CAPÍTULO IV ―

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No daba crédito a lo que escuchaba. Si ya su reputación estaba flaqueando por no poder asistir a la reunión con una paciente, a donde se estaba dirigiendo cuando prácticamente la raptaron, si alguien se enteraba de que era una supuesta concubina, terminaría de perder toda su buena imagen que siempre había tratado de tener.

―¿Cómo? ¿De qué me servirá que me de inmunidad si luego no tendré pacientes? Creerán que obtuve mi permiso porque soy su amante y no porque sepa tratar enfermedades y si termina siendo curado, tampoco podré decir que traté al rey. Al final de todo esto, no me estaría beneficiando en nada ―dijo Sonya, sentándose en frente de él.

―Tampoco de nada le servirá tener muchos conocimientos si al final, termina en el patíbulo ―le recordó William, con una media sonrisa.

―¿No puede decir que soy una pariente? ¿Una amiga? ―intentó con otra cosa.

―No, mi familia se encuentra en el castillo, ellos sabrían que no eres nada de nosotros. ¿Amiga? Realmente, el único amigo que tengo, está detrás de mí ―dijo con tranquilidad William―. No le dé más vueltas al asunto, será mi concubina, nadie dudará de eso y ni harán preguntas de ningún tipo. Puede descansar aquí, más tarde volveré, cuando pueda.

El rey se levantó, con la boca amarga y un poco de fe. Se acercó a uno de los muebles y sacó una camisa limpia y se la puso. Sonya intentó buscar algo más, pero no se le ocurrió absolutamente nada, se quedó sentada, sin agregar nada más, al igual que el rey. Vio cómo ambos hombres salían de la habitación. Una vez sola, nuevamente deseó no haberse encontrado jamás con el rey.

Se quedó sentada por mucho tiempo, sin saber si realmente se podía mover y ponerse cómoda. Estaba nerviosa y hasta cierto punto, temerosa por lo desconocido. Entendía que realmente no tenía opciones que fueran a su favor. Ser concubina no era ningún delito, hasta sabía que ellas tenían muchas recompensas al tener el favor de un rey... pero no esperaba que ella fuera conocida por eso. Aunque también los presentes en esa sala, sabrían que sería una concubina ficticia, no cumpliría el papel de una; no obstante, ante la sociedad, iba a ser la mujer que comparte la cama con el rey. Le disgustaba de todas formas. De repente se sintió muy cansada, más de lo que había sentido en un principio.

Alguien golpeó su puerta y ella se quedó rígida, no supo qué hacer. Volvió a escuchar que golpeaban otra vez, como esperando una respuesta por parte de ella.

―Eh... adelante ―gritó al final.

Una señora de edad avanzada ingresó a la habitación. Tenía una presencia que imponía respeto. Su cabello, completamente cano, estaba recogido en un elegante moño que denotaba su meticulosidad y disciplina. Su rostro, aunque marcado por las arrugas, reflejaba una vida de arduo trabajo y sabiduría acumulada. Sus ojos, de un verde profundo, mantenían una mirada penetrante y serena, capaces de detectar hasta el más mínimo desorden en su entorno, al menos, esa impresión tuvo Sonya. Vestía con sobriedad y elegancia, un vestido de colores oscuros y sin una sola arruga, que realzaban su figura esbelta y erguida. En su cuello, un fino collar de perlas, aportaba un toque de distinción. Caminó con pasos firmes y decididos, apoyándose ligeramente en un bastón de madera tallado, símbolo tanto de su autoridad como de su dignidad.

―Buenos días, mi lady, soy madame Rosema, estaré a su servicio. Cualquier cosa que necesite, me debe notificar y con gusto la atenderé ―le notificó, con una voz suave, pero con un deje de autoridad. Su reverencia fue breve, sin embargo, majestuosa―. Le traemos el desayuno, espero que sea de su agrado. Si quiere comer o beber otra cosa, con gusto le cambiaremos el menú a su elección. Su nombre, es Dalia ―dijo, y en seguida, ingresó una sirviente más joven que Sonya, llevando un carrito el cual estaba repleto de platillos y bebidas.

LA CONCUBINA DEL REY [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora