Capítulo ocho

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Capítulo ocho:

De pie frente a la puerta de mi hogar universitario, sentía las llaves temblar en mis manos. El peso de la incertidumbre y la anticipación hacía que mi corazón latiera con fuerza. Había llegado el momento de enfrentar el pasado, de descubrir las respuestas que había anhelado durante tanto tiempo. Cada día de los últimos veinte meses había estado marcado por la ausencia de Clarke, por las preguntas sin respuesta y los ecos de recuerdos compartidos. 

Ahora, la verdad que tanto había buscado estaba detrás de esa puerta que me resistía a abrir.

Había vivido con una mezcla constante de esperanza y desesperación, ansiando una explicación que nunca llegaba. Había momentos en que la angustia me paralizaba, otros en los que la ira me impulsaba a buscar respuestas en cada rincón de mi memoria. Y ahora, la verdad estaba detrás de esa puerta. Una puerta que parecía más pesada que nunca, una barrera entre mi presente y el entendimiento que tanto había buscado.

Respiré hondo, intentando calmar la tormenta de emociones que amenazaba con abrumarme.

¿Qué encontraría al otro lado? ¿Sería una explicación que aliviaría mi dolor o descubriría algo que solo lo intensificaría? Las preguntas sin respuesta flotaban en mi mente, cada una más apremiante que la anterior. Cerré los ojos un momento, reuniendo el valor necesario para dar el siguiente paso. Me sentía insegura y aterrada, pero sabía que no podía seguir evitando esto para siempre.

Con un último suspiro, introduje la llave en la cerradura. Sentí un escalofrío recorrer mi columna mientras giraba lentamente la perilla.

Al entrar, fui recibida por el inconfundible aroma de su perfume, que me envolvió con recuerdos y emociones entrelazadas. Aún usaba la misma fragancia de siempre. Tragué saliva, luchando por contener el torbellino que revolvía mi estómago.

Mis ojos la encontraron de inmediato, sentada en el sofá como si fuera una continuación perfecta de aquella mañana que tanto había tratado de olvidar. El encuentro de nuestras miradas fue como un choque de mundos, cada una cargada con su propio peso de dolor y culpas.

Desvié la mirada hacia el sofá, donde montones de papeles estaban dispersos caóticamente. Con rapidez, los recogió y los sostuvo entre sus manos, como si temiera que los papeles revelaran más de lo que ella estaba dispuesta a mostrar.

—¡Lex! Ya estás aquí...— Al escuchar mi nombre salir de sus labios, un escalofrío recorrió mi espalda. Había algo en la forma en que lo pronunciaba, con esa mezcla de nostalgia y anhelo, que despertaba un tumulto de emociones dentro de mí.  —Estaba esperándote —confesó, rompiendo el tenso silencio que nos rodeaba.

Asentí con un gesto apenas perceptible, incapaz de articular palabra alguna. Mientras ella se quedaba allí de pie, su presencia llenaba la habitación, pesada y abrumadora.

La tentación de huir de allí era irresistible, pero algo me mantenía clavada en el suelo, como si una fuerza invisible me impidiera alejarme de ella.

—Yo...— Era como si hubiera olvidado cómo se hablaba. — ¿Quieres café?

Ella asintió con una sonrisa leve.

—Sí, por favor. —Su voz sonaba suave, casi como un susurro.

Me alejé un momento para preparar el café, tratando de ignorar el peso de su mirada sobre mí mientras lo hacía. Cada movimiento era lento, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en aquel instante.

Cuando regresé con las tazas, ella seguía de pie en el mismo lugar, perdida en sus pensamientos. Le ofrecí una de las tazas, y nuestros dedos se rozaron brevemente al hacer el intercambio.

—Gracias. —Su voz era apenas un murmullo, pero resonaba en el silencio de la habitación.

Nos sentamos en el sofá, manteniendo una distancia incómoda entre nosotras. El café estaba caliente en nuestras manos, pero ninguna de los das parecía tener prisa por beberlo.

Clarke dio el primer sorbo y suspiró a mi lado.

—Vaya, sigues haciendo los mejores cafés del mundo.

