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El ardor del fuego calentaba el aire, reconfortando los corazones de aquellos valientes aventureros que descansaban bajo el firme manto rocoso de una cueva, testigos del interminable llanto que el cielo dejaba caer sobre el paisaje, cubierto por el manto blanquecino de la nieve.

-Brrr... Este frío se está volviendo molesto -exclamó Stark, acercándose a la pequeña fogata que iluminaba su entorno y débilmente le otorgaba calor-. ¿Acaso no puedes hacer nada al respecto, Fern?

La inevitable conquista de la noche sobre aquel pedazo de mundo que vislumbraban, ese retorcido bosque donde la palidez del gélido invierno escondía el invaluable encanto de la vida silvestre, solo hacía que su estadía se volviera más incómoda.

-Lo lamento, Stark, pero no conozco ningún hechizo que me permita cambiar la temperatura del aire -respondió la muchacha, negando la posibilidad que su compañero anhelaba-. Tal vez, si la señora Frieren no estuviera así, podría ayudarnos con ese inconveniente.

La decepción se hizo evidente en el suspiro que escapó de los labios del joven, quien giró la cabeza hacia su perfil derecho, contemplando la figura de la conocida mujer élfica, durmiendo plácidamente sobre la suave textura de una bolsa de dormir, con un pañuelo de tela húmedo sobre su frente.

-Increíble... ¿Cómo diablos se puede resfriar un elfo? -cuestionó Stark, intrigado por el inusual acontecimiento-. ¿No se supone que las demás razas son más resistentes que nosotros los humanos?

-Eso no los excluye de padecer enfermedades -replicó Fern, imitando el gesto de su compañero y apreciando también la silueta femenina que reposaba tranquilamente al otro lado de la cueva-. Aunque no puedo negar que resulta extraño ver a la señora Frieren en ese estado. No estuvimos mucho tiempo andando bajo la lluvia.

-Sí, supongo que tienes razón -fue la breve respuesta del muchacho, antes de llevarse ambas manos a la nuca y recostarse contra la rocosa pared marrón que se extendía tras su espalda.

El silencio se instaló en ese recóndito rincón de la naturaleza, al que los más cautelosos animales solo se atrevían a observar desde la lejanía, temerosos de aquellas criaturas que perturbaban su pacífico hogar con su indeseable presencia.

No hubo palabras que rompieran la quietud; solo el incesante sonido de las gotas de lluvia acentuaba el momento singular que esos viajeros vivían en ese confín del mundo. Impacientes, anhelaban ver nuevamente el resplandor dorado del astro rey, faro de esperanza que los guiaría en su larga travesía hasta los confines del mundo.

Sin embargo, por mera eventualidad inevitable, el sonido de las frases bien articuladas rompió el silencio, brotando ahora de los labios de Fern, quien tomó la iniciativa en la emergente conversación.

-Enzel ya tarda... ¿Qué le estará tomando tanto tiempo? -se dignó a preguntar Fern, escéptica sobre el paradero de su enigmático compañero.

-No lo sé... -devolvió Stark con desinterés, antes de añadir con una pizca de incertidumbre-. Ha estado actuando un poco extraño desde que matamos a esos demonios y dejamos el pueblo.

-Como si se perdiera en sus pensamientos... ¿Tienes alguna idea? -Fern indagó, curiosa por descubrir la opinión de su interlocutor acerca del reciente comportamiento del azabache.

El dilema que envolvía el carácter de Enzel en los últimos días resultaba intrigante, pues ninguno de los presentes lograba formarse la más mínima idea sobre la naturaleza de esa peculiar actitud. Era un cambio tan brusco que inevitablemente captaba la atención, acentuando un mar de especulaciones y curiosidad.

-Bueno... No sabría cómo decirlo con certeza, ni estoy seguro de que esa sea la razón de su repentino cambio de actitud, pero recuerdo haber visto algo extraño en Enzel -expresó el joven de cabellos rojizos, mientras posaba una mano en su mentón, captando la atención de su espectadora.

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⏰ Última actualización: Jun 04 ⏰

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"𝐕𝐈𝐄𝐍𝐓𝐎 𝐃𝐈𝐕𝐈𝐍𝐎" ;; Sōsō no FrierenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora