Capítulo 10: Encuentro en el Jardín y alguien más

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El sol brilla con fuerza sobre el jardín, iluminando cada rincón con su cálido resplandor. El aire es fresco, pero la calidez del sol contrasta agradablemente con el suave viento que acaricia mi piel. Estoy arrodillada entre las flores, sintiendo la tierra húmeda bajo mis manos mientras las acomodo con cuidado. Mi vestido de lino, sencillo y modesto, está manchado de tierra. Las mangas largas y sueltas se deslizan por mis brazos mientras trabajo, y mi cabello, normalmente recogido en un moño ordenado, está enredado y suelto, cayendo en ondas desordenadas alrededor de mi rostro. A pesar de mi apariencia descuidada, estoy inmersa en mi tarea, perdida en el ritmo tranquilo del jardín.

La última visita del padre Edmund fue inesperada, una que me dejó con el corazón latiendo desbocado y las mejillas ardiendo. Intentó sacar conversación, preguntándome sobre mi rutina. Parecía interesado en cada palabra que decía, y yo, sin saberlo, me encontraba deseando prolongar cada momento con él.

Mis pensamientos vuelven a esa noche, a esos instantes de íntima soledad en los que mi mente se llenó con su imagen. La culpa me consume, pero no puedo evitar el anhelo que siento por él, ya no.

De repente, escucho pasos acercándose por el sendero. El crujido de la grava bajo sus pies es inconfundible. Al levantar la vista, me encuentro con el padre Edmund, parado a pocos metros de distancia. Lleva su sotana negra, que contrasta con la luz del día. Sus ojos claros, sin embargo, brillan con una intensidad que me hace estremecer. Su presencia me toma por sorpresa, pero él parece calmado, como si estuviera acostumbrado a encontrarme en este estado.

—Padre Edmund, ¿Qué lo trae por aquí? —pregunto, tratando de ocultar mi sorpresa y el tumulto de emociones que su visita anterior ha desatado en mí. Mi voz tiembla ligeramente, reflejando los nervios que siento.

Él sonríe ligeramente, pero noto una tensión en su expresión. —No terminé mi recorrido por estos rumbos ayer y como tu casa está cerca, pensé en pasar a saludarte.

Asiento, tratando de ignorar el latido acelerado de mi corazón. Me levanto del suelo, sintiéndome consciente de mi estado desaliñado. Una de las mangas de mi vestido se ha caído, dejando al descubierto mi hombro y parte de mi clavícula.

Sus ojos recorren mi figura, deteniéndose en la manga caída. Puedo sentir su mirada quemándome la piel, despertando sensaciones que nunca antes había experimentado con su simple presencia. Me estremezco ante su intensidad, pero él parece luchar por mantener la compostura.

Intento disimular la incomodidad de esta intensa sensación, pero mis manos tiemblan ligeramente mientras intento acomodar mi vestido. —Me disculpo por mi apariencia, padre. Estaba ocupada con mis plantas.

Él asiente, pero no dice nada, su mirada aún fija en mí. El momento se prolonga, cargado de una tensión palpable, hasta que finalmente él parece reaccionar, dando un paso hacia atrás.

—Debo irme, Aurora. Hay asuntos que debo atender en la iglesia. —murmura, su voz un poco ronca.

Me muerdo el labio inferior, sintiendo un nudo en la garganta. ¿Por qué se va tan rápido? ¿Acaso quiere alejarse de mí? Miro hacia otro lado, intentando ocultar la decepción que siento.

—Padre Edmund, espere. —digo, dando un paso hacia él tratando de alargar mi tiempo con él. Sus ojos se encuentran con los míos, y por un momento, veo algo en su mirada que no logro descifrar. ¿Es deseo? ¿Confusión? —¿Y su recorrido? ¿No lo va a terminar?

—Puede esperar para otro día, Aurora —responde, su voz apenas un susurro.

—Las flores... —digo rápidamente, buscando un tema que lo retenga. —Las flores están floreciendo muy bien esta temporada. ¿No le parece?

La virtud de AuroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora