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BUCKY

Bucky durmió durante todo el vuelo de regreso a Nueva York, pero no podría decir que descansó ni siquiera un poco. Su cabeza todavía estaba en la isla, en los labios de Steve, en sus ojos a la luz de la luna, en sus manos entrelazadas, y también en sus lágrimas.

Para cuando aterrizaron estaba de mal humor y el dolor de cabeza empezaba a enloquecerlo. En algún lado del aeropuerto los Rogers también estarían desembarcando, y él no tenía ninguna intención de cruzarse con ellos de nuevo. Tal vez jamás. La última vez que los vio fue cuando se despidieron después de la pijamada, y ya está. Allí acabó todo. Los chicos le dieron las gracias, Bucky los abrazó de vuelta, y no se quedó allí para verlos partir. Claramente las cosas no habían salido bien, y Bucky agradecía que sus hijos tuvieron la suficiente compasión para no preguntar al respecto.

Arrastró su maleta a través del aeropuerto y tan solo se tranquilizó cuando Clint y Francis los recibieron con Alpine en brazos. Clint sostenía un estúpido cartel que decía "Bienvenidos, Alvin y las Ardillas" con las caras de ellos tres editadas sobre el cuerpo de las ardillas de las películas. De inmediato su amigo se dio cuenta de que algo no iba bien. Aun así, Bucky optó por ser una persona decente y abrazarlos en cuando los tuvo cerca, feliz de verlos a ambos después de una semana. Luego cogió a la gata en uno de sus brazos y fueron hacia el coche.

—¿Cómo estuvo el resort? —inquirió su amigo en cuanto tomaron el camino para salir de Queens hacia Brooklyn.

—De maravilla —respondió distraído.

Observó a las personas en la calle. Una parte de sí temía encontrarse a Steve en cada parada del semáforo o en cada esquina que cruzaban, pero no se atrevía a cerrar los ojos por si tenía la oportunidad de volver a verlo una vez más.

—No tienes cara de que haya sido una maravilla.

Bucky suspiró.

—Mantén los ojos en el volante, señor inspector. No se estrelló el avión, no quiero que nos estrellemos ahora.

—Señor, sí, señor.

No dijo mucho más hasta llegar al edificio, a excepción de las veces en las que se vio obligado a participar en la conversación porque alguno de los chicos decía algo que lo involucraba. Cuando Clint estacionó, bajó en silencio, cogió su maleta y subió hacia el ascensor.

Entrar en su apartamento casi le tranquilizó, casi, porque significaba que todo volvería a la rutina y podría retomar el control de su vida una vez más, eso si no fuera por el hecho de que no tenía ningún control en absoluto. Ni siquiera quería volver a su vida de antes. Quería a Steve, los quería a ellos seis juntos.

Dejó a la gata en el suelo para que fuera a olfatear sus lugares familiares y se dirigió a su habitación con Clint siguiéndole de cerca. Su amigo cerró la puerta apenas entraron.

—Bien, ¿qué ocurre contigo?

Bucky dejó la maleta junto al closet y se dirigió al baño para coger una aspirina. La tomó con agua del grifo y entonces se giró hacia su mejor amigo, que lo observaba preocupado con las manos en las caderas.

—¿Qué ocurre de qué?

Clint gesticuló exageradamente hacia su cuerpo.

—Contigo, todo este ser gruñón. No pareces alguien que acaba de volver de unas vacaciones de maravillas —dijo, haciendo comillas.

Bucky volvió a torcer los ojos.

Finding a heart at the sea [STUCKY]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora