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Se encuentran en el último descanso de la pelea, al borde del tercer minuto, cuando Hwang Yeji inspecciona la sala abarrotada de gente por enésima vez.
Su pobre contrincante, Jeon Soyeon, ya se encuentra perdida en su angustia, con la vista ida y a punto de caer desparramada sobre el suelo del cuadrilátero. Y lo peor es que Yeji ni siquiera está realmente centrada en el combate; ha estado los cuatro minutos restantes usando el ring como un puto observatorio, en busca de una cara familiar.
Ni ella entiende a qué viene esa obsesión repentina, esa necesidad de encontrarse con esos ojos burlones y provocativos, pero los sigue buscando mientras le secan el sudor del cuello y le humedecen el pómulo herido.
Le han intentado recoger el pelo varias veces como es debido, pero no hay manera de domar los mechones de su flequillo, que se mecen hacia sus ojos gatunos, como una tentadora cortina que tan solo magnifica su imponente aura salvaje.
Desde luego, Soyeon soñará con esa mirada esa misma noche. Y no será un sueño agradable.
Yeji ni se molesta en posicionarse a pesar de la cuenta atrás, tan solo continúa buscando entre el público y, cuando se anuncia la señal del último tiempo de la pelea, mira a Jeon Soyeon, como para comprobar que sigue igual de endeble.
Ante la falta de acción, levanta una provocadora ceja en su dirección. Es el único músculo de su cara que mueve, pero es suficiente para provocar los nervios de una desesperada Soyeon, quien, en respuesta, se abalanza sobre Yeji con un gruñido desgarrador.
Y Yeji, que no necesita más que un poco de rapidez y un contraataque ágil, un golpe lateral, casi la tira al suelo en total silencio.
Casi que Jeon Soyeon le da pena por su dificultad para respirar y la forma en la que sus pies vacilan en cada paso hacia los lados, pero necesita estirar aquello para volver a girarse a observar.
Por una milésima de segundo, Yeji cree reconocer una melena negra moviéndose entre la multitud y se le va el santo al cielo. Mientras parpadea para aliviar el escozor del sudor en sus ojos y así poder agudizar la vista, el guante de Soyeon se estampa en todo su pómulo izquierdo y la hace retroceder.
Hwang Yeji tiene que tomarse un segundo para asimilar la situación. Cuando su cabeza vuelve al ring y los abucheos y silbidos del público se acrecentan a su alrededor, entiende entonces, por la maliciosa sonrisa de su contrincante, que se acaba de llevar un buen golpe y que está a punto de ser derribada con un segundo.
Con la ira comenzando a burbujearle por el cuerpo, por el descuido, por el agobio de los observadores, por la ausencia de ella... Da por zanjada finalmente la pelea y en su próximo contraataque los golpes le llueven a Soyeon uno tras otro, sin darle la opción de protegerse, esquivar o devolver a tiempo. Su pobre enemiga acaba arrinconada y, por un momento, Yeji cree que puede atravesar sus guantes y tocar el cuerpo agotado de Soyeon con sus propios nudillos.