El Precio de la Inmadurez. Parte 3

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Desde que Ela se fue, Rodolfo continuaba visitando a su hijo todos los días y llevándolo a su casa los fines de semana. Sin embargo, después de enterarse del nuevo matrimonio de Ela, su rutina se vio alterada. Un viernes, durante una visita a sus exsuegros, les anunció:

—Este fin de semana no podré llevarme a mi hijo. Por favor, cuídenlo bien. Él y Ela han sido lo mejor de mi vida y merecen toda la felicidad del mundo.

Las palabras de Rodolfo sonaron extrañas, como una despedida. Pero la familia de Ela no sospechó nada. El lunes siguiente, Rodolfo no se presentó al trabajo ni fue a visitar a su hijo. El martes fue igual. Preocupados, el señor Santino y sus hijos decidieron investigar qué le había pasado a Rodolfo. Supieron que él había renunciado el viernes, pero no había informado a nadie. Sus vecinos dijeron que no vieron ningún movimiento en su casa durante el fin de semana.

Con el corazón en un puño, fueron a su casa. Allí encontraron el cuerpo de Rodolfo, rodeado de pastillas y fotografías de Ela. Las autoridades confirmaron que su muerte había ocurrido la noche del viernes.

La noticia trastornó a todos. Un desamor había cobrado la vida de un hombre.

Ela quedó en estado de shock al enterarse de la noticia. Durante los días de funerales, se sumergió en una profunda reflexión, meditando sobre el amor que Rodolfo le había brindado y la felicidad que había experimentado a su lado. En medio de su dolor, comenzó a reconocer su propia inmadurez y la naturaleza insatisfactoria de su matrimonio actual. Se dio cuenta de que su vida ahora era miserable, y el arrepentimiento la abrumó.

¿Cómo había podido llegar a eso? Se preguntaba una y otra vez. Sabía que Rodolfo había sufrido mucho en la vida: había perdido a sus padres a una edad temprana, y su tía lo había tratado como a un sirviente, apenas dándole oportunidades para prosperar. A lo largo de su camino, había sido estafado y traicionado por amigos. Sin embargo, cuando la conoció a ella, Rodolfo encontró un rayo de luz en medio de la oscuridad. Creía que todo el sufrimiento había valido la pena para compartir una vida de felicidad a su lado. ¿Cómo pudo olvidar todo eso? ¿Cómo pudo ser tan inmadura y dejarlo solo en su desesperación? El peso de la culpa la atormentaba, sin darle tregua a sus pensamientos.

Los años pasaron, pero la felicidad seguía siendo esquiva para Ela. Vivir con Eitan era una continua lucha contra la infelicidad. Él seguía siendo tan presumido como el primer día, mientras que ella se veía obligada a trabajar incansablemente para mantener a flote el hogar, ya que su esposo carecía de motivación y perdía trabajos por pura negligencia.

Cada día, el recuerdo de Rodolfo se colaba en sus pensamientos, pesando sobre ella como una losa de culpa. Eitan no perdía la oportunidad de recordarle su participación en la tragedia, utilizando la muerte de Rodolfo como una herramienta para hacerla sentir culpable y mantenerla sometida a su voluntad.

Mientras tanto, su hijo continuaba viviendo con sus abuelos. Ela sabía que allí estaba seguro y bien cuidado, pero no dejaba de lamentar la separación de su familia. A pesar de su dolor y su agotamiento, intentaba dedicarle el mayor tiempo posible a su hijo, esforzándose por ser una buena madre dentro de las limitaciones impuestas por su situación.

¿Y por qué no dejaba a Eitan? Tal vez porque, en el fondo, sentía que merecía ese castigo. Se culpaba por la muerte de Rodolfo y creía que vivir con un hombre que la hacía miserable era su penitencia. La autodestrucción se había convertido en su manera de expiar sus pecados, aunque en realidad solo la sumía aún más en un mar de desdicha.


El peso de la inmadurez puede oscurecer la luz de la verdadera felicidad, haciéndote incapaz de reconocerla incluso cuando está frente a ti.


FIN

Historias de amor sin final felizWhere stories live. Discover now