Un fantasma en una tierra extraña

Capítulo 10: Después de Fuyuki 3

Los cinco estaban sentados alrededor de la mesa de conferencias, nadie hablaba. Romani pasó su mirada de persona a persona.

Da Vinci todavía estaba nervioso, y no estaba seguro de qué era más inquietante en eso, si ella todavía no había recuperado la compostura o si se había nervioso en absoluto. Da Vinci NUNCA se puso nervioso.

Pero algo se apoderó del sistema de invocación de Chaldea para forzar su existencia: ese era el tipo de historia del fantasma que los técnicos podrían haberse contado a sí mismos en las horas oscuras del turno de noche. Que esto sucediera y, además, pasar por alto todas y cada una de las precauciones que había incorporado al sistema...

No, Da Vinci tenía que sentir como si hubiera estado jugando al ajedrez y hubiera recibido un jaque mate de la nada. El problema de pensar que tienes un plan para cada contingencia significaba que cuando te golpeaban inesperadamente en la cara, eso tendía a sacudir tus cimientos bastante, y Romani supuso que eso era lo que Da Vinci estaba sintiendo en ese momento.

No había señales del afable y despreocupado Cu Chulainn. El hombre estaba sentado erguido en su silla, su postura inusualmente perfecta; posiblemente la primera vez que Romani lo había visto sentado y no encorvado. Estaba observando a todos con atención, cada centímetro del depredador de su tocayo.

Mash estaba preocupado. La pobre niña se había estado mordiendo tanto el labio inferior que Romani se sorprendió de que aún no lo hubiera mordido. Simplemente se habían estado adaptando a algo que se parecía a la normalidad, por mucho que pudieran tener eso, dada su situación, y luego algo como esto.

Y luego estaba Kratos.

Su deidad residente estaba rígida como una tabla, con los ojos enfocados al frente, en el centro de la mesa.

¿Dónde descansaban las espadas gemelas que habían caído a través del desgarro que en realidad se había manifestado en medio de la cámara de invocación?

De alguna manera, Romani encontró su voz, aunque no estaba seguro de dónde. "Respetuosamente... Kratos, ¿qué diablos acaba de pasar?" Su voz no tembló, lo que, sinceramente, lo sorprendió. "Creo que por tu reacción queda bastante claro que conoces esas dagas, dado que parecías haber visto un fantasma cuando cayeron de esa grieta".

Y lo que sea que había estado mirando, inmediatamente después de que las armas cayeron al suelo, y giró la cabeza, mirando más allá de Da Vinci hacia… algo. Algo que ninguno de los demás había visto. Si el dios con el que habían hecho una alianza estaba viendo cosas, era mentalmente inestable... era una pesadilla que ni siquiera QUERÍA considerar.

Pero era algo que tenía que considerar, porque era el director en funciones de Chaldea. Tuvo que soportar esta carga porque nadie más podía hacerlo.

Con un esfuerzo de voluntad, superó todo el miedo, toda la frustración, todo el estrés, todas las noches de insomnio, las jornadas laborales de 20 horas y las comidas perdidas, y suavizó su tono. "Por favor, sólo... explique lo que acaba de pasar. Si estamos a punto de tener más visitantes de su zona de peligro, me gustaría estar advertido. Hay muchas preguntas que tiene dando vueltas a su alrededor, y No te hemos presionado; mereces tu privacidad en ese sentido tanto como cualquiera, pero después de esto…”. Hizo un gesto hacia el centro de la mesa, donde estaban esas dos armas. "Tendré que insistir en algunas respuestas".

Durante un largo momento, Kratos no dijo nada, apenas se movió. Luego, suspiró y comenzó a hablar. "Una vez fui capitán. El capitán más joven que Esparta había visto jamás. Fui anunciado como un prodigio: se creía que traería gran gloria a nuestra ciudad y llevaría a nuestros hombres a muchas victorias".

Cerró los ojos. "Bajo mi mando, mis hombres vieron muchas victorias. Pero yo era tonto, miope y hambriento de gloria. Me creía invencible y guié a mis hombres a una batalla contra una horda de bárbaros muchas veces mayores que nosotros, liderados por un rey poderoso de su especie fuimos derrotados."