El pasado no siempre trae las mejores cosas consigo, y Kaylee Felling es testigo de eso.
Una noche como cualquier otra llegó el pasado tocando a la puerta, trayendo consigo a una santa bestia sediento de sangre.
Él, que parece un ángel antes los ojo...
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Kaylee Felling
Ryan me observa confundido por mi repentina pregunta.
—¿Qué?— pregunta aún con la voz ronca.
Señalo el suelo justo por debajo de la puerta donde se puede ver claramente un espeso humo blanco entrar con rapidez.
Mi vista se intercala entre el suelo y Ryan esperando una reacción ante lo que mis ojos ven. Pero al no obtener reacción alguna, mis alertas se comienzan a disparar.
—¿Ryan?.
El pelinegro solo observa la puerta de madera sin ninguna reacción aparente, es como si estuviera en cualquier otro lugar. Su voz repentina brusca y sin una pizca de excitación me asusta.
—Tenemos que salir de aquí— Se separa de mi y camina hasta la puerta intentando abrirla.
A pesar de los duros empujones, patadas y golpes dados por Ryan a la puerta esta se mantiene cerrada.
—¿Qué está pasando?— pregunto yo un poco ida.
—Creo... creo que hay un incendio allá afuera— mis ojos se cierran ante la mención de la palabra incendio y un sin fin de escenarios pasados comienzan a surgir.
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El ruido del gas siendo vaceado en el aire me afecta la respiración, incluso mi cabeza parecía haber recibido un duro golpe por el olor asfixiante.
No podía detenerme aquí.
Decidida camino a la sala, faltan solo unos minutos para que él llegue con un cigarrillo prendido y las llaves de su moto en una de sus manos.
Las mismas que me tocan cada noche.
El sonido del cerrojo siendo abierto acelera todos mis latidos. Ya era el momento, estaba cerca y solo habían dos opciones.
O vivía o moría.
Sus ojos color verde aceitunados me miraron nada mas entrar con extrañeza y desconfianza.
El cigarrillo siendo consumido por él terminó encendiendo el fuego que poco a poco nos iba a consumir.
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—¿Kaylee estás bien?— Ryan se me comienza a acercar con pasos lentos.
—Si es solo que..— un suave suspiro se escapa de mis labios involuntariamente— no me gusta el fuego.
