18. déjame cuidarte

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Las enfermeras que llevaban la camilla se dirigieron a la pelinegra, que enseguida fijó su vista en el rostro de Violeta.

—Como se nos ha hecho un poco tarde, mañana vendrá la doctora con los resultados. —Chiara miró a la chica y asintió. —Sigue sedada, así que tal vez tarde en despertarse.

—Que descanse y no haga esfuerzos. —Añadió la otra enfermera. —Buenas noches.

—Buenas noches. —Se despidió la pequeña.

Cuando la puerta se cerró, se acercó cuidadosamente hasta poner el asiento a la altura de su pecho. Se fijó entonces en el gran moratón que manchaba el párpado de su ojo izquierdo. Bajó la vista hasta su boca, observando ahora el pequeño corte que partía su labio inferior. Sintió un impulso desenfrenado de besarlo, pero no lo hizo.

El rostro de la chica transmitía calma, pero también reflejaba cansancio. Las ojeras estaban marcadas, y la piel lucía mucho más pálida que la última vez que pudo observarla con tanto detenimiento. Suspiró al casi no reconocer a la chica que tenía delante. Esa no era la Violeta alegre que la chinchaba por el día y la abrazaba por las noches. No era la Violeta de la que se enamoró.

Apoyó su mejilla en su propio puño, adoptando la posición más cómoda para estar sentada en un sillón de hospital. Todavía sentía su nudo en el estómago al tener frente a ella a la granadina en ese estado. Mantenía su vista fija en ella, como si mirándola pudiese sanarle los males. El sonido de su móvil la distrajo.

nicole
donde estás

Suspiró y puso el móvil en silencio. No tenía energía para afrontar esa conversación. Volvió al trance de antes, salvo que esta vez la culpa invadió su cuerpo. Si tan solo hubiese esperado a arreglar las cosas... O si tan solo hubiese podido no estar con Nicole. Pero tuvo que contestar a ese mensaje. Los pensamientos frenéticos que pasaban por su mente fueron agotándola hasta que el sueño se apoderó de ella.

Alrededor de las tres de la mañana, Violeta abrió los ojos lentamente, tomando conciencia de su cuerpo y de su estado. Le costó un poco adaptarse a la escasa luz que alumbraba la habitación. Volteó su cabeza, ubicándose de nuevo en aquella sala vacía. Hasta que giró la cabeza a su izquierda y vio a una pelinegra dormida en un sillón. Su corazón se aceleró cuando, entre todo el olor a hospital, percibió el aroma a vainilla propio de Chiara.

Se permitió un par de minutos para mirarla lo poco que la luz de la luna y la farola más cercana de la calle permitía. Respiró hondo. Necesitaba hablar con ella, acabar esa conversación.

—Kiki. —Susurró. Intentó estirar su brazo débilmente para tocar a la chica y así llamar su atención. —Kiki. —Volvió a decir, un poco más alto, mientras se esforzaba en llegar a la menorquina. Terminó tirando el palo del suero, provocando un estrepitoso ruido de metal.

Chiara dio un brinco, despertándose de golpe al escucharlo. Miró a todas partes en busca del origen del sonido. Se encontró con los ojos de Violeta. La chica la miraba con una mueca de disculpa, y señaló con la vista el gotero que seguía en el suelo. La pelinegra lo puso en pie de nuevo, y se aseguró de que todo estuviese correcto.

—Se me ha caído sin querer, perdón. —Dijo la pelirroja, rompiendo de nuevo el silencio. Chiara asintió en señal de entendimiento, sin atreverse aun a decir nada. Violeta volvió a hablar. —¿Y Denna y Rus?

—Se han ido. Les dije que se fueran. —Aclaró. —Cuando entré estaban dormidísimas las dos. —Violeta amagó una sonrisa, tanteando su próxima frase.

—No pensaba que quisieras verme. —Confesó, mirando la vía de su mano, sin atreverse a enfrentar los ojos de la chica.

—Yo no sabía si debía hacerlo. —Chiara imitó a la granadina, apartando la mirada y llevando su mano a su propio pendiente. —Siento que Nicole te hiciera esto.

Una Ruptura y Diez Bodas || KiViDonde viven las historias. Descúbrelo ahora