¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Todo lo que se oye en la gran sala son los murmullos de los invitados de clase alta y el agudo y fino tintineo de las copas de cristal, pero Yeji teme que el retumbar de su frenético corazón sobresalga y la delate.
Porque, ésta noche, Hwang Yeji, la hija del negociador ilegal más adinerado y poderoso del momento, hoy realiza su debut como la mayor farsante en la historia de su familia.
Hoy Yeji deja de ser una simple cara bonita que se limita a decorar la imagen de su padre y su libertad va a irrumpir en menos de tres minutos, vestida de cuero y arma en mano.
Las agujas del imponente reloj de la sala en que está concurriendo la elegante reunión se mueven al compás del pulso cardíaco de Yeji. Su escote se marca cuando la cuenta atrás se reduce a un minuto y toma aire profundamente.
Sus dedos, los veinte, hormiguean por la ráfaga de adrenalina que recorre su cuerpo. Su nerviosismo, de todos modos, no le impide estar preparada para ofrecerles a los invitados la actuación del siglo.
Y entonces, sin pestañear, comienza la cuenta atrás en un susurro.
"Cinco, cuatro..." Hasta se olvida de tragar saliva mientras observa la puerta principal, que estará a punto de abrirse de par en par. "...tres, dos..." Aprieta la falda de su caro vestido negro, formando un puño con la mano sudada, y tiene la sensación de que el corazón se le va a salir por la boca. "Uno".
Cuando la palabra sale de su boca, como si hubiera sido una llamada mágica, las puertas principales se abren de un fuerte golpe que rompe el silencio y la serenidad de la velada.
Todas las cabezas se giran en la misma dirección para toparse con el enigmático intruso, que poco a poco nace de las sombras del pasillo.
Yeji puede adivinar que ella y sus secuaces han derribado sin problemas a todos los vigilantes, tal y como le aseguró cuando lo planearon.
"Eso es, así me gusta", esa voz áspera causa un hormigueo en el pecho de Yeji que podría ponerla de rodillas por pura devoción. A ella y a cualquiera en esa sala. "Me encanta hacer una gran entrada, pero admito que no todo el mérito es mío." Ryujin camina lentamente hacia el centro de la sala. Su ropa de cuero negro y su melena de león desarreglada, la diferencian mucho de la vestimenta de gala de los observadores. "Se necesita un buen puñado de zorras fáciles de impresionar, así que un aplauso por vuestra participación".
Arma en mano, como si fuera un juguete cualquiera, Shin Ryujin se pone a aplaudir y cada golpe de sus manos empeora la tensión en la sala como si fueran puñetazos mentales.
Su mirada afilada repara descaradamente en Yeji, quién debe esforzarse por fingir temor y no fascinación. Yeji realiza bien su papel, bajando la cabeza con sumisión y falso pánico.
"Fuera de aquí, maldita rata, bastarda..." El padre de Yeji escupe las palabras con una mueca de desagrado en el rostro, digna de un niño de párvulos haciendo un berrinche, y Ryujin se ríe a carcajadas, volviendo a resonar con eco de forma malvada en el lugar. "No tuviste suficiente con la pérdida de tu hermana, perra callejera..."
