epílogo I

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dos años después

I'm home, granny. —Chiara dejó sus llaves en la mesilla del recibidor y descargó todos los trastos en su cuarto. La guitarra le cargaba la espalda, como siempre, así que se apoyó en el marco de la puerta e hizo unos estiramientos.

Su abuela, se asomó con una sonrisa. —Hi sweetie. —Besó su mejilla. —¿Qué tal ha ido hoy?

—Regular. Los lunes siempre son un mal día. —Su abuela hizo una mueca. —La gente tiene demasiada prisa como para pararse a dejarme un pound.

—¿Y ahora te vas al bar? —Preguntó mientras se dirigía a la cocina.

—No, los lunes no abren. Hoy descanso. —Sonó más aliviada de lo que pretendía.

Su abuela le calentó la cena entonces. Igual que cada día que la menorquina llegaba a casa corriendo para cambiarse y entrar a trabajar. Excepto los lunes, aunque siempre tenía que recordárselo a su abuela.

Esta rutina se había estado repitiendo durante dos años. Desde que Chiara decidió quedarse en Inglaterra y no volver a España. En cuanto se vio sola, tuvo claro que debía ir con su abuela Sophie. Iba a ser quien mejor cuidase de ella, aunque ahora pareciese al revés. La mujer, con los años, reñía cada vez más a su memoria.

La vida de la medio inglesa había cambiado bastante. Ahora vivía con su abuela y veía al resto de su familia en Navidades. Una vez al año. Suficiente. Trabajaba en un bar para aportar algo más de dinero en casa —la pensión de su abuela no es que fuera escasa para que dos personas viviesen dignamente, pero siempre venía bien algo de dinero extra—. Por las tardes se entretenía tocando en alguna parada de metro o en la esquina de alguna calle cercana.

Y cuando empezaba a oscurecer más de lo habitual a esas horas, se iba al bar. No era lo que más le gustara en el mundo, pero le mantenía la mente ocupada. De hecho, se había encargado en mantener su mente ocupada el mayor tiempo posible. Por eso, a ojos de su abuela, no paraba. Y por eso, parte de lo que ganaba en el bar, lo invertía en terapia.

La música y su abuela era lo que más le ayudaba a aceptar su nueva vida. Y ya se estaba acostumbrando. Era su nueva realidad. Aunque había noches que la cabeza le traicionaba y le traía recuerdos de cuando vivía en Madrid. Cuando todavía sabía querer. O cuando todavía no le había vencido el miedo. Pero podría decirse que estaba bien. Tenía un trabajo, una casa y a su abuela. Había rehecho su vida, y se conformaba con eso.

Elvis Presley sonaba de fondo mientras abuela y nieta cenaban tranquilamente. Chiara esperaba a que su abuela le contase algo de su día, preguntarle le resultaba violento, pues no sabía si iba a acordarse tan siquiera de lo que había comido. Por eso, casi siempre las conversaciones se basaban en Chiara y en su día, a pesar de que fueran exactamente todos iguales. Casi estaban terminando de cenar, el silencio volvía a acompañarlas.

—¡Ay! —Exclamó de pronto Sophie, soltando la cuchara en el plato medio vacío. De haber estado un poco más lleno, le hubiese rebosado. —¡Casi se me olvida!

God, qué susto me has dado. —La menorquina soltó el aire retenido y puso una mano en su pecho. Observó como su abuela se levantaba de la mesa y volvía con un sobre blanco. —¿Qué es eso?

—Llegó esta mañana. —La mujer se lo acercó. —Está a tu nombre.

Chiara abrió el sobre con cuidado para no romper el interior. Aunque cuando sacó la tarjeta que había dentro, quiso haberla roto en mil pedazos.

25 de mayo
boda de Rusli & Samu
Kiki + 1

Su rostro se volvió más pálido del que el frío de Inglaterra le estaba dejando. Leer aquellos nombres le trajo un torrente de imágenes a su cabeza. De todo lo que se había forzado en borrar. Su abuela captó pronto el cambio de expresión en la pequeña.

Una Ruptura y Diez Bodas || KiViDonde viven las historias. Descúbrelo ahora