Miré mi taza, tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar todo lo que estaba sintiendo en ese momento. Pero la verdad era que ni siquiera yo sabía por dónde empezar.

—¿Qué es lo que quieres, Clarke? —mi voz sonaba más fría de lo que pretendía, pero no podía evitarlo. Había tanto dolor, tanta ira acumulada en cada fibra de mi ser que amenazaba con desbordarse en cualquier momento.

Ella bajó la mirada, como si el simple acto de encontrarse con mis ojos fuera demasiado abrumador. Tomó otro sorbo, buscando refugio en la taza humeante mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas.

—Lo siento. Por todo... —sus dichos fueron apenas un susurro cargado de arrepentimiento—. Por haberme ido así, por haber desaparecido sin dar explicaciones. Sé que no tengo derecho a pedir tu perdón después de todo lo que pasó.

Traté de mantener la calma, pero la frustración y el dolor bullían dentro de mí como un volcán a punto de estallar. ¿Cómo podía esperar que unas simples disculpas repararan el daño que había causado al desaparecer de mi vida sin siquiera un adiós?

—¿Es eso todo lo que tienes que decir? —mi voz seguía sonando más dura de lo que pretendía.—. ¿Crees que unas disculpas van a cambiar algo, Clarke? ¿Crees que puedes simplemente aparecer de la nada y disculparte?

Ella retrocedió en el sofá, sorprendida por la intensidad de mi reacción. Sus ojos, llenos de culpa y remordimiento, se encontraron con los míos, buscando desesperadamente algún indicio de perdón.

—No... no lo sé —confesó, su voz temblando ligeramente—. Solo quería verte de nuevo, Lexa. Necesitaba verte y... y tratar de enmendar las cosas, aunque no sé si alguna vez podré hacerlo.

La miré en silencio durante un momento, luchando contra la tormenta de emociones que amenazaba con desbordarse en mi interior. Finalmente, suspiré y aparté la mirada, sintiendo el peso abrumador de la tristeza sobre mis hombros.

—Ya no hay nada que puedas hacer para cambiar lo que pasó, Clarke —murmuré—. Pero si realmente quieres arreglar las cosas, necesitas decirme la verdad. La verdad completa, sin ocultar nada. Porque si hay algo que aprendí durante todo este tiempo, es que no hay peor dolor que el de no saber.

—Te dije que necesito tiempo, yo...

—¿Dos años no te parecieron tiempo suficiente? Mi vida siguió adelante, Clarke. Tuve que aprender a vivir sin ti, a pesar del vacío que dejaste. 

Su mirada se desvió, incapaz de sostener la mía. El silencio volvía a ser un muro entre nosotras.

—Lo siento, Lexa. Lo siento más de lo que puedas imaginar —susurró. Pude ver que, como yo, estaba a punto de llorar.

Cerré los ojos, luchando contra la bola de emociones que amenazaba con arrastrarme.

 ¿Cómo podía perdonarla después de todo lo que había pasado? La herida que había dejado en mi corazón aún estaba fresca, aún sangraba cada vez que pensaba en ella.

—No estoy segura de poder hacerlo, Clarke —admití—. Pero si hay una posibilidad, una pequeña luz al final de este túnel oscuro, necesito saber la verdad. Necesito entender por qué te fuiste, por qué volviste, por qué... me dejaste preguntándome si alguna vez signifiqué algo para ti.

—Mierda, Lex. Claro que sí, eras mi mejor amiga, lo más importante en mi vida. Y pensé en ti todos los días desde que me fui, te lo juro. Te eché tanto de menos... 

No cedas, Lexa... Sé fuerte.

—Yo también te eché de menos. — Y junto con aquel ataque de sinceridad, mis intentos por hacerme la dura desaparecieron. — Pero, por favor, dame respuestas Clarke. Las necesito, no tienes idea de cuánto.

No dijo nada por unos segundos, pero pude ver que batallaba consigo misma. Luego se volvió hacia mí y asintió.

—Está bien, de todas formas tenías que enterarte. Es una historia larga, y... sólo escucha hasta el final antes de sacar conclusiones, ¿De acuerdo?


Entre Dimensiones [CLEXA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora