Capítulo 03: Rumores y Sombra

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Desde que los padres llegaron al pueblo, noto un cambio en el aire. Las miradas de los aldeanos, antes llenas de desconfianza y temor, ahora están mezcladas con una curiosa esperanza. Sin embargo, también siento los susurros a mis espaldas volverse más frecuentes y maliciosos. Es inevitable que hombres como ellos despierten tanto la fe como el miedo en corazones tan inquietos.

Hoy, al pasar por el mercado para recoger algunas hierbas, noto a un grupo de mujeres murmurando cerca de la fuente. Sus ojos se desvían hacia mí y rápidamente se vuelven hacia los padres, que conversan con el alcalde a unos pocos metros de distancia. Sus palabras llegan a mí en fragmentos: "brujería," "hechizos," "peligrosa."

Ya estoy acostumbrada a tales habladurías, pero algo en la forma en que me observan hoy me inquieta más de lo normal.

Decido moverme con cautela, consciente de que cada paso que doy es observado y juzgado. Mientras me acerco a uno de los puestos, escucho a una anciana que les habla a los padres, su voz temblorosa pero insistente.

—Padres, deben tener cuidado con esa muchacha, Aurora —me señala con su dedo huesudo—. Su belleza es un peligro en este pueblo, es una mentira, guarda un horror, una monstruosidad disfrazada de una belleza exótica. Se dice que tiene tratos con lo oscuro. Curará tus heridas, sí, pero a qué costo... nadie lo sabe.

Los padres escuchan con atención, sus miradas serias pero compasivas. El padre Edmund asiente con respeto.

—Gracias por su advertencia, señora. Sin embargo, debemos actuar con justicia y misericordia. Dios nos enseña a no juzgar sin pruebas claras.

La anciana asiente, aunque no parece del todo convencida.

—Solo tengan cuidado, padres. Esa belleza puede esconder muchos peligros.

Me muevo rápidamente antes de que alguien note que estoy escuchando, y me dirijo hacia los campos, donde puedo encontrar la paz que la plaza del pueblo me niega. La brisa es fresca y el susurro de los árboles siempre ha sido un consuelo para mí. Sin embargo, no puedo ignorar el hecho de que los padres han escuchado los rumores sobre mí, y mis ojos quieren soltar esas lágrimas que se han acumulado en ellos.

Mientras recojo las hierbas, pienso en cómo estos rumores comenzaron. Mi conocimiento de las plantas y sus propiedades curativas ha sido tanto una bendición como una maldición. Varios vienen a mí en secreto, buscando alivio para sus dolencias y aun con mi ayuda ellos mismos ha esparcido el rumor que dé soy una bruja y pocos de ellos son los que se atreven a defenderme abiertamente. Es un rumor muy pequeño, pero con el paso del tiempo va tomando grandeza. La línea entre el respeto y el miedo es fina y peligrosa.

Más tarde, al regresar al pueblo, veo a los padres de nuevo. Esta vez, están separados, cada uno hablando con diferentes grupos de aldeanos. Observo desde la distancia, notando cómo se mueven con gracia y autoridad. Hay algo en sus presencias que me intriga, especialmente en la del padre Edmund. Su calma, su voz suave pero firme, su inquebrantable fe... Los tres son diferentes a todo lo que hemos visto antes... Él es diferente a lo que he visto antes. Aunque los otros dos padres también proyectan una seguridad y una determinación notables, es el padre Edmund quien capta mi atención de manera especial. Hay una calidez en sus ojos y un brillo de compasión que lo distingue, haciéndome preguntarme más sobre él.

Sé que tarde o temprano nuestros caminos se cruzarán de manera más directa. Ellos investigarán, hablarán con más personas, y eventualmente, llegarán a mí. La pregunta es cómo enfrentarán las supuestas verdades que descubran, y si podrán ver más allá de los miedos y prejuicios que los aldeanos han construido a mi alrededor.

Regreso a casa con las hierbas en mi cesta, los murmullos del mercado todavía resonando en mis oídos. Mi hogar es una pequeña cabaña al borde del bosque, un lugar donde me siento segura y apartada de las miradas inquisidoras del pueblo. Abro la puerta y el familiar aroma de las plantas secándose me recibe, calmando mis nervios.

Guardo las hierbas cuidadosamente en estantes de madera, clasificándolas por sus propiedades curativas. Luego me acerco a un pequeño espejo de mano, un lujo en estos tiempos, pero uno que heredé de mi madre. Su marco de madera está desgastado, pero el vidrio aún refleja mi imagen con claridad.

Observo mi reflejo, el cabello negro cayendo en ondas sueltas sobre mis hombros, los ojos oscuros y profundos, la piel pálida que contrasta con todo. Mis rasgos, que muchos consideran hermosos, han sido tanto una bendición como una maldición. A menudo, la gente teme lo que no comprende, y mi apariencia parece alimentar sus supersticiones.

Me desnudo sintiendo el roce de la tela áspera al deslizarse por mi piel. Me cambio con cuidado, eligiendo una sencilla camisa de lino y una falda larga para dormir. El proceso es casi ritualístico, cada movimiento deliberado y calmante. Me cepillo el cabello con un peine de madera, cada pasada ayudando a liberar la tensión acumulada del día.

Antes de acostarme, me arrodillo junto a mi cama y rezo en silencio, pidiendo protección y fortaleza. Mis palabras son un susurro apenas audible en la quietud de la noche. Espero que, con la llegada de los padres, los rumores disminuyan y pueda vivir en paz.

Mientras me deslizo bajo las mantas, una esperanza tenue se enciende en mi corazón. Mañana será un nuevo día, y quizás, solo quizás, las sombras que me rodean comiencen a desvanecerse. Cierro los ojos, dejando que el cansancio me envuelva, confiando en que mis plegarias sean escuchadas.

La virtud de AuroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora