El reloj marcaba las cuatro de la tarde y sabía que llegaría tarde si no me apresuraba. La biblioteca cerraría pronto y aún tenía que recoger mis zapatos. Llevo tres años en esta ciudad de ritmo frenético, pero aún me estoy adaptando.
Aceleré el paso y llegué a la casa del zapatero. Toqué el timbre y me recibió hablando por teléfono. Me pidió que esperara un momento. "¿Cuánto podría tardar?" pensé. Grave error. Pasaron cinco minutos, luego diez. Finalmente, tras quince minutos, colgó.
—Discúlpeme —dijo.
—No hay problema —aunque por dentro estaba impaciente.
—Era mi exesposa —continuó.
—Entiendo —dije, tratando de mantener la conversación breve.
—Hace mucho tiempo que no nos vemos. Ella vive en otra ciudad. No hay aeropuertos y el transporte es caro.
Asentí, sin saber cómo cortar la conversación sin parecer grosera.
—Ambos somos ancianos y ella tiene ciertas enfermedades. Yo también tengo algunos achaques —añadió.
—Comprendo —respondí. No quería seguir escuchando, pero tampoco quería parecer indiferente. Finalmente, pregunté—: ¿Por qué están tan lejos?
El zapatero tomó asiento y también me ofreció una silla. No sabía cuánto iba a durar, pero una buena historia puede encontrarse en cualquier parte.
—Teníamos unos veinte años cuando nos conocimos por casualidad en un parque de esta ciudad. Nos habíamos visto tantas veces, pero fue ella quien tomó la iniciativa de hablarme. Yo no sabía ni cómo empezar, pero ella siempre fue valiente y atrevida.
Hizo una pausa, y sus ojos se iluminaron con el recuerdo.
—Después de varios encuentros, le pedí que fuera mi novia. Fue un momento torpe, estaba tan nervioso que casi no podía hablar, pero ella simplemente sonrió y dijo que sí. Seis meses después, nos casamos. Tuvimos tres hijos: dos niñas y un niño. Ambos trabajábamos duro, pero siempre encontrábamos tiempo para estar juntos. Íbamos a pasear al parque los domingos, el mismo donde nos conocimos. Cada aniversario, volvíamos a ese lugar y nos sentábamos en el mismo banco. Éramos felices, o al menos eso creía yo.
La voz de Alfredo se quebró un poco al decir esto último. Vi cómo sus manos temblaban ligeramente mientras recordaba esos momentos.
—Me gustaba sorprenderla con flores sin motivo, cocinar su plato favorito en ocasiones especiales y hasta aprendí a bailar solo para verla sonreír. Pero, con el tiempo, esas pequeñas cosas no fueron suficientes.
Me di cuenta de que en su mirada había una mezcla de nostalgia y tristeza profunda.
—Después de diez años de matrimonio, llegó con la noticia que nunca esperé escuchar: quería el divorcio. Me dejó sin habla. Mi cabeza intentaba buscar un motivo, pero no encontraba ninguno. Aun así, le pedí una explicación. —Ya no estoy enamorada de ti. —dijo sin rodeos— Todo se ha vuelto monótono, estoy aburrida. Además, estoy enamorada de un hombre del trabajo. Llevamos cinco meses saliendo. —Las palabras resonaban en mi mente, pero me resultaba imposible creerlas. Infidelidad y yo ni cuenta me había dado. Aún la amaba profundamente, pero firmé los papeles porque, a pesar de todo, deseaba su felicidad. Fue muy duro; si lo pienso ahora, realmente rompió mi corazón.
—Ella me dejó con los niños y se fue con ese hombre. Al principio, no sabía cómo iba a manejarlo. Este siempre había sido mi oficio: hacer y arreglar zapatos, pero lidiar con niños pequeños no es fácil. Sin embargo, logramos superarlo, aunque no fue sin esfuerzo y sacrificio.
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Historias de amor sin final feliz
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