04

156 22 2
                                    


El cardenillo que velaba las estatuas que estudiaba minuciosamente atestiguaba el paso del tiempo sobre sus brillantes superficies. A pesar de ello, no habían cedido en su valioso simbolismo, presente en el respeto que imponían a aquellos que contemplaban su singular belleza.

En la pintoresca plaza de un pequeño poblado al que había llegado en compañía de sus recién conocidos, Enzel, maravillado, contemplaba el modesto monumento erigido en honor a un grupo de héroes. La tablilla de madera en su parte inferior rezaba con letras doradas un eterno agradecimiento a esos valientes dignos de admiración.

-Himmel, Eisen, Heiter y... Frieren -leyó los nombres escritos para cada una de las figuras, mientras intentaba imaginarse cómo habrían sido en vida, con la excepción, por supuesto, de la elfa que aún perduraba en el plano de la existencia.

Tras observar detenidamente la forma de trabajar de la gente, sus apariencias, comercios, residencias y costumbres durante el último día, el muchacho comprendía que el mundo en el que se encontraba estaba notablemente atrasado en comparación con su hogar. Presentaba una semejanza, por no decir totalidad, con el periodo de la Edad Media que alguna vez fue parte de la historia.

Y también lograba comprender que aquellos, esculpidos con un detalle verdaderamente plausible, eran sus más grandes salvadores.

El azabache continuó contemplando las grandes esculturas que se erguían ante su observación reflexiva, hasta que las palabras de una voz familiar resonaron en sus oídos.

-¿Por cuánto más piensas seguir mirando esas estatuas? -preguntó Stark, captando la atención de su compañero.

-Discúlpame, ¿ocurre algo? -respondió, devolviendo la pregunta, mientras también se acercaba la otra chica de cabellos morados llamada Fern.

-Tenemos que marcharnos, la señora Frieren nos está esperando -respondió la muchacha con sequedad, dirigiéndose directamente al propósito de su encuentro.

-Ah, es verdad, lo olvidé por un momento -contestó el chico de cabellera negra, dándose una palmada en la cabeza, para luego emprender una caminata hacia la inevitable salida del pueblo que debían atravesar.

-Señor Enzel, ¿realmente le parece una buena idea querer acompañarnos? -cuestionó Fern, posando sus ojos violeta en los carmesí de su interlocutor.

La interrogante que flotaba en el aire capturó rápidamente su interés, ya que estaba relacionada con un tema especial que había discutido con el grupo. No obstante, primero se enfocó en lo que consideraba más relevante de esas palabras.

-Por favor, no me llames 'señor', ni siquiera he alcanzado la edad adulta, solo soy un poco más grande que ustedes -expresó el mencionado, rascándose la cabeza, ligeramente afligido por la idea de que lo consideraran mayor. Después, en respuesta a la pregunta, añadió- Además, ya se los dije, estoy en deuda por lo de ayer y, ya que también me propuse la tarea de viajar, me gustaría hacerles la travesía algo más amena.

-Eso sigue sin sonarme muy convincente que digamos -intervino Stark, con una expresión de confusión en su rostro, antes de agregar- Parece como si quisieras seguirnos solo para no quedarte solo.

-Bueno, en cierta parte tienes razón -explicó Enzel, indicando que su interlocutor no estaba del todo equivocado- Con ustedes tengo la oportunidad de vivir un viaje en compañía, del que seguramente disfrutaré más que haciéndolo en solitario.

-¿Por qué no buscaste a alguien que te acompañara antes? -inquirió Fern, intrigada por las palabras que recibía del azabache, mientras se sentía igual de escéptica que su amigo de cabellos rojizos.

-En realidad, apenas decidí comenzar mi travesía, pocos días antes de que nos conociéramos -expresó el pelinegro con amabilidad- No había tenido la oportunidad de pedírselo a otra persona porque simplemente no la encontré.

"𝐕𝐈𝐄𝐍𝐓𝐎 𝐃𝐈𝐕𝐈𝐍𝐎" ;; Sōsō no FrierenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora