Capítulo 4

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Germán

No quedaban más alfajores cuando por fin estaba dispuesto a dejar la dieta estricta de mamá. Cuando la vi a Agnes con los dos últimos alfajores no pude evitar quererlos. Tenía mucha hambre y lo que más quería era comer algo dulce como un alfajor. Subí las escaleras que iban al salón para entrar y encontrármela sentada sola en su banco.

—¿Dos alfajores no es mucho para una sola persona? —le pregunté, acercándome a ella con una sonrisa. —Dame uno.

—Son míos —contesto ella en voz baja.

—Dije que me lo des.

—No quiero darte ninguno de mis alfajores.

Intenté arrebatarle el alfajor que tenía ella en su mano cuando me dio un mareo, haciendo que me tambaleara. Me senté rápido en el banco que estaba adelante de Agnes para recuperarme. En serio tenía mucha hambre.

—¿Estas bien? —me pregunto Agnes.

—¿Qué te importa?

Me llevé una mano a la cabeza mientras intentaba dejar de pensar en comida, pero eso no me sirvió para dejar de tener ese nudo en el estomago. Agnes se levanto de su silla para acercarse a mí y aunque quería decirle que se fuera, no era capaz de hablar por los fuertes mareos.

—Tenés que lavarte la cara —dijo Agnes, agarrándome del brazo para que me levantara y sin quejarme la seguí hasta al baño de hombres.

—No podes entrar.

—Parece que en cualquier momento te vas a desmayar. No te voy a dejar solo en el baño.

—Deberías dejarme solo para me joda por ser un forro con vos.

—No me sale ser una forra.

Entramos al baño donde por suerte no había nadie. Agnes abrió la llave del agua para que me moje la cara y mientras lo hacía le daba pequeñas miradas disimulas a través del espejo.

—¿Te sentís mejor ahora? —me pregunto Agnes.

—No.

No me dejaba de rugir el estomago.

—¿Te cayó mal la comida?

—No comí nada.

—¿Cómo que no comiste nada? ¿En toda la mañana?

—No comí nada —repetí, mirándome al espejo.

—Pero fuimos al comedor hace media hora.

—Mi mamá no me deja ir al comedor de la escuela.

La miré a través del espejo cuando no contesto. Nos quedamos así por varios segundos hasta que ella sacó un alfajor del bolsillo de su campera y me lo ofreció.

—Te lo regalo.

—¿Por qué? —le pregunté, agarrando el alfajor para abrirlo rápido y comenzar a comerlo con desesperación

—En serio tenías mucha hambre.

Me limpié la boca algo avergonzado de que ella me viera comer así, pero entonces me sentí ganas de vomitar. Intenté convencerme a mi mismo que era psicólogo, pero no pude aguantar la culpa de comer y entre al cubículo para vomitar mientras escuchaba las palabras de mamá en mi mente.

—Germán —escuche la voz de mi mamá en mi recuerdo. Ella se acercó a saludarme con un abrazo cuando llegué a casa después de clases. —¿Comiste algo?

—No, mamá —mentí, había comido en la casa de Franco.

—Quítate los zapatos y subí a la balanza.

Me quité la mochila y los zapatos antes de subir a la balanza que estaba cerca de la entrada. Cerré los ojos antes de subir, rezando que hubiera bajado y no subido. Cuando abrí los ojos para ver los números me encontré con un numero más alto al anterior.

—Me mentiste —me dijo mamá, negando con la cabeza. —En la cena vas a tener una ración menos por no hacerme caso y mentirme.

—Pero mamá te juro que no comí nada. La balanza tiene que estar rota.

—Lo único que esta roto es mi confianza hacía vos —contesto mamá, agarrándome fuerte del brazo para llevarme al baño y obligarme a vomitar.

—¿Germán? —le llamo Agnes, haciendo que la mirara confundido. Me di cuenta que estaba de rodillas frente al inodoro. —¿Por qué hiciste eso?

—¿De que estas hablando?

—Te hiciste vomitar.

—No sé que pensas que viste, pero no fue así —conteste, mirándola serio. —Si hablas de esto con alguien te juro que te voy a hacer la vida la imposible.

—Ya me haces la vida imposible.

Me acerque a ella hasta estar a poca distancia de su cara.

—Puedo ser peor si me lo propongo.

Le acaricie la mejilla con una sonrisa antes de irme del baño para volver al salón. Me cruce justo con Franco y fuimos entramos juntos. Me detuve al ver a Santiago hablando la boluda de Mia Carrera. La detestaba desde que me enteré que molestaba a Agnes, pero al punto de que la mina le tiraba de los pelos, la empujaba fuerte y le marcaba con el cigarrillo en los brazos. La mina estaba loca y agradecía que Santiago hubiera terminado su relación con ella.

Cuando volvimos a salir del salón los tres fuimos al pasillo. Los invite a los chicos a jugar al FIFA porque quería estar con ellos porque si estaba con amigos, mamá no me molestaba con subirme a la balanza.

—¿Quién es ese? —pregunto Franco.

—¿De quién hablas, primo? —le pregunte al no saber a quien se refería.

—Ese pibe que esta con Rina —contesto Franco, señalando en dirección a Agnes con un chico de otro salón.

—Debe ser el admirador secreto de la rinoceronte —dije, riéndome sin ganas. Pero en el fondo me hervía la sangre de los celos.

—Ese es el hermano mellizo de Mia —dijo Santiago. —Rodrigo Carrera.

No conocía al hermano de Mia, pero con compartir sangre con esa boluda era razón suficiente para que no me caiga bien. Seguro era igual a ella, aunque verlo hablar a gusto con Agnes me hizo dudar. No parecía molestarla como hacía normalmente su hermana. Solo estaban hablando y me moría de la curiosidad por saber de qué, pero fingí que no me importaba que hiciera Agnes.

En la salida de la escuela. No pude evitar quedarme mirando al hermano de Mia al verlo en el estacionamiento con sus amigos y compararme con él. No nos parecíamos en nada. La mirada se me desvió hacía Agnes al verla caminar cerca de mí. Me pregunte al verla como se sentiría si descubriera que era yo quien le escribía cartas de amor y le hacía pulseras. Estaba seguro que se decepcionaría. Agnes no me quería y me empeñé en que sea así desde el minuto uno.

—¿Podemos ir a la chocolatería Menéndez antes de ir a tu casa? —me pregunto Franco, haciendo que lo mirara. —Mamá quiere un chocolate repostero para hacer el postre.

—¿Tiene que ser en la chocolatería de la familia de la rinoceronte?

—No chilles más.

—No estoy chillando.

Franco ignoró mis quejas mientras nos dirigíamos hacia la chocolatería Menéndez. Mientras caminábamos miraba disimuladamente a Agnes que estaba adelante de nosotros. Ibamos por la misma dirección porque en la chocolatería estaba también su casa. Comencé a sentir los parpados pesados hasta que no aguante más. Me había desmayado.

RINA ; Santutu, UnicornioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora