Capítulo dieciocho.

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– ¡Despertaste! – una suavecita voz se escuchaba algo cercana

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– ¡Despertaste! – una suavecita voz se escuchaba algo cercana.

SeunHee abrió los ojos, algo asustado por el repentino color blanco que atacó su vista.

Sus ojos se cristalizaron cuando pudo divisar al pequeño niño sentado a su lado, sonriéndole inocentemente mientras balanceaba sus pies de arriba hacia abajo.

– Lixie – lo abrazó fuertemente ignorando el pinchazo que sintió con las agujas impregnadas en sus brazos.

– No papi, te vas a lastimar – regañó el castañito, tocando la sangre que resbalaba por la piel pálida de su padre.

El hombre ignoraba lo que decía, estaba más atento a los movimientos del niño, sonriendo instantáneamente cuando lo vio correr por la habitación buscando una especie de curitas.

– ¡Conseguí una! – corrió hacia su padre una vez más, subiéndose lentamente en la camilla alta –, ves, papá ya te curé.

Seun Hee soltó unas lágrimas de felicidad cuando pudo ver de mejor forma a su hijo.

– ¿Puedes darle un abrazo a papá, campeón? – preguntó en un hilo de voz.

La satisfacción inundó su sistema cuando el niño se abalanzó contra su cuerpo, aspirando el olor a miel de sus cabellos castaños y sintiendo su corazón calentarse cuando lo tuvo entre sus brazos.

– Te amo mucho, papi – dio un besito suave en su mejilla, para seguir acurrucándose entre sus brazos –, mucho, mucho.

– Yo te amo más, mi cielo – sus lágrimas caían en grandes cantidades, sin poder creer que su corazón estaba completo al fin.

– No, papi, no estés triste – la suave vocecita se hizo presente una vez más, aumentando su felicidad.

Los diminutos deditos limpiaban cualquier rastro de lágrimas, a Felix no le gustaba para nada ver a su papi llorar, ¿Por qué estaba llorando?, debía de alegrarse de verlo, ¿No era así?

– No estoy triste, cielo – murmuró, tomó la mano de su hijo para dejar tiernos besitos y transmitir en ellos todo el cariño que sentía por él, estoy feliz ahora que te veo, me alegra que estés aquí conmigo.

El niño le sonrió sin pronunciar alguna otra palabra, dejándose hacer por las caricias en su cabello, que su padre le brindaba para calmarlo en su regazo.

Pasaron unos minutos así, creando su propio hogar entre ambos, tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.

– Papi, no llores – Felix se levantó para dejar otro besito en la punta de la nariz de su progenitor, provocándole cosquillas.

– Papá no va a llorar de nuevo, porque papá te tiene a ti – susurró, haciendo que la sonrisa del menor se ensanchara más.

– ¡Papá siempre tendrá a Lixie! – el niño se bajó de la camilla, corriendo en los alrededores con sus pies descalzos con notable felicidad.

Estrellita, ¿Dónde estás? - Hyunlix. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora