El aire en el pueblo está impregnado de un temor palpable, una desconfianza que se ha asentado como una sombra sobre cada rincón. Desde que comenzaron los juicios de brujería, la atmósfera se ha vuelto densa, sofocante, como si el mismo cielo se hubiera oscurecido por el peso de la paranoia que nos rodea.
El primer juicio en nuestro pueblo tuvo lugar hace tres meses. Una anciana llamada Beatrice, conocida por sus conocimientos de hierbas y remedios caseros, fue acusada de brujería por aquellos que alguna vez fueron sus vecinos. Los rumores decían que había envenenado a los animales de un granjero y maldecido a un par de niños del pueblo. A pesar de sus protestas de inocencia, fue declarada culpable y llevada a la horca. Recuerdo su rostro pálido, marcado por la desesperación, y su mirada desafiante mientras la cuerda se ceñía alrededor de su cuello. Desde entonces, la sombra de la muerte se cierne sobre nosotros, una presencia constante que no se disipa.
A medida que pasaron las semanas, las acusaciones comenzaron a multiplicarse. Hombres y mujeres fueron señalados, arrastrados ante el tribunal, condenados sin pruebas concretas, solo por el murmullo de los rumores. La histeria se extendió como un incendio forestal, alimentada por el miedo y la ignorancia. Nadie estaba a salvo. Viejos resentimientos y rivalidades florecieron, convirtiéndose en excusas para denunciar a los enemigos personales.
El mercado, que solía ser un lugar de encuentro y camaradería, ahora es un nido de susurros y miradas sospechosas. Cada vez que camino entre los puestos, siento las miradas clavadas en mí, como agujas en mi espalda. La gente discretamente se aparta de mi camino, algunos pocos incluso se persignan a escondidas al verme pasar. No soy ajena a los rumores. Mi conocimiento de las plantas y los remedios me ha hecho blanco fácil para las acusaciones de brujería aun cuando son pocas personas las que saben de esto, ya que procuro esconderlo del pueblo.
A veces, por la noche, escucho a unos cuantos de mis vecinos susurrar mi nombre con temor y desdén. "Aurora, la bruja", murmuran. Intento no prestarles atención, pero el miedo se infiltra en mi mente. Sé que bastaría una palabra equivocada, un malentendido, un rumor más grande para que me arrastren ante el tribunal. La paranoia está en todas partes, y nadie está a salvo, mucho menos yo.
Una mañana, mientras recolectaba hierbas en mi jardín, un grupo de niños pasó corriendo, sus risas resonando en el aire. Sin embargo, al verme, se detuvieron en seco, sus ojos llenos de curiosidad y un miedo que se había vuelto palpable. Una niña, la más valiente entre ellos, me señaló y gritó:
—¡Es ella! ¡La bruja!
Los demás niños rieron nerviosamente, pero no se acercaron. Mi corazón se encogió, pero forcé una sonrisa y volví a mi trabajo, fingiendo no haber escuchado. La soledad se hace más pesada cada día, y la desconfianza de los demás es un constante recordatorio de mi precaria situación.
Los rumores no son mi único problema. Hace poco, una mujer llamada Margaret, que había sido una amiga cercana y confidente, fue arrestada y acusada de brujería. Verla arrastrada al tribunal fue un golpe devastador, un recordatorio cruel de que la vida podía cambiar en un instante. Intenté hablar en su defensa, pero mis palabras cayeron en oídos sordos, desvaneciéndose en la histeria del tribunal. Margaret fue condenada y llevada a la hoguera, y su grito de dolor y desesperación aún resuena en mis oídos, una marca indeleble en mi alma.
La iglesia del pueblo, que solía ser un lugar de consuelo y refugio, ahora está vacía la mayor parte del tiempo. El antiguo párroco murió hace unos meses, y desde entonces no hemos tenido un guía espiritual. Sin su presencia, el miedo y la superstición han encontrado terreno fértil. Los rumores dicen que un nuevo sacerdote llegará pronto, pero mientras tanto, estamos solos en nuestra lucha contra la histeria.
Una tarde, mientras recolectaba hierbas en el bosque, vi a un grupo de hombres del pueblo acercarse. Sus rostros eran sombríos, sus manos empuñaban antorchas y cuerdas. Me escondí tras un árbol, el corazón latiéndome con fuerza. Los escuché hablar de otra ejecución planeada para el día siguiente. Otro supuesto brujo sería llevado a la horca. La desesperación y el miedo se apoderaron de mí. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que vengan por mí?
Cada día es una batalla contra el miedo y la desesperanza. Me aferro a mi trabajo y a mis conocimientos, sabiendo que en cualquier momento todo podría desmoronarse. La caza de brujas ha convertido nuestro hogar en un campo de batalla invisible, donde la verdad y la justicia son víctimas de la histeria y el fanatismo.
Cuando el sol se pone y la oscuridad envuelve el pueblo, me siento junto a mi pequeña ventana, dejando que el silencio de la noche me envuelva. Miro hacia las estrellas que titilan en el firmamento, uno de mis pequeños refugios en medio de esta tormenta. Rezo por aquellos que han sido injustamente acusados y por aquellos que aún están en peligro. Ruego por mí misma, esperando que el nuevo día no traiga más acusaciones ni muertes en esta caza implacable. Pero, sobre todo, rezo por un futuro donde el miedo no gobierne nuestras vidas, donde la libertad y la verdad puedan florecer de nuevo.
Con el alma pesada, me acuesto, sabiendo que mañana será otro día de incertidumbre y desconfianza. La caza de brujas no muestra signos de detenerse, y mientras tanto, todos en el pueblo seguimos caminando sobre una cuerda floja, temiendo el momento en que caeremos al abismo.
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La virtud de Aurora
RomanceSinopsis: En el siglo XVII, en un pequeño pueblo de Baviera, la caza de brujas siembra el miedo y la desconfianza. Aurora, una joven curandera vive bajo la sombra de sospechas y acusaciones. El recién llegado Padre Edmund, un hombre de fe y convicc...