12. Medidas y sincronización

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Conforme pasaron los días, Max se sintió cada vez más a gusto en las clases de repostería. La razón no solo era la convivencia con su hermoso novio; también lo era su reciente descubrimiento: que aún quedaba todo un mundo por explorar más allá fuera de la clínica. Un mundo más dulce.

Para él, Sergio era el mejor maestro repostero del mundo. Dedicado, paciente, amable... Ahora como su alumno, podía entender por qué todos quedaban encantados con él. Y aunque le daba un poco de celos tener que compartirlo con un montón de ojos que lo miraban durante dos horas seguidas, cinco días a la semana, al final del día sabía que el corazón del chef le pertenecía solo a él.

A su vez, su desempeño en clase también mejoró. Carola tenía mucho que ver en eso ya que a menudo se ofrecía a salvarlo cuando cometía un error, mas no era suficiente para pasar desapercibido de los ojos expertos.

Sergio no solo era un maestro en el arte del convencimiento contra aquellos que se rehusaban a caer en el encanto de la repostería; también era alguien muy observador y sabía que Max tenía problemas para comprender muchas cosas, y que callaba para no quedar como un tonto frente a él. Fue por eso que un viernes, al finalizar la clase, se ofreció a darle una clase extra el sábado por la noche con el pretexto de ponerlo al corriente con algunas cosas que se había perdido durante su ausencia las semanas pasadas. Por fortuna ambos tendrían el fin de semana libre, así que podrían aprovechar el aprendizaje al máximo sin ninguna presión y de paso tener tiempo de calidad juntos.

«No tienes que traer nada» le había dicho Sergio cuando iban rumbo al estacionamiento. Últimamente dejaba la bicicleta en casa ya que Max se ofrecía a llevarlo por las noches para que dejara de exponerse a un accidente, mientras que por las tardes se iba con Fernando en autobús. «Con tu presencia es más que suficiente. Además, sirve para que conozcas por fin mi departamento. Nunca has querido entrar como invitado, así que espero que esta vez me aceptes un café de cortesía».

Max se mostró dubitativo ante el ofrecimiento, pensando que las cosas podían tornarse un tanto incomodas con Fernando rondando cerca, mirándolo todo el tiempo como si fuera a robarle a su mejor amigo. Sin embargo, cuando Sergio le anunció que Fernando se iría el fin de semana a acampar con unos amigos suyos que estaban de paseo por Nueva York, aceptó más tranquilo. Eso sí, el que Sergio fuera a estar solo todo el fin de semana en su departamento resultó tentador para sus oídos.

Cuando el sábado por la noche llegó y el timbre resonó por todas las paredes, Sergio se quitó el delantal y fue a atender la puerta lo más rápido posible. Al ver a Max debajo del umbral, sonrió tanto que sus mejillas se acalambraron.

—Hola, tú —lo saludó Max, moviendo sus cejas con gracia para hacerlo reír.

—Max... Llegaste temprano —celebró Sergio.

—¿Mal momento, chef?

—Para nada. Así podremos pasar más tiempo juntos —Sergio se paró levemente de puntillas y le dio un beso en la mejilla—. Pasa, por favor.

Max obedeció, sonriendo al ver lo lindo que se veía esa noche. El invierno había quedado atrás y ahora podía disfrutar de verlo usar ropa más delgada y sin mangas. Así tenía oportunidad de sentir su piel al aire libre, ya sin ninguna tela como barrera que se lo impidiera.

—¿Ya se fue Fernando?

—Sí, desde temprano. Ya no hay moros en la costa —bromeó Sergio, pero enseguida alzó una ceja al darse cuenta de que Max sostenía una bolsa de papel con la mano derecha—. ¿Qué traes ahí?

—Oh, casi lo olvido —Max se acercó a la barra de la cocina, abrió la bolsa y sacó una botella de vino tinto muy fina. Al verla, Sergio abrió los ojos muy grandes.

Arroz con leche || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora