CAPÍTULO XI ―

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En la mañana, cuando William abrió los ojos, se sintió vacío al comprobar que nuevamente se encontraba solo. Sin querer ahondar en su sentir, se levantó en seguida y procedió a arreglarse para tener una larga mañana. En el día anterior, los piratas no se habían presentado en todo el día, así que los esperaba para ese día. Estaba fastidiado con solo pensarlo, aunque intrigado por lo que tenían que decirles. Desayunó tranquilo y luego fue directo a su despacho.

Al ingresar, fue interceptado por su secretario.

―¿Ahora qué sucede? ―le preguntó sin rodeos.

―Su majestad, los invitados lo están esperando en el salón ―le informó―. Intenté decirles que estaba ocupado, pero dijeron que debían informarles sobre su presencia en el castillo cuanto antes.

―Ay, esa gente. Piensan que el tiempo de uno es de ellos. Que inapropiado comportamiento. Bueno, será mejor que me los quite de encima lo más rápido posible.

Habían estado susurrando, ocultos por el gran muro que ocultaba la vista de la entrada al despacho. William sentía que ahora tenía más motivos para estar molesto con los supuestos invitados. Caminó con pasos lentos y se acercó al salón. Vio que los hombres se encontraban relajados, bebiendo más alcohol aun siendo muy temprano.

―Señores ―los llamó, para luego sentarse en frente de ellos. Buscaba la manera de ser diplomático, como siempre le aconsejaba su padre―, espero que la estadía les esté resultando satisfactoria ―continuó al fin.

―Oh, sin duda, majestad ―dijo el capitán―. Realmente lo necesitábamos. Disculpe que el día anterior no nos presentamos para ninguna de las comidas.

―No se preocupen, usualmente aquí comemos en privado ―le restó importancia―. Bien, supongo que es el momento de hablar sobre temas serios, ¿verdad?

―Claro que sí ―estuvo de acuerdo el capitán―. Mi rey tiene intenciones de dejar su trabajo como corsario y comenzar a dirigir su propio reino. No sé si lo sabe, pero tenemos nuestras propias tierras, más al sur. Es próspera y recientemente conquistada. Tenemos nuestra propia gente haciendo raíces ya. Pero se ve un tanto inestable ya que no tenemos lazos políticos con otros reinos. Como dije, es próspera, tenemos incluso ganado... en pocas palabras, son tierras fértiles y ricas. Son los lazos políticos lo que buscamos ―informó el capitán.

―¿Con un matrimonio creen que tendrán todo eso? ―preguntó, aceptando la taza de té que le extendía su secretario.

―Así es, majestad. Un matrimonio con un reino de igual prosperidad y riqueza, que ha estado en este mundo desde décadas. Y sabemos que este imperio, es todo lo que necesitamos para poder asentarnos como un reino más. Mi rey tiene una hermana, es una mujer muy buena, dulce y compasiva. Ella es toda una dama, nada que ver al corsario que puede llegar a pensar que es mi señor. Mi rey está seguro de que no tendría ningún inconveniente en que usted la despose ―continuó, mirándolo directamente a los ojos, evaluando cada movimiento que realizaba William―. Sabemos que su reina, en verdad, no es su reina. Que aún no se ha casado, así que sigue disponible para contraer matrimonio. Todos necesitamos una reina, y la joven hermana de mi señor, sería perfecta para ese papel. Tiene veinte años y fue instruida en todo lo que una dama debe saber. Ya está en edad de casarse, y usted, es un muy buen partido.

William lo escuchó, pero desaprobaba cada cosa que salía de su boca. Alguien que fue corsario, jamás dejaría de serlo. Al menos, la historia respaldaba ese pensamiento. No creía que realmente solo quisieran su ayuda política. Y no estaba seguro de querer aceptar la mano de la hermana de un pirata que habrá saqueado y matado sin piedad solo por propio disfrute. En el susodicho caso de que él se casara con esa joven, al morir William, ella podría reclamar el reino y regalárselo a su hermano, así como si nada. En la política de estado que ellos tenían, las mujeres tenían derecho de heredar el trono, ya que la reina tenía la misma educación que el rey y podía tomar decisiones al igual que uno. No excluían a la mujer en ese asunto, podrían hacerlo en otros casos, pero no la corona. Se esperaba que la mujer que ascendiera, fuera inteligente y capaz de llevar el reino sola, sobre todo, si el rey decidía ir a la guerra teniendo un hijo/a que lo aguardara. Si el niño/a era menor, la reina pasaba a ser regente hasta que el o la heredero/a estuviera en condiciones de asumir su rol. Para William, la mujer que se merecía ese título, sin dudas, era Sonya. Después de conocerla, no creía que existiera otra mujer más capaz e inteligente que su dama.

LA CONCUBINA DEL REY [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora