones sorprendidas entre Isidro y Digna le revelaron que el matrimonio de la hija mediana de Don Damián parecía atravesar un bache, y que el doctor Berenguer no regresaba con su esposa.
Pronto se notó una actividad inusitada en torno a la fábrica, se hicieron obras y un día se corrió la voz de que iban a ampliar la tienda, modernizándola con un perfil bastante diferente al de la pequeña expendeduría aneja a los almacenes que había funcionado hasta entonces. La dirigiría la propia Marta en persona.
Fina dedicó mucho tiempo a pensar en esa tienda, sobre todo cuando encargaron en su taller los uniformes que vestirían las dependientas. La calidad de las telas, el elegante color lavanda, hablaban de exquisitez, buen gusto, ambición. Sólo alguien como Marta podía concebir y llevar a cabo un proyecto así, crear una elegante boutique en un lugar perdido de la mano de dios.
Fina quería formar parte de ese proyecto. Quería enfundarse ese traje, hacerse el aparatoso lazo de la blusa todas las mañanas para atender con su mejor sonrisa a clientas agradecidas, pisar la colonia no ya como la hija del chófer, sino como una mujer dueña de sí misma, útil en su trabajo, merecedora de un sueldo que le permitiera forjarse una vida sin la tutela de un marido. Quería moverse por los escenarios de su infancia sintiendo que había futuro para ella, y recorrer los pasillos de la residencia o los almacenes con la expectativa de cruzarse con la hija de los patrones y ver la aprobación en sus ojos.
¿A quién iba a engañar? Marta siempre había estado ahí, rondando su cabeza, condicionando sus decisiones incluso cuando no había entre ellas más que distancia física y social.
Si de verdad quería darse una oportunidad para ser feliz, para desarrollarse en su trabajo, tenía que alejarse de ella. Había defendido con uñas y dientes su trabajo, incluso cuando Petra la amenazó, pero quizá había llegado el momento de dar un paso al lado y alejarse de verdad. Ella sabría labrarse un nombre, ganarse el pan, fuera de allí. Tenía la capacidad y, sin Marta cerca, tendría la tranquilidad de espíritu que tanto echaba en falta.
Tenía que extirparse el corazón para que le dejara de doler.
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Bocaditos de sueños
FanfictionOne shots con #Mafin y otros personajes de Sueños de Libertad de protagonistas. Pequeñas escenas sugeridas por los capítulos que llevamos de Sueños de Libertad y que sólo pretenden rellenar algunos huecos y regalarnos un poquito más de presencia de...