XIV. Rosas rojas de sangre.

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Al terminar de leer la carta miró a su alrededor. Todo parecía distinto, más frío, más confuso. Estaba claro que no se había suicidado, ella no era ese tipo de persona. Solía usar el arte como terapia y tenía muchas cosas pendientes en su vida como para ahorcarse en su lugar de trabajo. Se llevó la mano a su pecho mientras giraba con lentitud. Llevaba meses estancada en este infierno y ni se había dado cuenta. No había sido suicido ¡Claro que no! Trabajaba para mantener a su abuela que la crio y la introdujo al mundo del arte. Ella no se suicidaría para dejarla sola. Su abuela había pagado sus estudios y ella le estaba devolviendo todo el dinero para que pudiera vivir sus últimos años mucho mejor que el resto de su vida ¡Ella no se había suicidado!

Miró hacia el bosque y recordó haber visto como un hombre cargaba un cuerpo. Negó con la cabeza. Ella no estaba muerta, ¡Se rehusaba estarlo! Aún tenía mucho que vivir, que conocer, viajar y pintar. Miró la casa embrujada y soltó un gemido de dolor al recordar a esa chica pálida sangrando sobre la mesa. Se apretó la ropa sobre su corazón e hizo una mueca de dolor mientras se arrodillaba. No sintió el dolor de su rodilla chocando agresivamente contra el suelo, pero sí sentía el dolor al recordar como murió. Cinco apuñaladas, tres en su torso, uno en su costilla y el último en su cuello.

¡Qué desperdicio de vida!

No había hecho más que pagar la constante deuda que sentía que tenía con su abuela ¿Había disfrutó su vida? Claro que lo había hecho, cada segundo de su infancia. Pero se arrepentía de no haberla disfrutado más. Las horas que se pasaba hablando con su abuela mientras esta podaba su jardín y cada vez que terminaba le entregaba una rosa para que ella pudiera ponerla en un vaso de agua para adornar la mesa donde disfrutaban la comida que cocinaban ambas, eran sus recuerdos más felices. También recordó el día que se sentó en esa mesa, con sueño y el cuerpo lleno de estrés. Tenía 19 años y el único momento que miraba a su abuela era para la cena y eran sus recuerdos más tristes. Con la misma rosa roja, pero sin poder disfrutar el momento ni la comida. Desde que entró a la universidad, que no disfrutaba estar con su abuela, se sentía culpable que pagara sus estudios. Ni siquiera podía disfrutar los recuerdos de sus momentos con sus amigos, eran buenos amigos que la hicieron reír y conocer el mundo desde una perspectiva más juvenil. Aquellas noches de alcohol y bailes eran un recuerdo amargo, por haber dejado a su abuela sola y preocupada.

Soltó otro gemido de dolor, esta vez más fuerte, que hizo que se retorciera de dolor. Su frente chocó contra el pavimento, pero no le dolió. Se apretó con más fuerza su ropa, intentando aliviar el dolor de su alma. Era tan fuerte que quería vomitar o tan solo sacarse lo que tenía en el pecho. Se había imaginado a su abuela recibiendo la noticia de su muerte ¿Habrá creído que se suicidó por su culpa? Por no darle el cariño de madre y padre que necesitaba, por introducirla al mundo del arte que no servía para nada en esta época ¿¡Ella habrá pensado que le arruinó la vida!? Negó con la cabeza, desesperada en sacarse esos pensamientos de su cabeza.

Su abuela era lo mejor que le pudo pasar en su vida. Enseñándole mucho más que el propio colegio y preocupándose cada segundo que recibiera más cariño del que necesitaba para que así no pudiera extrañar ningún momento a sus padres que habían muerto en un accidente cuando ella tenía tan solo tres años. Nunca le faltó nada, nunca pensó en sus padres, ni siquiera preguntó por ellos, porque no había segundo que no estuviera agradecida por la vida que le había dado su abuela ¿Y sin siquiera poder decírselo murió asesinada? ¡Era tan injusto!

"Le dije a tu abuela que estás bien" decía la carta que estaba junto al certificado, junto con otras palabras cálidas "Ella está bien"

Soojin alzó la mirada y se encontró a cuatro chicas observándola. Sus lágrimas aumentaron al reconocer a Shuhua. Abrió la boca para decir algo, moduló algo entre sus sollozos. Shuhua, sin dudarlo un instante, se agachó rápidamente para consolarla, tomando sus manos temblorosas entre las suyas y las acarició con ternura. Se había dedicado meses en observarla trabajar, saludando solo agitando su mano a los niños que veía al caminar por el parque, obviamente nunca le respondieron un saludo, pero aquella calidez constante la hacía adorarla. Esa mujer con un corazón tan puro luchó para salvarle la vida.

Freak [GIDLE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora