Una Violeta

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Había pasado un mes desde que Chiara había sido ingresada en el hospital, y la rutina diaria comenzaba a pesar en su ánimo. Cada día se mezclaba con el siguiente, las paredes del cuarto hospitalario parecían cerrarse sobre ella. Pero esa mañana, algo diferente estaba a punto de suceder.

El Dr. Manu Guix entró en la habitación de Chiara con una sonrisa en el rostro, portando buenas noticias.

—¡Buenos días, Chiara! Hoy tengo algo especial para ti —anunció el doctor, su tono cálido y esperanzador.

Chiara levantó la vista, sorprendida y curiosa.

—¿Sí? ¿Qué es, doctor? —preguntó, intentando contener su emoción.

—He revisado tu progreso y, aunque debemos ser cuidadosos, creo que es hora de que empieces a salir un poco. Podrás visitar las áreas cercanas al hospital, pero siempre acompañada de tu enfermera —dijo el Dr. Guix, sonriendo ampliamente.

Chiara sintió una oleada de alegría que la llenaba por completo. La idea de respirar aire fresco y ver el cielo azul era casi un sueño.

—¡Gracias, doctor! No sabe lo feliz que me hace esto —respondió Chiara, sus ojos brillando de emoción.

Violeta, que había llegado justo a tiempo para escuchar la noticia, sonrió al ver la reacción de Chiara.

—Bueno, Chiara, parece que hoy seré tu guía turística por el jardín del hospital —dijo Violeta con una sonrisa, intentando compartir la alegría de Chiara.

Unos minutos más tarde, después de asegurarse de que Chiara llevaba puesta una chaqueta para protegerse del frío, Violeta la acompañó fuera de la habitación. Caminaron lentamente por los pasillos del hospital hasta llegar al jardín. Chiara sentía una mezcla de nerviosismo y emoción, como si estuviera saliendo al mundo exterior por primera vez en mucho tiempo.

Al llegar al jardín, el aire fresco y la vista de las flores y los árboles la envolvieron en una sensación de libertad que no había sentido en mucho tiempo.

—Es... es maravilloso, Violeta. No puedo creer que esté aquí afuera —dijo Chiara, su voz llena de asombro.

—Me alegra verte tan feliz, Chiara. Este jardín es uno de mis lugares favoritos del hospital —respondió Violeta, guiándola hacia un banco a la sombra de un gran roble.

Se sentaron juntas, disfrutando del silencio roto solo por el canto de los pájaros y el susurro del viento entre las hojas. Chiara cerró los ojos, dejando que el sol calentara su piel, sintiendo cada momento como un regalo precioso.

De repente, sus ojos se abrieron al ver una flor violeta creciendo cerca del banco. Con una sonrisa traviesa, se levantó y se acercó a la flor.

—¿Qué estás haciendo, Chiara? —preguntó Violeta, intrigada.

Chiara arrancó cuidadosamente la flor y regresó al banco. Con delicadeza, colocó la flor en el cabello de Violeta, justo por detrás de su oreja.

—Una Violeta para otra Violeta —dijo Chiara, sonriendo ampliamente.

Violeta se quedó sin palabras por un momento, sintiendo una calidez en su pecho que era más que solo gratitud.

—Gracias, Chiara. Es muy hermosa —dijo Violeta, tocando suavemente la flor en su cabello.

—No tanto como tú —respondió Chiara en voz baja, pero con sinceridad.

Violeta sintió un rubor en sus mejillas, pero sonrió, aceptando el cumplido.

—Ven, vamos a caminar un poco más —dijo Violeta, levantándose y ofreciendo su mano a Chiara.

Caminaron juntas por el jardín, disfrutando de la belleza del lugar y de la compañía mutua. Por un momento, los problemas y las preocupaciones parecieron desvanecerse

Mientras caminaban por el jardín, Chiara de repente recordó algo importante.

—Violeta, espera aquí un momento. Necesito buscar algo en mi cuarto. No tardo —dijo Chiara con una sonrisa apresurada.

Antes de que Violeta pudiera responder, Chiara salió corriendo hacia el hospital. En su camino, casi derrumbó a uno de los enfermeros que pasaba por el pasillo.

—¡Lo siento! —se disculpó rápidamente, continuando su camino.

Chiara llegó a su cuarto y buscó frenéticamente entre sus cosas hasta encontrar un cuaderno de tapas gastadas. Con el cuaderno en mano, salió corriendo de regreso al jardín, ansiosa por compartir algo especial con Violeta.

Cuando llegó al jardín, Violeta la esperaba con una expresión curiosa.

—¿Qué es eso que fuiste a buscar con tanta prisa? —preguntó Violeta, sonriendo.

Chiara, recuperando el aliento, abrió el cuaderno y se lo mostró a Violeta.

—Es mi cuaderno de poemas. Hay uno nuevo que escribí y quería mostrarte. Sé cuánto te gustan los poemas y las poesías —dijo Chiara, con una mezcla de nerviosismo y emoción.

Violeta se sentó de nuevo en el banco, curiosa y ansiosa por escuchar el poema de Chiara. Chiara se aclaró la garganta y comenzó a leer:

"En los días oscuros encontré una luz, 
una chispa de esperanza en medio del dolor. 
Los ojos, como faros, me guían 
a través de la tormenta que es mi vida.

En cada sonrisa, en cada gesto, 
encuentro la fuerza para seguir adelante. 
Una voz, suave y dulce, es mi refugio, 
un remanso de paz en este mar de incertidumbre.

No sé qué nos depara el destino, 
pero sé que ahora, en este momento, 
mi corazón late más fuerte, 
una flor en medio de un campo de dudas.

Si el tiempo es breve y la vida incierta, 
quiero vivir cada instante, 
encontrar en una mirada la eternidad, 
y en una sonrisa, la razón para luchar."

Chiara arrancó la hoja del cuaderno y se la entregó a Violeta.

—Tú inspiraste estas palabras y otras tantas que siquiera sabes que existen —dijo Chiara, con una sonrisa tímida y sincera.

Violeta tomó la hoja con cuidado, emocionada.

—Chiara... es hermoso. No sé qué decir —murmuró, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas.

—Solo quería que supieras cómo me siento. Todo esto... tú haces que todo sea más llevadero —dijo Chiara, su voz suave y llena de sinceridad.

Violeta tomó las manos de Chiara entre las suyas, apretándolas con cariño.

—Y tú haces que mi trabajo tenga un sentido más profundo. Gracias por compartir esto conmigo, Chiara —dijo Violeta, conmovida.

Ambas se quedaron en silencio por un momento, disfrutando de la conexión que habían forjado, sin necesidad de más palabras.

Un amor terminal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora