5. Agua

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Nanami tiene el sueño liviano. Una vez que pasa la etapa inicial de sueño profundo, tiende a despertarse al menor sonido. Esto hace que duerma no más de tres o cuatro horas de corrido. El resto es sueño breve alternado con vigilia; suele mirar la televisión o leer y volver a dormir hasta que suena el despertador. A veces, simplemente se da por vencido y se levanta antes de la hora prefijada.

En este caso no fueron las sirenas de los autos de policía ni de ambulancias. Tampoco gritos de algún grupo de borrachos que vuelven de una fiesta. El celular sigue en modo "no molestar" por lo que no fueron notificaciones de memes de cierto hechicero más insomne que él. Nada de eso. Lo que despierta a Nanami es el goteo persistente de la canilla del baño. Otra vez.

Drip. Drip. Drip-drop. Drip. Drip-drop. Drip. Drip. Drip...

—Maldición...

Se sienta en la cama mientras se da cuenta de que se durmió enteramente vestido. Con la misma camisa y pantalón con la que llegó esa tarde. Tan sólo la corbata quedó afuera, en el borde de la cama. Nanami se frota las sienes y el entrecejo para aliviar el dolor de cabeza mientras recuerda que luego de discutir con la maldición, se tiró en la cama con la idea de estirar unos segundos la espalda antes de ducharse y preparar la cena. Evidentemente no hizo ninguna de esas cosas. El estómago le gruñe por el hambre. Quizás no fue solo ese incesante goteo lo que lo despertó.

Toma del armario una remera y ropa interior, el pantalón de jogging y entra al baño. Cierra la canilla del lavabo, pero lo que más le llama la atención es que esta vez también gotea la canilla de la tina de baño. Evidentemente estaba por demás cansado que ni se dio cuenta de cerrarlas bien; esa maldición lo saca de quicio, no cabe duda.

Quince minutos después, ya refrescado con la ducha y habiéndose lavado los dientes, Nanami camina por el pasillo rumbo a la cocina. Todavía es de noche, sólo está prendida la luz sobre la mesada. Ni siquiera voltea a mirar hacia la sala de estar. No está tan despierto todavía como para poder lidiar con lo que Mahito haya hecho, si es que hizo algo. Lo que necesita ahora es una buena taza de café negro y unas tostadas.

Lleva la jarra hacia la canilla cuando nota que también está goteando. Nanami se queda unos segundos mirándola, suspira y coloca la jarra debajo del agua para llenarla. Tres canillas son demasiada coincidencia. Tendrá que preguntarle a Mahito si hizo algo; de lo contrario deberá llamar a un plomero para que las revise. Se prepara también unas tostadas. La cafetera borbotea unos minutos mientras filtra el agua y la convierte en café. Nanami sólo prepara la medida justa para uno, por lo que no tarda mucho en disfrutar del inigualable aroma del café recién hecho en su taza favorita.

Lleva las tostadas hacia la mesa y empieza a devorarlas sin untar mientras revisa el celular. Un par de memes de Gojo, notificaciones de apps que debería borrar, nada urgente por suerte. Toma un sorbo de café y lo deja, todavía está demasiado caliente. Vuelve a mirar el celular. Falta media hora para que amanezca. Podría quedarse leyendo las noticias, pero algo lo impulsa a levantarse. Con la taza en la mano, Nanami se dirige a la sala de estar y camina directo hacia la ventana.

A pesar del cansancio, esa media hora previa al amanecer siempre le resulta agradable. Se podría decir que es su parte favorita de la noche. Esa zona intermedia donde todavía es oscuro y poco a poco el cielo se tiñe de una tonalidad grisácea cada vez más clara, antes de volverse celeste. Es también la hora donde reina el silencio absoluto, tanto que Nanami puede oír hasta sus propios pasos en el piso de madera. Pasa cerca del sillón largo y se asoma a espiar. Mahito duerme profundamente, con un brazo sobre su cabeza y una pierna colgando hacia afuera. Tres libros descansan sobre la mesa baja.

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