𝒇𝒍𝒐𝒓𝒊𝒅𝒂!!!

𝟢𝟣. 𝒫𝒶𝓊𝓁𝑜 𝓎 𝓁𝑜𝓈 𝓈𝒾𝑒𝓉𝑒 𝓉𝓇𝒶𝓅𝑒𝓇𝑜𝓈 | 𝓅𝒶𝓊𝓀𝒾

—Papá, contame la historia de cómo conociste a mi papi —pidió la niña con unos suplicantes ojos azules. El hombre de tatuajes en el rostro sólo rió y asintió.

—Claro, princesa. Pero vas a prestarme mucha atención. 

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Había una vez un príncipe de cabellos rubios y mirada azul que había tenido una familia amorosa que lo había apoyado en todos sus sueños. Al menos así había sido, antes de que su madre muriera y su padre se volviera a casar con una mujer muy bella, tan solo un poco mayor que Paulo, pero muy ambiciosa. Algo extraño, era que esta mujer se sentía amenazada por la presencia de Paulo, por lo que lo mandó a hacer los quehaceres del palacio.

Un hermoso día de verano, el sirviente —que, en realidad, era el príncipe— estaba limpiando las baldosas de la entrada del palacio, cuando un caballo se detuvo en el pórtico, ensuciando lo que, con mucho esfuerzo, Paulo ya había limpiado. 

—Oye, ¿qué te pasa...?

Las palabras murieron en su garganta murieron cuando alzó la mirada y vio a un joven morocho con varios tatuajes en el rostro de impecables y caras vestiduras. El chico se bajó del caballo. 

—Lo siento. No sabía que estaban limpiando. He venido a ver al rey... 

—Ah. 

—Soy el príncipe Mauro. Mauro Lombardo —se presentó, extendiendo su mano.

—Encantado de conocerlo, Majestad —dijo, queriendo decirle que él era el príncipe Paulo, pero su madrastra lo había amenazado si se atrevía a decirlo. Le indicó el camino hacia la sala del trono y se ofreció a cuidar del corcel del morocho. 

Poco después de esa reunión, el padre de Paulo murió en circunstancias misteriosas y la mujer hizo lo posible en su poder para evitar el ascenso de Paulo al trono. Mientras el jovencito se encontraba paseando por el bosque, en busca de un descanso de sus forzadas labores domésticas. De vez en cuando, recuerdos del príncipe Lombardo acudían a su mente, lo cual no entendía del todo. 

Empezó a recoger flores, con el objetivo de hacer una corona de flores y regalarla a alguna niña del pueblo. De pronto, un ruido en los arbustos detrás de él lo sacó de sus pensamientos. Con suerte, consiguió apartarse del cuchillo que fue blandido en su dirección y retrocedió. Aún en shock, observó al dueño del arma. 

—¿Qué carajo, Lit? 

—Lo siento, Pau. Órdenes de la reina —repuso, guardando el cuchillo en su cinturón. Después avanzó hacia él y lo abrazó. 

—¿De qué hablas?

—Tu madrastra iba a ordenar a los guardias que te mataran si te veían, pero yo me ofrecí a buscarte y matarte.

—¿Qué? ¿Y por qué hiciste eso?

—Paulo, por favor, tengo a Tiago embarazado y si no hacía algo, te pierdo a vos y lo pierdo a él... 

—Espera... viniste vos porque...

—Porque ninguno otro te habría advertido —asintió. —Mataré a un ciervo para decirle que es tu corazón, pero no podés regresar nunca más al reino. Al menos mientras ella siga viva... 

—¿Y si te descubre?

—Planeo huir con Tiago... Creo que vamos a tener un nene. No puedo dejar que mi familia muera. 

Lo abrazó antes de empujarlo e irse hacia otra dirección en el bosque. Con el corazón aún acelerado, Paulo se dirigió a la dirección contraria. Caminó y caminó hasta que la poca luz que se filtraba entre las hojas de los árboles desapareció. Estaba cansado y hambriento, pero debía seguir caminando, hasta salir del bosque, o la comida sería él.