Capítulo 09: Encuentro Inesperado y descubrimiento.

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Ha pasado más de una semana desde la última vez que vi al padre Edmund. Mis días han estado llenos de trabajo y preocupación, pero su recuerdo sigue acechándome como una sombra, más aún cuando su aroma perdura en su abrigo, aquel con el que duermo todas las noches.

Esta tarde, cuando los últimos rayos de sol tiñen el cielo de un anaranjado melancólico, de repente escucho un golpe suave en mi puerta, Mi corazón salta en el pecho porque muy en el fondo lo sigo esperando a él, aun cuando soy yo quien se esconde de su presencia y al abrir, me encuentro con su figura inesperada.

—Padre Edmund —digo, sorprendida por su visita, arrebatándome un poco el aliento—. ¿A qué debo el honor de su presencia?

Él parece un poco incómodo, como si estuviera tratando de ocultar algo detrás de su fachada imperturbable.

—Estoy haciendo un recorrido por el pueblo y me pareció apropiado pasar a saludarte —responde, aunque su voz suena un poco forzada.

Lo dejo entrar y él entra con pasos inseguros, y noto cómo sus ojos recorren mi humilde morada. ¿Qué significará su visita? ¿Acaso ha venido a confirmar las acusaciones en mi contra debido a la última vez? Me cuesta mantener la calma mientras lo conduzco hacia la sala y nos detenemos en el centro de ella ambos alejados del otro.

El silencio entre nosotros es denso.

—La gente del pueblo... no deja de hablar. —dice finalmente, rompiendo el silencio.

Asiento mientras vuelvo a mi té. Es una verdad que he aceptado hace tiempo.

—Estoy acostumbrada —respondo con resignación—. Las personas temen lo que no entienden.

Marcos se acerca un poco más, su inquietud palpable en cada movimiento. Siento el peso de su preocupación, y también algo más, algo que no comprendo por completo.

—¿Desea beber algo? —pregunto cambiando el tema y tratando de mantener mi voz firme.

—Lo que gustes darme está bien —responde él, su tono algo más suave ahora.

Voy a la cocina y preparo una infusión de manzanilla y menta, mis manos temblorosas al verter el agua caliente. Cuando regreso, lo encuentro observando mi pequeño laboratorio con curiosidad.

—Aquí tiene —digo, entregándole la taza. —Espero que le guste.

—Gracias, Aurora —dice, tomando la taza con ambas manos y nos sentamos a la mesa.—. Ya tenía días que no te veía.

El color se le va de la cara y sus palabras me hacen sonreír ligeramente, pero rápidamente comienza a hablar de nuevo.

—Digo, mayormente estoy fuera de la iglesia y estoy al pendiente de la gente, y se me hizo extraño no verte.

—No he salido de casa, padre. Hay mucho trabajo —le miento, claro que salgo de casa, especialmente para comprar mis plantas, solo que me he ocultado de él.

—Se sentía extraño no verte, Aurora —dice, y sus palabras me dejan sin aliento.

En su mirada hay miedo, pero también algo más. Algo que no puedo descifrar del todo.

El silencio se forma entre ambos, el aire entre nosotros cargado de una tensión extraña.

—Y usted, padre, ¿cómo ha estado? —pregunto suavizando mi voz.

—Bien, gracias por preguntar —responde brevemente, pero sus ojos me dicen que hay más. —Este... ¿qué hierbas usas para el té? —pregunta, intentando parecer casual.

Le sonrío y señalo la pequeña mesa donde tengo mis frascos y plantas secas.

—Una mezcla de menta y manzanilla —respondo—

La virtud de AuroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora