𝟣𝟫. 𝐸𝓁 𝒶𝓂𝑜𝓇 𝒹𝑒 𝓊𝓃 𝓅𝓇í𝓃𝒸𝒾𝓅𝑒 | 𝓅𝒶𝓊𝓀𝒾

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La vida del príncipe Paulo no era nada parecida a los cuentos de hadas. Tenía un medio hermano menor, llamado Mauro, quien era mucho más libre que él, pero siempre trataba de apoyarlo. Al menos, las casas reales ya no eran tan estrictas como lo habían sido en un pasado. Paulo no tenía que comprometerse con ninguna chica para que se preservara el linaje real. Ya que, además de todo, le gustaban los chicos.

O bueno, un chico en específico, que había sido su amor desde que lo conoció. La primera vez que lo vio, él tenía seis años, estaba paseando con su padre, el rey, por los terrenos del castillo, cuando este hombre se acercó a otro, quien estaba enseñando a dos niños a luchar, con unas espadas de madera. El menor de esos niños, un poquito mayor que Paulo, se fijó mucho en el principito. 

—¡Hola, príncipe, soy Mauro! —se acercó al tímido chico, quien se escondió detrás de la pierna de su padre, ocasionando la risa de ambos adultos.

—Paulo, este es el caballero Guillermo Lombardo, de los hombres más valientes que tenemos en el reino. Estos son sus hijos, Nahuel y Mauro. 

—Hola... —saludó con timidez y Mauro lo tomó de la mano. 

—¿Puede entrenar con nosotros, majestad? —preguntó Mauro, con una sonrisa inocente, a lo que el rey accedió.

Así pasaron maravillosos años juntos. Paulo no entendía por qué su corazón se aceleraba al pasar tiempo con Mauro. Fueron grandiosos años juntos como amigos, llenos de confianza y risas. Cuando Paulo cumplió los quince años, empezó a sujetar la mano de Mauro con más confianza. Había logrado darse cuenta de lo que realmente sentía por Mauro y estaba algo asustado de expresarlo. Quería sostenerlo de la mano por siempre y darle un beso cada mañana, como sus padres lo hacían el uno con el otro. 

Pero Mauro estaba ciego ante sus intentos de coqueteo, tratándolo un poco como un hermano menor. Paulo pensó que tal vez a él le gustaran las chicas, pero, en una supuesta cita en el bosque, que, en realidad, solo fue una salida de cacería, el morocho le respondió que en realidad le gustaban chicos y chicas, pero que no había tenido una relación. 

Mauro se había convertido en el guardia personal de Paulo, a petición del padre de este, lo que significaba que pasaba el día pegado a él. Bueno, no exactamente de esa forma. Un poco sí, lo cual solo hacía que Paulo se enamorara más de él. Un día, fueron al bosque, como casi siempre. 

Encontraron un cristalino lago, en donde decidieron descansar. Charlaron y rieron, como siempre, hasta que estuvieron muy cerca. Se sonrojaron y sus corazones se aceleraron. Los pensamientos intrusivos del rubio le pedían que besara a Mauro, para lograr saber el sabor de sus labios, y así lo hizo. Puso su mano en el pecho del morocho y se acercó a él, capturando sus labios en un beso.

Fueron unos cortos segundos, en los que se gabó la forma de los labios de Mauro en su mente, pensando en que este lo echaría hacia atrás. En cambio, la mano de este se aferró a su nuca y profundizó el beso, devorando su boca, como si quisiera fusionarse con él, como si sus cuerpos se cosieran en uno solo.

Cuando se separaron, ambos estaban jadeando, tratando de controlar su respiración.

—¿Es correcto que estemos haciendo esto? —preguntó Mauro.

—¿Por qué no sería correcto? —susurró Paulo, con una sonrisita. 

—No lo sé, principito... —lo volvió a besar. Ambos siguieron así, durante unos minutos más, riendo al final de eso. 

Después de ese día, las cosas cambiaron. Pasaban más tiempo íntimo juntos, aún sin llegar a actos carnales. Solo besos, abrazos y charlas de temas que ellos consideraban privados. Se besaban en habitaciones y rincones oscuros. Sus miradas se buscaban siempre, sin importar si estaban en una ceremonia o en un acto solemne. 

Fue en el jardín del palacio, mientras caminaban en silencio, que a Mauro se le ocurrió la idea de formalizar la relación, pues honestamente, no sabía en qué punto se encontraba. No quería dar un paso en falso y arruinarlo todo con Paulo. Mientras el rubio estaba distraído, con una de las muchas rosas, se aclaró la garganta, hablando un poco bajo, por temor de que alguien los descubriera.

—Oye, Paulo...

—¿Sí?

—¿Vos... vos querés ser mi novio? Digo, porque nos besamos y así y...

—¿Tenés miedo de que te esté utilizando? —El rubio volteó a verlo y su corazón se derritió de la ternura cuando lo vio asentir. —Ay, Mauro, estoy enamorado de vos desde hace mucho... Tenés mi corazón en las manos... La verdad, sí me gustaría ser tu novio... 

Ambos querían darse un beso ahí mismo, pero temieron que los vieran los demás, así que siguieron platicando, aunque bastante emocionados y algo incómodos. Los primeros días de haber oficializado su relación, se volvieron tímidos, como si antes no se hubieran agarrado a besos que duraban varios minutos. 

Ambos empezaban a recibir y a mandarse regalos, camuflándolo con que se trataba de una admiradora secreta. Sólo Mauro, el Mauro que era medio hermano de Paulo, sabía que este estaba saliendo con el guardia real. Y no porque alguno se lo hubiera dicho, sino porque el chico había entrado a la habitación de Paulo, para devolverle el libro que le había prestado días atrás y los encontró besándose.

—Quiero borrar eso de mi mente —expresó.

Después de eso, el morocho se le quedó viendo a Paulo, con preocupación, a lo cual, este se rio, de forma nerviosa, asegurándole que su hermano no diría nada. En efecto, Mauro —el peliblanco— no dijo nada. En primero, porque no era algo que le importara, la vida amorosa de Paulo no era un asunto que le llamara la atención; en segundo, porque habían formado un lazo de lealtad y él no delataría a Paulo, ni por treinta monedas de plata. 

Fue muy bueno que Lombardo fuera el guardia personal de Londra, ya que nadie sospechaba que entre ellos había algo más que una buena amistad. Paulo se prometió que en cuanto asumiera el trono, haría a Mauro su esposo y el otro rey del reino. 



















𝒇𝒍𝒐𝒓𝒊𝒅𝒂!!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora