Hermione ni siquiera era capaz de recordar la época en la que Draco no formaba parte de su vida. Se había hecho un hueco tan importante y tan rápidamente que ella no lo había visto venir.
No debería haberse permitido acostumbrarse a su presencia, pero al mismo tiempo no podía evitar disfrutar de ella.
Se dirigió al dormitorio de la niña. Se sento al lado de la cuna nueva y observo a su hija, que dormía plácidamente, y si envidio el sueño pacifico de la niña.
Acaricio con la yema de los dedos los barrotes de madera de roble y recordó las manos de Draco armando la cuna, como se había reído con aquellas instrucciones indescifrables y lo orgulloso que se había sentído al instalar su regaló en el dormitorio de la niña.
-Esto no me está ayudando-susurró Hermione entre dientes.
Salió de la habitación y comenzó a ordenar los cojines del salón, a recoger papeles en busca de algo en que ocupar la mente. Algo que distrajera del hombre que parecía abandonar sus pensamientos.
Pero era una batalla perdida y Hermione lo sabía. Cuando Draco se hubiera marchado, ella seguiría añorandolo.
Alguien llamó a la puerta, y Hermione sobresaltada, consulto su reloj. Eran las once en punto. ¿Quién sería a aquellas horas de la noche?
Se precipitó hacía la puerta, y miró a través de la mirilla. Draco.
Su cuerpo pareció cobrar vida y tuvo la sensación de que la sangre se le sobre saltaba en las venas. Parecía como sus pensamientos lo hubiera llevado hasta allí y, rindiendose ante el instinto el destino, Hermione quito la cadena de la puerta y abrió.
Draco la miró durante unos minutos.
Hermione tenía los hombros desnudos bajos los finos tirantes de su camisón corto, y la delicada tela se le ajustaba sobre aquellos pechos pequeños y perfectos, remarcandole suficiente los pezones como para que Draco no tuviera más remedio que quedarse embobado mirándolos. Unos pantalones cortos blancos colgaban libremente de su cintura estrecha, dejando entrever un trozo de piel blanca que provocó en él el deseo de tocarla y sentir la suavidad de su carne. Tenía un aspecto calido, despeinado y dispuesto para el amor. Lo único que lo detuvo fue el hecho de saber que medicamente hablando, no estaba lista.
Hermione dio un paso atrás para dejarle paso y entró a toda prisa antes de cambiar de opinión.
-¿Draco qué estás haciendo aquí?
-Estaba afuera, en mí coche y vi que tenías la luz encendida y... Estupendo creo que parezco un completo acosador-reconoció pasándose la mano por la cabeza-. Ya se que suena fatal, a mí tampoco me gusta, pero por alguna razón yo...
Draco se encogió de hombros, como si reconociera sin palabras que no tenía ninguna razón para estar allí.
-Sencillamente me subí al coche y acabe aquí.
Draco no había contado con tener sentimientos tan intensos. Había renunciado al amor. Eso era lo que ocurría cuando a un hombre lo dejaban plantado a escasas semanas de la boda. Pero Hermione había aparecido por un ángulo ciego, para cuando Draco se dio cuenta de lo profundamente que le había calado, ya era demasiado tarde. Porque ya no quería librarse de ella. Ahora lo único que quería era estar dentro de ella. Estrecharla en sus brazos.
-Me alegro-dijo Hermione.
Draco se acercó un paso más, estiró los brazos y la atrajo hacia sí. Sintió el contacto de sus pezones presionadole el pecho, y la giró deliberadamente con suavidad, notando su piel contra la suya hasta que vio cómo los ojos de Hermione se suavizaban.
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Como un rayo de luz
Romantik¿Realmente todo está perdido? ¿Aún puedo volver a empezar? Esa eran las preguntas que, Draco Malfoy se hacia todas las noches antes de dormir, pero eso cambio aquella noche cuando decidio ayudar a Hermione Granger.