El día avanza con la lentitud de un reloj de arena mientras termino las labores del hogar, cada movimiento marcando una incertidumbre que se cierne sobre mí como una sombra oscura que me quiere consumir. Cinco días han pasado desde la misa, cinco días de agónica espera, preguntándome cuándo vendrán los padres a verme. Cada segundo parece una eternidad.
Cuando el sol comienza a declinar en el horizonte, unos golpes suaves resuenan en mi puerta. Rápidamente abro y encuentro al padre Edmund parado en el umbral. Solo que esta vez no hay entusiasmo en mí; su presencia trae consigo más preguntas que respuestas, más dudas que certezas. Su presencia imponente cargada de una tensión palpable. Sus ojos, inquisitivos, escudriñan mi rostro en busca de algo que no puedo descifrar, como si tratara de desentrañar los secretos que yacen ocultos bajo mi piel pálida.
—Padre. —digo, intentando mantener mi voz firme, aunque la inquietud me carcome por dentro.
—Bu-buenas tardes, Aurora. —responde con un leve titubeo.
Puedo ver cómo su mano se mueve inquieta, ajustando el cordón de su hábito mientras desvía la mirada de mí. Esa incomodidad no es propia de él, como si el solo hecho de estar frente a mí le provocara un conflicto.
—Buenas tardes, padre Edmund.
—Perdón por el horario, pero he venido para... bueno, para investigar tu casa. Por las acusaciones.
—Pensé que vendrían los tres juntos, el padre Matthew y el padre Nicholas —comento, tratando de ocultar mi nerviosismo.
—Sí, ese era la idea. Sin embargo, el padre Matthew y el padre Nicholas tuvieron que atender otros asuntos urgentes en el pueblo. Pero estarán involucrados en la investigación. —explica, su voz cargada de una tensión que no pasa desapercibida.
Solo él, sin testigos. Mi mente se aceleró, preguntándome si esto significaba algo más, si ya había decidido algo en su interior. Quizá me veía como un peligro, como una amenaza que debía manejar por sí solo. Y, sin embargo, otra parte de mí se aferraba a la idea de que él podría ser más comprensivo. Pero esa pequeña esperanza era casi tan frágil como la tela de mi falda.
Y no miento que de cierta forma el que solo este él aquí me relaja un poco, aun cuando su simple presencia tambien causa cierto nerviosismo en mí.
Asiento en silencio, dejándolo entrar con un gesto torpe de mi mano, consciente de mi apariencia desaliñada y sudorosa tras un día de trabajo. Llevo una blusa ligera y una falda simple, mi cabello negro recogido en un moño suelto. Su mirada recorre mi figura, y puedo sentir su incomodidad crecer, lo que solo aumenta mi propio malestar.
La casa se siente más pequeña, más opresiva, con su presencia dentro de ella. Cosa que anteriormente no se sentía así.
Entramos en la sala, una estancia sencilla con un par de sillas de madera y una mesa central, la cual el ya conoce debido a su primera visita. Las paredes de piedra están adornadas con unas cuantas plantas colgantes.
—Puede comenzar por aquí padre. —le digo, tratando de sonar tranquila. —Es solo una sala, como usted sabe.
Él asiente y comienza a inspeccionar, su mirada recorriendo cada rincón en busca de algo que confirme las acusaciones. Intento mantener la calma, pero el palpitar frenético de mi corazón delata mi verdadero estado interno.
Nos movemos hacia la cocina, un espacio modesto con una chimenea, algunos estantes llenos de frascos y un pequeño horno de barro. El padre Edmund observa con detenimiento, pero no encuentra nada inusual.
—¿Le gustaría algo de beber, tal vez? —ofrezco, esperando aliviar la tensión.
—No, gracias. —responde rápidamente, casi con brusquedad, lo que me hiere más de lo que debería. ¿Acaso mi hospitalidad también le parece sospechosa?
ESTÁS LEYENDO
La virtud de Aurora
RomanceSinopsis: En el siglo XVII, en un pequeño pueblo de Baviera, la caza de brujas siembra el miedo y la desconfianza. Aurora, una joven curandera vive bajo la sombra de sospechas y acusaciones. El recién llegado Padre Edmund, un hombre de fe y convicc...