Uno

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   1° Parte ❤️

26 de enero, 1850

Llevábamos meses ahorrando, aprovechando cada gotita que caía del cielo, del techo ode cualquier prenda secándose excesivamente húmeda; todo el agua lo acumulábamos en un pequeño cubo de hierro oxidado, esperando cautelosamente a que llegara el momento, y tener así todo listo; en los pies de la cama, una toalla de algodón blanco reposaba junto un cuchillo y aquel cubo; en aquel colchón se haría todo, allí crearía otra vida, sobre aquellas sábanas manchadas de la tierra desprendida de nuestros cuerpos, cuando descansan, duermen y sueñan que no la portan, que no representan a una clase pobre, hambrienta, que sufre las mayores desigualdades, y la más trabajadora. Inspecciono la casa: formada por dos habitaciones, la más grande actuando como cocina, con alimentos y cajas como mesas o sillas, y con una pequeña cama que comparten mis dos hijos mayores, Luis Alberto y María, Y que pronto compartiría con un miembro más, cuando dejase de ser tan pequeño y delicado, cuando de sus labios aprenda a hacer recitar dulces palabras y su cuerpecito, con mis rasgos heredados, se mueva con la gracia de su padre y la seguridad que le permitirá conseguir lo que quiere; cuando me imagino un futuro, los próximos dos años, mi mente crea un precioso bebé sonriente con la cabeza morena sobre mi hombro, con ojos oscuros fijos de los míos mientras me acaricia un mechón de pelo bendecido, con sus pequeños dedos con uñas diminutas, con poco pelo negro rizado y las mejillas sonrojadas; un pequeño niño, dulce y hermoso, sana y fuerte; pero en cuanto pestañeo, la realidad invade de nuevo a mi subconsciente: ¿sana, fuerte? Vivo como lechera, con un marido agricultor, un hijo y una hija; Somos una familia negra y simplemente por eso nos pagan la mitad del resto o incluso, con el silencio.

La otra habitación de la casa era un pequeño cuarto con una cama más grande que la de mis hijos, en la que dormimos cada noche yo y mi esposo, en la que día luz a nuestros descendientes, recuerdo, que siempre rezando por que fuese un varón, para que pudiese trabajar para la familia y ganar dinero; con el primero, Dios escuchó mis oraciones, la segunda vez, pareció querer castigarme por volver a abusar de su gratitud y empatía; en el extremo derecho del dormitorio, había un pequeño lavabo lleno a rebosar de agua teñida de diferentes tonos oscuros, con la que nos aseámos una vez por semana, cada domingo, cada miembro de la familia dispone de una hora de intimidad, con aquel agua fría y sucia, una pastilla  de jabón y un peine de madera; de poco sirve, evidentemente, ya que el resto de días de la semana también sudámos y trabajámos, olemos a cansancio, a ganas de querer decir adiós por una vez con sentido satisfactorio; a pesar de ser poseedora de estos turbios conocimientos, en la "casa" había una norma: Quien se acercase mínimamente a la seo fuera de su respectivo horario, con o sin intenciones, recibiría un castigo, desde unos golpes hasta la ausencia de alimentos o higiene durante un límite de tiempo.

Dirijo más manos a mi vientre, abultado por el avanzado embarazo, "¿cuándo llegará la hora?" , me pregunto. Estamos a jueves, al anochecer, aproximadamente; acabo de repartir la última caja de leche por un barrio de clase alta; las últimas 26 botellas iban dirigidas a palacio, Masajes recogió el mensajero del rey, un hombre de mediana edad, rubio, con un pelo largo, hasta el hombro, recogido con una cinta en una brillante coleta; que yo sepa, ese corte de pelo no es de lo más popular entre los nobles hoy en día; sus ojos eran azules y bajo ellos anchas ojeras y oscurecía en la mirada. Al verme, recuerdo notar su expresión incómoda, de desagrado; cogió la caja meticulosamente para no tocarme y me Pago con 1/4 de lo pactado, sin mirarme, sin mediar palabra, sin ningún tipo de contacto entre ambos, y se marchó por su camino de piedra perfecta iluminado por farolas.
-Querida-oigo una voz femenina tras mis espaldas. Me giro y veo a Mariana, la mujer con la vivienda más cercana a la mía y con la que mejor relación mantengo. El reflejo del sol que entra por la puerta de madera abierta le cubre el rostro, cerrándole, por lo que se tapa los ojos haciendo sombra con la mano izquierda, enredada en vendas antaño blanquecinas y ahora pintadas por su propia sangre-, ya estoy aquí. Esperaré con usted hasta que llegue el bebé, yo le ayudaré con todo-me dedica una sonrisa con la que espera que me olvide de lo que duele el parto, y de todos los riesgos que se toman durante y después de él; de verdad que lo intento, pero no logro quitarme de la cabeza la imagen de mi madre pálida, con los ojos entre cerrados y los labios morados, entre los que se Ven sus dientes medio caídos y su lengua blanca; su rostro está mojado y en su frente descansa un paño húmedo; sus ropas, las sábanas y la madera del suelo están manchados de sangre, sobre todo su falda, desde el inicio de la cintura, donde se extrajo al bebé; sus manos, ya discapacitadas para el movimiento, rodean a su segundo hijo, recién nacido, que llora, y sus lágrimas descorren el líquido rojo que le cubre el cuerpo.

Florecientes bajo la luna [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora