13. Inertia Creeps

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**Advertencia:  He tenido que cambiar la clasificación de esta historia a "Maduro".  Si bien en un principio mi intención fue hacer algo light y fluffy, la historia va aumentando en complejidad e intensidad a medida que la voy creando. Este capítulo en particular contiene escenas +18. No son explícitas, pero sí de actividad sexual. No es apto para menores. Disculpen.**

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El taxi se aleja mientras Nanami observa su edificio desde la vereda de enfrente. A medida que se acerca a la entrada oye una música lejana. No es raro pues es viernes, once de la noche. Un festejo de cumpleaños es lo más probable. Apenas llega al ascensor la música se detiene. Tampoco se escuchan voces ni la algarabía habitual de una celebración, sólo el silencio de un edificio antiguo de seis pisos. Nanami entra a su departamento y lo encuentra totalmente a oscuras, salvo un resplandor azul proveniente del living. Deja los zapatos y el bolso en el piso; luego camina hacia la cocina.

—¡Hola, ya llegué! —avisa en voz alta mientras prende la luz de la cocina.

Nadie le responde. Las cosas están tal cual las dejó hace cinco días. Incluso la bolsa vacía de la panadería sigue sobre la mesa. Nanami suspira. Con los hombros vencidos del cansancio, se quita el saco y lo deja en el respaldo de la silla, junto con el arnés y la espada. Se sirve un vaso de agua fresca y camina hacia la sala. También se encuentra a oscuras, iluminada únicamente por la fuente de Feng Shui. La luz se refleja en la esfera de cristal que gira bajo el agua y contornea con suaves tonos azulados las paredes, el techo y los muebles corridos un poco de lugar. Imprime al ambiente una coloración relajante, justo lo que Nanami necesita en este momento.

—Mahito, sé que estás por ahí. Vamos, sal.

Silencio otra vez. Nanami camina hacia la mesa baja, arrimada contra el mueble del televisor y biblioteca. Apoya el vaso y observa varias cajas de CDs, algunas abiertas. Su vieja colección de música se encuentra sobre la mesa, también hay discos y cajas abiertas en el piso. Nanami suspira y se agacha para recogerlos. La superficie metalizada de los discos refleja los tonos tornasolados y azules. Nanami los levanta y observa a la luz de la fuente para ubicar cada disco en su respectiva cajita. En el silencio del departamento se escucha el click del plástico cuando ajusta las cajitas, una sirena de policía lejana a lo lejos, un perro que ladra a unas cuadras de allí.

—Debería regalarlos, ya ni siquiera los escucho —murmura con tono de nostalgia.

—Típico de humanos, eso de aferrarse tanto a las cosas materiales.

La voz suena a sus espaldas, quizás unos dos metros atrás. No es la distancia lo que preocupa a Nanami, sino el tono frío y despectivo con que habló Mahito.

—Sí, tienes razón —dice Nanami sin darse vuelta mientras deja las cajas aún sin completar sobre la mesa—. Será porque buscamos conservar algunos buenos recuerdos. ¿Eso te parece malo?

—¿Malo? —la risa burlona de Mahito suena justo detrás suyo—. Es una terrible debilidad. Los humanos son criaturas tan patéticas.

Mahito apoya una mano en su hombro. Nanami enlaza sus dedos con los de Mahito y se levanta mientras voltea para mirarlo a la cara.

—¿Somos patéticos por aferrarnos a lo que queremos? ¿A lo que nos gusta? —pregunta Nanami mientras aprieta la mano de Mahito contra su pecho—. ¿Por no querer soltar aquello que más nos interesa?

Mahito se queda mudo. Enseguida suelta una carcajada mientras intenta liberar su mano.

—¡Más que patéticos! Los humanos son tan débiles y despreciables que hasta se vuelven aburridos de cazar. Son una plaga molesta.

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