La Llegada al Hospital

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Chiara entró al hospital con sus padres a ambos lados. Emma, su madre, intentaba mantener una expresión serena, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas no derramadas. Pedro, su padre, tenía el rostro rígido, tratando de ser el pilar fuerte que su familia necesitaba. Chiara, con su guitarra colgando de su espalda, miraba alrededor con una mezcla de curiosidad y resignación.

Al llegar a la recepción, una enfermera les indicó el camino hacia la habitación de Chiara. Los pasillos eran largos y blancos, impregnados de un olor a desinfectante que resultaba casi sofocante.

Cuando llegaron a la habitación, Chiara se detuvo en la puerta y miró a sus padres.

—Mamá, papá, no tienen que quedarse aquí todo el tiempo —dijo Chiara, su voz apenas un susurro.

Emma negó con la cabeza, con lágrimas cayendo silenciosamente por sus mejillas.

—Chiara, somos tu familia. No vamos a dejarte sola en esto —respondió Emma, tomando la mano de su hija con fuerza.

Pedro asintió, su mirada fija en el suelo.

—Estamos aquí contigo, Chiara. Siempre —dijo Pedro, su voz temblando ligeramente.

Chiara sonrió débilmente y entró en la habitación, dejando su guitarra en una silla cercana. Se sentó en la cama, mirando a sus padres con una expresión mezcla de tristeza y determinación.

—Voy a luchar, mamá, papá. No voy a rendirme —dijo Chiara, su voz firme a pesar del nudo en su garganta.

Emma se sentó junto a ella, acariciando su cabello negro.

—Lo sé, mi amor. Eres tan valiente... pero no puedo evitar sentirme asustada. Eres mi niña —dijo Emma, su voz quebrándose.

Pedro se acercó y puso una mano en el hombro de Chiara.

—Vamos a enfrentarlo juntos, Chiara. No tienes que cargar con esto sola —dijo Pedro, sus ojos finalmente encontrando los de su hija.

Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Chiara mientras abrazaba a sus padres.

—Gracias... gracias por estar aquí. No sé qué haría sin ustedes —susurró Chiara, sintiendo el calor y el amor de su familia envolviéndola.

En ese momento, una enfermera entró en la habitación, interrumpiendo el emotivo abrazo.

—Hola, soy Violeta, su enfermera. Estaré cuidando de ti durante tu estancia aquí —dijo con una sonrisa cálida.

Chiara levantó la mirada y vio a una joven con cabello rojo hasta los hombros y ojos llenos de compasión. Asintió, tratando de limpiar sus lágrimas.

—Gracias, Violeta. Es bueno conocerte —respondió Chiara, tratando de sonreír.

Emma y Pedro se levantaron lentamente, sabiendo que tenían que dejar que Chiara se acomodara. Emma besó la frente de su hija una vez más.

—Volveremos pronto, cariño. Te amamos —dijo Emma, su voz aún quebrada por la emoción.

Chiara asintió, viendo cómo sus padres salían de la habitación. Una vez sola con Violeta, se dejó caer contra la almohada, agotada tanto física como emocionalmente.

—Es difícil, lo sé —dijo Violeta suavemente—. Pero aquí estamos para apoyarte en todo lo que necesites.

Chiara miró a Violeta y asintió nuevamente, sintiendo un pequeño rayo de esperanza en la calidez de la enfermera. Sabía que este sería un viaje largo y doloroso, pero no estaba sola. Y eso, pensó, era un buen comienzo.

Un amor terminal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora