15. Un refrigerio desastroso

2.7K 407 339
                                    






Christian dejó de mirar la pantalla de la computadora cuando alguien llamó a la puerta de su oficina.

—Adelante.

La puerta se abrió, dejando ver a una Geri muy sonriente. De inmediato, erguió su postura y correspondió a la sonrisa tan rápido como pudo.

—Disculpe la interrupción, director —dijo ella, pasándose un mechón de cabello detrás de la oreja—. El chef Sergio quiere hablar con usted un momento. ¿Puede pasar?

—Ah, sí, por supuesto —respondió Christian, haciendo un ademán con la mano para que lo dejara entrar—. Que pase, por favor.

—Claro que sí, director.

—Muchas gracias, Geri.

Sin borrar su sonrisa, Geri se hizo a un y abrió más la puerta para que Sergio pudiera pasar. Christian se distrajo un momento mirándola.

—Muchas gracias, Geri —le dijo Sergio antes de que cerrara la puerta; luego se le quedó mirando a Christian, como si estuviera pensando exactamente qué decirle.

—Pero no te quedes ahí parado, hijo. Toma asiento, por favor —le ofreció el director y él obedeció—. No te esperaba a esta hora, pero siempre me da gusto verte. ¿Cómo fue la clase de hoy?

—Bien, muchas gracias —respondió Sergio con educación—. Hoy les enseñé a hacer Panna cotta.

—Delicioso, sencillo y sofisticado. Buena elección —comentó Christian, de acuerdo con su decisión—. Muy bien, Sergio. ¿En qué puedo ayudarte?

—Bueno, quería preguntarte una cosa...

—¿Sobre qué?

Sergio tragó fuerte. No era que Christian le diera miedo, más bien le daba vergüenza molestarlo con asuntos privados después de todo lo que llevaba haciendo por él. Suficiente tenía ya con lo de Esteban... ¿Cómo reaccionaría con lo que estaba a punto de pedirle?

Christian intuyó que estaba sobrepensando, así que se apresuró a intervenir:

—No tengas vergüenza, Sergio. Estamos en confianza. Por favor, dime qué sucede.

—Está bien... —Sergio frotó las palmas de sus manos contra la tela de sus pantalones para quitarse los nervios—. Quería preguntarte algo acerca de las clases de regularización.

—¿De qué se trata?

—Es... sobre los horarios —dijo vacilando—. Uno de mis alumnos tiene inconvenientes para asistir al horario que había elegido. Sé que no hay cambios, pero fue algo repentino. Realmente está fuera de sus manos.

—¿Sucedió algo grave?

—Es sobre su trabajo —mintió Sergio, sintiendo que comenzaba a sudar por el estrés—. Le han obligado a asistir a la hora que había elegido la clase. Si no lo hace, lo despedirán.

—Entonces que falte a la clase de regularización, no hay problema —Christian se mostró comprensivo—. Puede ponerse al corriente con su profesor la próxima clase. Yo puedo hablar con él para ponerlo sobre aviso y que no le ponga inasistencia.

Lamentablemente, esa no era la solución que deseaba Sergio.

—Es que... puede que así sea para los próximos sábados también, por eso quería preguntarte... ¿crees que sea posible colocarlo en otro horario?—insistió—. Es decir, un poco antes. Vi que hay un grupo a las 3 de la tarde; en ese estaría perfecto.

Christian frunció el ceño, sin sospechar nada todavía.

—Sabes que los horarios están saturados —respondió.

Arroz con leche || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora