Entre el Amor y el Deber. Parte 4

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Amanda caminaba por las calles, dejando que los recuerdos la envolvieran como un manto melancólico. Veinte años habían transformado la ciudad de manera irreversible, pero los recuerdos de su juventud aún resonaban en cada esquina. Se detuvo frente a la casa donde solía vivir, contemplando los cambios que el tiempo había impuesto. Un sentimiento de pesar la invadió al recordar su decisión de no regresar y buscar a su antiguo amor. Se preguntaba si las cosas podrían haber sido diferentes si hubiera tenido el coraje de enfrentar su orgullo.

Sus pensamientos la llevaron también a su tía Genoveva, quien siempre había sido un pilar de apoyo inquebrantable en su vida. Lamentaba no haber sido más cercana, no haber compartido más momentos juntas. Ahora, al recoger las pertenencias de su tía tras su reciente fallecimiento, sentía el peso de la ausencia y el arrepentimiento.

En el testamento de Genoveva, Amanda encontró una última muestra del amor incondicional de su tía: todo le había sido legado a ella. Las lágrimas amenazaron con empañar su visión mientras sostenía entre sus manos los recuerdos de una vida compartida.

Mientras caminaba sumida en sus pensamientos, el pasado pareció colapsar con el presente cuando se encontró cara a cara con una figura familiar que nunca pudo borrar de su mente.

— Hola — fue todo lo que Rubén dijo, pero su sonrisa contenía un universo de recuerdos compartidos. A pesar de los años, aún era tan apuesto como en su juventud, pensó Amanda, devolviendo su sonrisa.

— Hola — respondió ella, dejando que la nostalgia fluyera entre ellos en un silencio cargado de significado. Había tanto que decir, tanto que preguntar, pero ninguno de los dos se atrevía a romper el delicado equilibrio del reencuentro.

La sugerencia de Rubén de tomar un café fue un alivio para ambos, y pronto se encontraron sentados en una acogedora cafetería, sumidos en una conversación que se deslizaba entre el pasado y el presente.

— Aún te ves muy hermosa — comentó Rubén, sus ojos reflejando el cariño y la admiración de antaño.

— Gracias — respondió Amanda con una sonrisa cálida. — Tú también sigues muy apuesto.

La chispa de su complicidad juvenil parecía arder entre ellos, como si el tiempo no hubiera pasado, y los recuerdos compartidos los envolvieran en una atmósfera de nostalgia y posibilidades perdidas.

Amanda escuchaba con interés cómo Rubén había transformado sus sueños en realidad, convirtiéndose en un exitoso empresario, alcanzando las metas que siempre había anhelado.

— ¿Y te casaste? — preguntó Amanda con curiosidad, aunque el temor se reflejaba en sus ojos.

Rubén asintió, con una expresión que mezclaba nostalgia y resignación. — Sí, cinco años después que nos dejamos. Conocí a una mujer y nos casamos a los tres meses. Tuvimos dos hijos, pero después de tres años, nos divorciamos. Pasé un año solo, luego me casé de nuevo y tuvimos un hijo. Estuvimos juntos durante cinco años antes de divorciarnos. Estuve solo otros tres años, y luego conocí a otra mujer, con quien estoy ahora. Tenemos una hija juntos.

— ¿Y tú? supongo que estás casada — dijo Rubén, también lleno de curiosidad.

Amanda suspiró antes de responder. — Después que te fuiste, a los tres años, mi padre me casó con el hijo de un amigo. También era rico, pero un poco presuntuoso. Nos tratábamos bien, pero no era muy hábil en los negocios, así que nuestra fortuna se redujo. Tuvimos tres hijos juntos.

— Tu padre debe estar muy feliz por ti — comentó Rubén, tratando de ser cortés.

Amanda se quedó en silencio por un momento antes de responder con calma: — Él murió hace cinco años.

Historias de amor sin final felizWhere stories live. Discover now